Es urgente atender las condiciones electorales
Thaelman Urgelles
Ahora que millones de electores tienen historias sobre ventajismos, atropellos, trampas y argucias de todo tipo en las elecciones presidenciales -practicadas por el presidente, su gobierno, el PSUV y algunos militares con la abierta complicidad del CNE- resulta insólito que algunos dirigentes políticos y articulistas insistan en disminuir y banalizar el tema, algunos con actitudes francamente ofensivas hacia quienes exigen mayores controles sobre tales abusos y una conducta más vigilante de parte de la MUD y los candidatos.
He sido de quienes han polemizado con mayor franqueza con aquellos compatriotas opositores que colocan la hipótesis de fraude en el centro de todo esfuerzo electoral. Durante todos estos meses les exigí subordinar sus planteamientos a la tarea de buscar el voto y evitar el escepticismo con el acto electoral, porque el mismo conduciría a la abstención. Hoy -sin necesariamente retractarme de aquellas posiciones, pero visto lo acontecido durante la “trampaña electoral” chavista y sobre todo el día de las votaciones- he de reconocer una considerable porción de validez en los llamamientos de varias organizaciones ciudadanas y voceros particulares hacia la exigencia de mayor equidad, confiabilidad y transparencia en todos los aspectos concernidos en el proceso electoral.
Hoy día el clamor por tales exigencias rebasa con creces a esas organizaciones e individuos. Son millones los venezolanos insatisfechos por la manera desigual y técnicamente opaca como se desarrollaron tanto la campaña como las votaciones. Corresponde a los dirigentes políticos dar respuesta a ese clamor, porque esta vez la culpa de la tendencia abstencionista se ha colocado del lado de quienes ignoren su deber de luchar con firmeza por unas condiciones electorales menos humillantes y sesgadas de lo que hoy tenemos.
Nadie es aquí tan ingenuo para esperar que en el contexto paradictatorial que nos envuelve tendremos unas elecciones totalmente limpias, transparentes y democráticas. Pero es indudable que una denuncia sustanciada de tales excesos y la exigencia unida de mejores condiciones, formulada con determinación y en escala nacional e internacional, lograría contener y limitar en alguna medida la hiperbólica tramposería de la que estamos siendo víctimas los electores venezolanos de todas las ubicaciones políticas.
No será fácil el encuentro de una posición unida en torno a este vital asunto. La diversidad y desigualdad de las hipótesis, énfasis y soluciones que se barajan en los distintos grupos, especialistas y organizaciones partidistas –algunas claramente descabelladas- dará lugar a un complejo debate para alcanzar un pliego común de denuncias y exigencias concretas en la materia. Pero tal dificultad no descalifica la urgencia de tal esfuerzo.
Sugiero a las organizaciones civiles que se ocupan del tema electoral que inicien de inmediato un camino de encuentro en ese sentido. Las exigencias mínimas que acaba de publicar el Grupo la Colina, las investigaciones presentadas por Esdata y las propuestas de Luis M. Aguana, entre otras, junto al acopio de miles de denuncias y testimonios de electores comunes, son un punto de partida idóneo para tal propósito.
Resulta criminal que estas legítimas preocupaciones reciban el tratamiento arrogante y socarrón que algunos insisten en prodigarle por estos días.
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