sábado, 17 de octubre de 2009

Ledezma y el espadón

EDUARDO SAN MARTÍN

ABC

La doctrina Estrada establece que, en virtud del principio de no injerencia, el reconocimiento de los estados es independiente de sus regímenes políticos o la calidad de sus gobernantes. El principio en cuestión, que toma su nombre de un canciller mexicano de los años treinta, no tiene carácter de norma, pero es comúnmente admitido en las relaciones internacionales. Ahora bien, tal principio no obliga a extremar la condescendencia o la cordialidad con gobernantes a los que uno soporta en virtud de la pacífica coexistencia entre estados pero con los que no se comparte, o al menos eso se afirma, casi ningún otro principio.

Una reflexión tan elemental es la que le ha venido a recordar al gobierno español el alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, elegido democráticamente, diríase que casi milagrosamente, a pesar de su oposición declarada al bolivariano espadón que gobierna Venezuela. El alcalde, de confesión socialdemócrata, como el PSOE que gobierna en España, pagó la audacia con el expolio de sus potestades y de gran parte de las finanzas municipales por el gorila de Miraflores. Ledezma busca en Europa ayuda y comprensión. En España le han recibido González, la comisión de Exteriores del Congreso, Rajoy y el alcalde de Madrid. Nadie del Gobierno, a pesar de que solicitó expresamente ese encuentro a la embajada de España en Caracas.

El desplante obedece al deseo de no enojar al sátrapa, con quien nuestros gobernantes despliegan, en vergonzoso contraste, toneladas de servil complacencia. El Gobierno justifica sus buenas relaciones con Chávez por la defensa de los intereses de nuestras empresas, esos «poderosos» a los que, sin embargo, Zapatero fustiga histriónicamente cuando se dispone a rascar nuestros bolsillos. Dice el atribulado alcalde caraqueño: «Más importante que un pozo de petróleo es la vida de un ciudadano». Pero, ¡ay!, Estrada no dijo nada al respecto.

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