Perder estas elecciones significaría para el chavismo perder 14 años de lucha. Derrota de la revolución por el voto de la mayorías: nada peor le puede ocurrir a una revolución. Para el antichavismo, ganar las elecciones es también un asunto vital: la ocasión para sacudirse frustraciones, amenazas y una incompetencia que ha traído, entre otras cosas, alta inflación, escasez de vivienda, deterioro de la infraestructura de servicios, fallas constantes de la energía eléctrica y, lo más alarmante para muchos, el número de homicidios se ha más que cuadruplicado en los últimos 10 años.
La polarización política que vive Venezuela es delicada, porque una de las partes en pugna está en el gobierno, controlando de manera absoluta todos los poderes públicos, con una fuerte hegemonía de medios de comunicación masiva como la radio y la televisión, y un marcado corte militarista en sus conductas y sus símbolos. Gracias a ese control, no ha habido ni una sola decisión que haya contradicho la voluntad o el parecer del Presidente. Ante ese poder avasallante, al menos la mitad del país reacciona hoy luchando contra el miedo, insistiendo en que está en juego la democracia, rechazando amenazas, recurriendo a las armas de los argumentos jurídicos, en el caso de los más serenos y ponderados. Los más exaltados recurren a la burla y el desprecio hacia las figuras más destacadas del régimen. A todas estas, el liderazgo opositor se ha centrado en darle sentido a argumentos y emociones para trazar una línea unitaria de acción.
Los retos
Sea cual fuere el triunfador en las elecciones, en Venezuela se inició ya un proceso de cambio político y social importante que se profundizará en el futuro cercano. Dos fuerzas actúan como propulsoras de ese cambio: una población cada vez más movilizada y respondona, y un Estado de una enorme incompetencia para atender las necesidades de la población.
La movilización de la población en la última década ha sido, en buena parte, consecuencia de la retórica y las acciones de los gobiernos de Hugo Chávez. Pero, curiosamente, esa movilización le ha tendido una trampa al chavismo por su incapacidad administrativa y política para atender expectativas y aspiraciones populares, alimentadas por la retórica y las acciones revolucionarias. El mismo líder de la revolución lo reconoce cuando, al menos en un par de oportunidades, ha llegado a decir a sus seguidores que no importan problemas como las fallas en la electricidad o el mal estado de las vías públicas sino que gane él para salvar a la patria. Por su parte, el discurso electoral de Henrique Capriles ha exacerbado aún más las expectativas de la gente, al señalar el incumplimiento de lo prometido y el agravamiento de los problemas, al mismo tiempo que ha añadido nuevas promesas. Todo esto contribuye a hacer más difícil que las aspiraciones se posterguen o que las expectativas se ajusten. La gente no va a moderarse porque continúe Chávez gobernando o porque Capriles llegue al poder.
Para atender las necesidades del país es preciso mejorar significativamente el aparato administrativo del Estado: hacerlo más eficiente y al mismo tiempo más sensible a las necesidades y exigencias de la población. Ello implica, entre otras cosas, explorar nuevas opciones en la manera de seleccionar prioridades, formular proyectos y hacerles seguimiento. Las racionalizaciones del tipo "la población no entiende las virtudes de tal política", "la gente es muy impaciente", "el pueblo no tiene visión de largo plazo" pueden agravar las cosas, gobierne quien gobierne. Racionalizaciones de esa naturaleza han sido fatales en Venezuela antes del chavismo y durante el chavismo.
Los problemas de Venezuela son inmensos, complejos y diversos. Incluyen asuntos tan diferentes como, por ejemplo, las fallas de electricidad, el déficit de viviendas y la ineficiencia de la industria petrolera, la maltrecha gallina de los huevos de oro. Sin descentralización del aparato administrativo del Estado y sin el concurso de una vasta variedad de instituciones, tanto públicas como privadas, como universidades, organizaciones sin fines de lucro, empresas, gremios y sindicatos, el país no va a ir a ningún lado.
Chávez se ha esforzado para convencer al país de que un nuevo gobierno suyo sería incluyente y eficiente. El candidato de la oposición ha logrado durante su campaña la convergencia de una amplísima variedad de personas, grupos, partidos, organizaciones y actores que nunca antes había ocurrido. Definitivamente, eso favorecerá su gestión si logra transformarla en una coalición, explícita o implícita, para atender los problemas más graves y difíciles. Un claro ejemplo es la inseguridad personal.
La inseguridad la sufren todos los sectores sociales, pero los pobres son quienes más la padecen; ellos ponen gran parte de los muertos. Son tan complejas las causas de la inseguridad personal –narcotráfico, pobreza, desintegración familiar, desempleo, fallas de la educación, ausencia policial, corrupción de los cuerpos de seguridad– que sin una amplia acción colectiva difícilmente puede ser enfrentada. La inseguridad se ha convertido progresivamente en un asunto de la mayor relevancia política, porque la población exige una respuesta inmediata del Estado y porque éste es parte importante del problema. No es cualquier cosa que internacionalmente se haya señalado a entes públicos venezolanos como parte del sistema de tráfico de drogas. Hacer algo al respecto requiere un amplio apoyo social y político, sin el cual se vulneraría la misma estabilidad institucional.
Gobernar controlando todos los poderes debería ser fácil. Por eso es paradójico que al gobierno de Chávez se le haya hecho tan difícil tener una gestión relativamente eficaz. A Capriles le correspondería iniciar su gobierno con los otros poderes en contra. Es más, de llegar al poder tendría al chavismo en la oposición. De Chávez continuar en el gobierno, el chavismo tendría a la mitad del país en contra. Y algo agravaría seriamente su situación: la precaria salud del presidente.
La prueba del ácido
La historia de las naciones la hacen los procesos sociales. El liderazgo trata de cabalgarlos para orientarlos. Que lo logre depende, en buena parte, de su capacidad para pasar "la prueba del ácido", la cual se puede concretar en una pregunta: ¿qué pasa con el grupo cuando el líder ya no está? En otras palabras, ¿dejó el líder un grupo sólido, capaz de hacer las cosas de manera cada vez mejor o, por el contrario, su ausencia dejó un inmenso vacío? En tal sentido, podemos preguntarnos si un nuevo gobierno de Hugo Chávez dependerá más de un equipo que de una persona. ¿Formó él ese equipo? ¿Está su gente dispuesta a abrirse al país para responder a sus necesidades? De igual manera, con respecto a Capriles, podemos preguntarnos si será capaz de formar un grupo para gobernar, tan sólido que estaría en capacidad de operar sin su presencia. Capriles dice que gobernará con un equipo. De ser así la interrogante es: ¿podrá ese equipo desarrollar su capacidad para aprender de la experiencia, sin encerrarse en un pequeño mundo, como tantas veces ha ocurrido en Venezuela?
Si en ambos casos la respuesta es positiva tendremos un país mucho mejor, menos dependiente de los liderazgos mesiánicos.
El autor es sociólogo y profesor titular del Instituto de Estudios Superiores de Administración, con sede en Venezuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario