Pensándolo bien,
aquí estamos
Alonso Moleiro
Más de una vez pensé que si el chavismo llegaba a triunfar de nuevo difícilmente iba a quedarnos en el camino una decisión distinta a emigrar de Venezuela.
Una apreciación relativamente extendida en mi entorno de amigos y relaciones, fundamentada en el sentido común: no tiene sentido seguir siendo partícipe de esta cocción a fuego lento en la cual quedan comprometidos los mejores años de nuestras vidas como rehén de un atajo de lunáticos extraviados que no tiene la menor idea de la gestión de gobierno y que toma por buenas tesis que han expirado en todo el mundo. Si ya hemos perdido 14 preciosos años en este plan, constituye toda una tontería, ya con hijos, hipotecar otros seis.
Cruzamos el umbral del 7 de octubre, sin embargo, y como suele suceder, aquella certidumbre comenzó a experimentar una apreciable metamorfosis. El lunes 8 no estábamos en presencia de ningún erial producto de una hecatombe nuclear.
No fuimos teletransportados a otra dimensión. Las circunstancias no eran precisamente gratas, pero todavía nos podíamos ver al espejo y comprobar que, en efecto, seguimos vivos.
Ahí estaba la calle, esperando por nosotros, para continuar con nuestras vidas; los días y las semanas organizados en una agenda, invitándonos a reincorporarnos.
Noviembre, diciembre y enero dejaban de ser vocablos en blanco; ya se estaban rellenando de planes y tentativas. La secuencia de compromisos, citas, fechas para el asueto y la recreación que van vertebrando nuestra cotidianidad. Así fue como Arturo Uslar Pietro definió alguna vez la palabra futuro: "la repetición del desafío diario que es vivir".
Y ese es el detalle: aquí tenemos una vida. Un estructurado sistema de relaciones, afectos, proyectos, raíces y expectativas. No es un asunto que se trueca; no se trata de un par de zapatos. No es tan sencillo transarla; no la venden, necesariamente, en otros lados; no se compra en una farmacia. "Comenzar de nuevo", llegados al cuarto piso de la existencia, puede constituir todo un espejismo en esa quimera que llaman "el extranjero". Los atractivos confines que imaginamos ideales cuando los visitamos en vacaciones, poblados, sin embargo, de otros malestares y otras contrariedades, especialmente patentes en esta circunstancia histórica por cierto.
Así como juzgo comprensible que a algunos de mis amigos les luzca cuesta arriba regresarse, y por lo tanto lo descarten, debo reconocerme que tomar la decisión de irse es extremadamente compleja en cierto momento de la adultez productiva.
Marchar al extranjero para huir de la realidad puede resultar lo mismo que irse a jugar el destino en un casino: claro que se puede ganar, pero si usted pierde, o si se le ocurre doblar la apuesta, ya sabe dónde queda la puerta.
Una vida, por cierto, que tampoco es justo dar por "perdida" en virtud del desafortunado equipo de gobierno que tenemos, inexplicablemente premiado de nuevo con el favor de la mitad del país. Por mucho que sea verdad que el paso de los días en Venezuela tiene momentos absolutamente infernales, en 14 años, a fin de cuentas, algo hemos hecho. Yo no puedo decir que he perdido 14 años de mi vida.
Todo lo contrario. Cuando veo para atrás, a pesar de todos los pesares, que abundan, tengo que reconocer que he llevado una vida feliz en Venezuela. La lucha que nos ha hecho librar el chavismo para defender a nuestro país de la barbarie forma parte de la historia que describo.
Creo, además, que no soy el único. Hemos librado una plausible batalla para luchar por hacer realidad nuestros sueños, y acá estamos, acompañados por nuestros amigos, los que siguen aquí y los que se fueron, conjurados para ser felices aún a pesar de que los domingos exista Aló Presidente. Dispuestos a trabajar y a tenderle la mano a aquellos que no lo son.
Ilustro la reflexión con una anécdota: esta misma semana, Carlos Raúl Hernández, Angel Rangel, Leonardo Morales, Gustavo Rodríguez y otros amigos cercanos ligados a la causa, me llamaron. El motivo era uno sólo: me estaban esperando para incorporarme de nuevo. Era necesario, decían, hacer un pronunciamiento para motivar a la ciudadanía a acudir a votar para defender las gobernaciones este 15 de diciembre. También a ellos les parecía inconcebible un futuro mediato con Hugo Chávez atormentando a la sociedad con sus destemplanzas. Pero la vida, y la lucha, continúan para todos.
Yo no sé, ni lo quiero saber, qué va a ser de nuestras vidas en los próximos seis años. Nadie puede saber eso. En lo tocante a mis proyectos, apenas atino a descifrar parte de los dos meses que siguen. Por lo demás, aunque a veces no lo parezca, la política no ocupa, ni con mucho, todo mi tiempo disponible. No soy político profesional y no aspiro a serlo; no quiero ejercer cargos; aprecio mucho los domingos en mi casa; no me interesa estarle dando la mano a personas que no conozco en recorridos ni enseñar el dedo pulgar en señal de victoria en afiches promocionales.
En esta entrega quería dejar consignada, únicamente, mi imposibilidad de reprogramarme, de recomenzar mi vida dándole a un botón; de inventar otra persona, con otros intereses y otros gustos.
De reaparecer en Panamá vendiendo salchichas únicamente porque este país decidió consagrar el disparate de entregarle un cheque en blanco a una persona como el actual Presidente de la Republica.
Aqui estamos y aqui seguimos.
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