miércoles, 10 de octubre de 2012


EL 7O EN TRES SEGMENTOS
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FRANCISCO SUNIAGA
Me ha tomado buena parte de la madrugada del lunes buscar reponerme de la desolación que me produjo la derrota electoral y tratar de poner los pensamientos en orden para presentar este artículo antes del mediodía. Para hacerlo he recurrido a una de esas sentencias de la autoayuda: siempre que una realidad adversa es muy grande para aprehenderla de una vez, es prudente segmentarla y lidiar con ella por partes. Eso fue lo que hice.
La derrota. El hecho es que la valentía y entrega de Henrique Capriles Radonski, quien realizó una campaña heroica en contra del más abyecto ventajismo, no fue suficiente para convencer a una parte de los venezolanos (no muy grande, poco más de 5% de ellos) de la necesidad de abandonar el proyecto chavista, y emprender otro (el nuestro) que juzgamos mejor. Lo peor fue que hasta el último momento, hasta la noche misma del 7-O, vivimos una jornada en la cual la esperanza del triunfo, en buena medida fundada en nuestras propias percepciones, llegó hasta el infinito; razón por lo que la decepción, el descreimiento y la tristeza fue luego mayor.
Aunque esta derrota parece (y en los primeros momentos, se siente) aplastante, hubo un primer dato positivo que llamó inmediatamente mi atención. La oposición creció en más de 2 millones de votos en comparación con las elecciones presidenciales de 2006. Ese crecimiento enorme, esa masa formidable, fue lo que vimos en las calles y nos hizo caer en la falsa percepción de que ganaríamos. A pesar de ello, ese avance revela algo que puede dejarnos satisfechos: se hizo lo correcto para ganar y el esfuerzo realizado por nuestro líder para labrar el triunfo fue titánico. Simplemente no nos alcanzó.
¿Cuál es la situación de cara al futuro? Creo que el tiempo juega a favor del proyecto que apoyamos y esta derrota puede ser el preludio de una gran victoria. Amén de ser la mitad del país, la oposición cuenta con un líder joven, fortalecido por todo lo que ha aprendido y hecho desde que se convirtió en el candidato opositor, con un discurso acertado y que sabe muy bien adónde quiere conducirnos. Lo ratificó con su discurso la noche de su primera derrota política.
El diálogo propuesto por el Presidente. “Les hago un llamado a quienes incitan al odio y niegan las cosas buenas y los invito al diálogo...”, dijo Hugo Chávez triunfal desde su balcón. En lo personal, por varias razones, no le creo. Para comenzar, ya eso lo ha ofrecido antes y la presunta voluntad de diálogo se ha desvanecido. De ese mismo discurso, la evidencia: aludió a Henrique Capriles como el candidato de la derecha (¡vaya que es grande la derecha en Venezuela!) y redujo a los opositores a ser incitadores al odio y negadores de sus logros. La sinceridad de la oferta demandaba decir algo más sustancioso: reconocer, por ejemplo, que la oposición constituye la mitad del país, es legítima, tiene un liderazgo que la representa y un espacio que democráticamente le pertenece.
En conclusión, no se puede rechazar una oferta de diálogo en una circunstancia como la actual, sólo que éste no se puede iniciar si no hay acciones que muestren que algo cambió y que, como dijo Capriles en su discurso, se está leyendo con grandeza la reiterada expresión de la voluntad de los venezolanos. No se trata de condicionar el diálogo pero, si quiere ser creíble, para comenzar, Chávez debería resolver ya situaciones violatorias de los derechos humanos que dependen exclusivamente de su voluntad: los casos de la jueza Afiuni, los condenados por el 11-A, los exiliados y el de los cuatro directivos de Econoinvest. Mientras, habrá que entender que miente de nuevo y que la reconciliación de los venezolanos es otra de las muchas cosas que dependerá de la conquista del poder.
La Venezuela en el extranjero. Este segmento no sigue la lógica de los anteriores, pero después del anuncio del CNE, no podía dejar de pensar en nuestros compatriotas en el exterior. No niego que haya en tierras extranjeras venezolanos indiferentes por una u otra razón a los avatares de este país, sus razones tendrán. Pero estoy seguro de que la casi unanimidad de ellos llevan por dentro el dolor de no vivir aquí y de no poder ver en esta maravillosa tierra realizados sus sueños.
La noche triste del 7-O debí llamar a mis dos hijos en el exterior y con gran pesar darles la muy mala nueva. Muchos compatriotas seguro vivieron un rato tan o más amargo que ese. Les dije también lo que he tratado de decirles a todos quienes me lean hoy: que no hay que desmayar en el esfuerzo, que pasado el golpe, hay que levantarse y seguir luchando.

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