Eduardo Fernandez
Es inevitable. El enorme impacto que ha tenido el mensaje transmitido por el viaje del papa Francisco, obliga a comentarlo y a tratar de sacarle el mayor provecho posible.
No existe en el mundo ninguna figura, ni en la política, ni en la farándula, ni en el deporte, ni en ninguna actividad humana, que pueda producir un impacto tan grande como el que acaba de causar la humilde figura del papa Francisco en su visita a Cuba, a Estados Unidos y a las Naciones Unidas.
Frente a audiencias tan diversas, tan contradictorias y tan heterogéneas, el Papa y su mensaje fueron recibidos con unánime emoción, con afecto y con inmensa satisfacción.
¿Por qué? ¿A qué se debe este fenómeno de receptividad y de acompañamiento tan grande?
Me atrevo a ensayar una respuesta: El Papa es portador de un mensaje que se corresponde con un anhelo muy profundamente sentido en el mundo contemporáneo.
El mundo tiene hambre y sed de trascendencia, de espiritualidad, de Dios, y el papa Francisco nos ha hablado a todos los hombres, sin discriminaciones de ninguna especie, de valores trascendentes, de la dimensión espiritual de la vida y de la necesidad de reconocer la existencia de un Ser Supremo que es amor y es lealtad.
El mundo tiene hambre y sed de justicia, de inclusión y de respeto por la dignidad de la persona humana, de todas las personas, desde las más encumbradas hasta las más modestas y las más humildes.
El mensaje del Papa es una invitación a la esperanza y a la posibilidad de construir un mundo mejor en el que todos podamos vivir nuestro inmenso potencial de personas hechas a imagen y semejanza de Dios y llamados a una vida trascendente y feliz.
El mundo tiene hambre y sed de amor, de fraternidad, de diálogo, de reconciliación, de solidaridad, y el mensaje del papa Francisco atendió precisamente a este reclamo del mundo contemporáneo. El Papa nos dijo ya basta de guerra, de violencia, de odio, de atropello a los derechos de la gente y especialmente de los más vulnerables. Y nos invitó a trabajar por una civilización del amor.
En los escenarios más diferentes como la Plaza de la Revolución en La Habana o la Casa Blanca en Washington o la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York, el Papa deslumbró a todos sus audiencias porque predicó, con modestia y con humildad, el mensaje que hace dos mil años nos trajo el hijo del carpintero.
Seguiremos conversando.Eduardo Fernández
@efernandezve
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