lunes, 12 de septiembre de 2016

LOS ESTERTORES DEL RÉGIMEN

Pedro Luis Echeverria

Aumenta el acoso y el cerco gubernamental contra la disidencia. Se cierran caminos para ejercer la oposición de manera civilizada y pacífica. La crítica y el derecho a disentir se conculcan de forma sistemática por los que hoy erróneamente se sienten poderosos. Quienes disentimos somos considerados por el régimen como elementos antisociales que deben ser suprimidos para facilitar la definitiva entronización  de un orden mesiánico. De esta manera estamos llegando a la completa destrucción de la sociedad venezolana en los momentos en que es necesario proclamar con mayor fuerza el sentido de identidad nacional frente a las exigencias de un mundo moderno globalizado y un país inmerso en una crisis cuya duración y profundidad es impredecible y que compromete el presente y las  posibilidades de nuestro país hacia el futuro. Ello nos refuerza la necesidad de reivindicar nuestro derecho a la movilización política para participar en la evolución de la vida de la República.
Ese sentimiento profundamente arraigado en cada uno de los individuos que convivimos es esta sociedad no puede ser negado ni escarnecido por los detentores de una visión totalitaria, militarizada e íntimamente vinculada a un populismo de corte fascista. 
Nadie está dispuesto a admitir pasivamente que una voluntad política ilegítima, espúrea y que pretende ser única, sustituya la pluralidad de opiniones e intereses y mucho menos que se adueñe, sin la capacidad administrativa, solvencia operativa y sin el apoyo político necesarios, la conducción unilateral de la suerte futura del país. El gobierno no puede ni tampoco tiene como resolver, por si mismo, la severa crisis político-social por la  que transitamos y que es el legado de tantos años de desidia, improvisación y aplicación de erradas políticas públicas. 
La hecatombe económico-social que ha causado este régimen durante los tres lustros y fracción en que se encuentra en el poder, ha sido el indeseable producto de una visión equivocada del modelo de conducción de la economía lo que ha generado  inflación, pérdida de una importante porción de la capacidad productiva nacional, escasez estructural, desinversión, desempleo, despilfarro de los recursos y corrupción. 
El malestar generalizado que esta situación ha causado en la población, se manifiesta diariamente a través de las múltiples protestas sociales que realizan a lo largo y ancho del país las personas  afectadas por la acción errática,  o por la indolente inacción, del gobierno. Asimismo, los resultados que revelan las  recientes encuestas de opinión, arrojan catastróficos resultados para el régimen y su desempeño.
La respuesta gubernamental a los justos reclamos de la gente casi siempre es ignorar las protestas, reprimirlas y acosar, amenazar y hasta encarcelar a  los dirigentes de la mismas. Igualmente, el establecimiento de más controles y regulaciones a la sociedad venezolana se inscriben en el fallido ejercicio gubernamental para enfrentar la crisis. En otras palabras, las erráticas acciones del régimen no resuelven los desbarajustes estructurales del modelo y una y otra vez reaparecen los desequilibrios y nuevamente la gente sale a manifestar su descontento para tratar de obtener algunas concesiones del gobierno que morigeren, en parte, los negativos efectos de tales exabruptos.
Las tensiones sociales y políticas se están peligrosamente acumulando lo que presagia el desencadenamiento de una situación cuyos componentes, desenvolvimiento y desenlace no son susceptibles de ser previstas. 
Es menester, entonces, establecer un hilo conductor que permita imbricar la acción política opositora con las luchas sociales que diariamente se libran en el país. Debe haber un encuentro entre política y sociedad para que la protesta social amplíe su perspectiva y se encauce hacia su verdadera motivación, que no es otra, sino el cambio, por vía constitucional, de la "nomenklatura" gubernamental y  del modelo de sociedad que nos han pretendido imponer. El reto es, ante todo, estar al lado de las protestas y de los que protestan, enriqueciendo los caminos y derroteros por los que hay que transitar sistemática e inteligentemente para obtener los resultados deseados. Es enfrentar pluralmente al mediocre totalitarismo gubernamental, a sus injusticias, a sus arbitrariedades, su violencia y a la pobreza que causa. La dirigencia opositora además de referirse a los grandes temas que sacuden el acontecer nacional debe también  dedicar tiempo y acciones  para consustanciarse con las necesidades del hombre de a pie y estructurar un programa de acción política en el cual las protestas sociales constituyan no hechos aislados sino que formen parte fundamental de la lucha  política que la disidencia nacional libra contra el régimen. El conflicto venezolano es uno solo y así debe ser interpretado. Nuestra dirigencia debe estar en la calle aupando con su presencia y su discurso plural la necesidad del cambio de un modelo socio-político estructuralmente decadente y empobrecedor, altamente dependiente de un mamotreto de Estado y de la élite que allí medra y domina, que subyuga, acosa, pero que no resuelve los acuciantes problemas de los venezolanos. La conjunción de la política con la protesta social es una fuente de sinergia para darle "músculo político" a la acción opositora y fortalecer así los planteamientos, las exigencias y las  posibilidades para ganar  la lucha por una Venezuela más justa, racional e inclusiva.  

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