LA DICTADURA PERFECTA
MARIANO NAVA CONTRERAS
El Universal
Recuerdo el lío que se armó el día que Mario Vargas Llosa dijo que México era una dictadura perfecta. Corría el año de 1990 y en el país mandaba el PRI casi desde los tiempos de la Revolución. Octavio Paz lo había invitado para que fuera a hablar de política, pero claro, no de política mexicana. Don Mario se dio el tupé de lanzar la ingeniosa frase nada menos que en los estudios de Televisa, ante una audiencia de miles de telespectadores, en un canal declaradamente progubernamental. Las reacciones no se hicieron esperar. De inmediato intelectuales de uno y otro lado del Atlántico tomaron posición en torno a las afirmaciones del peruano. Aquello fue como si hubieran abierto la caja de Pandora. Paz el primero, pero también otros como Mutis, Fuentes, Saramago, Marsé, Trías o Goytisolo hicieron declaraciones o publicaron artículos, avivando una polémica que aún hoy, no debe extrañarnos, mantiene toda su vigencia.
Hay que ver que si hay alguien que sabe reconocer una dictadura es Don Mario. Supo denunciar el régimen cubano cuando aún casi todos los intelectuales latinoamericanos se deslumbraban con su espejismo, lo que le atrajo la enemistad de la mayoría de ellos. Hace poco, en una entrevista ofrecida a Televisión Española, Don Mario confesó que lo hizo ayudado por el célebre libro de Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos. En él, el filósofo austríaco se atrevió a acusar nada menos que a la República de Platón, el sacta sactorumdel pensamiento utópico, de ser un sistema totalitario. Las consecuencias del libro de Popper fueron demoledoras, y el pensamiento político ya no pudo ser el mismo. Pero sobre todo Popper nos ayudó a descubrir a los enemigos de la libertad allí donde menos nos hubiéramos imaginado, y puso en evidencia las perversiones de la utopía.
Es verdad que todavía hoy, cuando nos hablan de una dictadura latinoamericana, pensamos de inmediato en el típico régimen militarista de derechas, con un general sureño al mando, de apellido italiano y cara de pocos amigos. Pensamos en torturados y desaparecidos, tal y como salen en La noche de los lápices y en algunas canciones de Rubén Blades, tal y como dolorosamente ocurrió en algunos países. Pero, si todo ha cambiado tanto estos últimos años, ¿por qué no habrían de hacerlo también las dictaduras?
Las dictaduras del siglo XXI poco tienen que ver con este cliché heredado de nuestros turbulentos 70's. Hoy lucen mil veces más sutiles y sofisticadas, más perfeccionadas. Tanto, que algunas veces es dificilísimo identificarlas. Concientes de la unánime condena de que son objeto, han aprendido a disimularse y mimetizarse en grado superlativo. Lo primero que hay que tener en cuenta es que ponen mucho cuidado en guardar apariencias democráticas, y en ello emplean toda la fuerza de su retórica. Se empeñan, por ejemplo, en demostrar que las elecciones que organizan son limpias, que hay libertad de expresión, derechos humanos. Crean una paralegalidad y confunden a los ciudadanos en ella. Sus mecanismos de coerción, manipulación y control escapan a la percepción de la gente, para lo cual aprovechan la tecnología más avanzada. Solo utilizan la represión en momentos estelares y escogidos, a veces de manera sigilosa. Clandestinamente venden los recursos del país a los grandes capitales internacionales, que financian con cinismo e hipocresía sus proyectos hegemónicos. Cada vez más aisladas en un mundo libre, se apoyan y auxilian mutuamente, más allá de las fronteras políticas y culturales: las dictaduras son, actualmente, una gran alianza transnacional.
Que nadie se confunda. Hoy por hoy la dictadura más perfecta se parece demasiado a la democracia. Pero hay un punto esencial en el que sigue siendo como las típicas dictaduras de siempre. Una invariable contradicción que no puede disimular ni mucho menos en la que puede transigir, y es la concentración del poder en un solo hombre, y su pretensión de quedarse con él por tiempo indefinido.
marianonava@gmail.com
Hay que ver que si hay alguien que sabe reconocer una dictadura es Don Mario. Supo denunciar el régimen cubano cuando aún casi todos los intelectuales latinoamericanos se deslumbraban con su espejismo, lo que le atrajo la enemistad de la mayoría de ellos. Hace poco, en una entrevista ofrecida a Televisión Española, Don Mario confesó que lo hizo ayudado por el célebre libro de Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos. En él, el filósofo austríaco se atrevió a acusar nada menos que a la República de Platón, el sacta sactorumdel pensamiento utópico, de ser un sistema totalitario. Las consecuencias del libro de Popper fueron demoledoras, y el pensamiento político ya no pudo ser el mismo. Pero sobre todo Popper nos ayudó a descubrir a los enemigos de la libertad allí donde menos nos hubiéramos imaginado, y puso en evidencia las perversiones de la utopía.
Es verdad que todavía hoy, cuando nos hablan de una dictadura latinoamericana, pensamos de inmediato en el típico régimen militarista de derechas, con un general sureño al mando, de apellido italiano y cara de pocos amigos. Pensamos en torturados y desaparecidos, tal y como salen en La noche de los lápices y en algunas canciones de Rubén Blades, tal y como dolorosamente ocurrió en algunos países. Pero, si todo ha cambiado tanto estos últimos años, ¿por qué no habrían de hacerlo también las dictaduras?
Las dictaduras del siglo XXI poco tienen que ver con este cliché heredado de nuestros turbulentos 70's. Hoy lucen mil veces más sutiles y sofisticadas, más perfeccionadas. Tanto, que algunas veces es dificilísimo identificarlas. Concientes de la unánime condena de que son objeto, han aprendido a disimularse y mimetizarse en grado superlativo. Lo primero que hay que tener en cuenta es que ponen mucho cuidado en guardar apariencias democráticas, y en ello emplean toda la fuerza de su retórica. Se empeñan, por ejemplo, en demostrar que las elecciones que organizan son limpias, que hay libertad de expresión, derechos humanos. Crean una paralegalidad y confunden a los ciudadanos en ella. Sus mecanismos de coerción, manipulación y control escapan a la percepción de la gente, para lo cual aprovechan la tecnología más avanzada. Solo utilizan la represión en momentos estelares y escogidos, a veces de manera sigilosa. Clandestinamente venden los recursos del país a los grandes capitales internacionales, que financian con cinismo e hipocresía sus proyectos hegemónicos. Cada vez más aisladas en un mundo libre, se apoyan y auxilian mutuamente, más allá de las fronteras políticas y culturales: las dictaduras son, actualmente, una gran alianza transnacional.
Que nadie se confunda. Hoy por hoy la dictadura más perfecta se parece demasiado a la democracia. Pero hay un punto esencial en el que sigue siendo como las típicas dictaduras de siempre. Una invariable contradicción que no puede disimular ni mucho menos en la que puede transigir, y es la concentración del poder en un solo hombre, y su pretensión de quedarse con él por tiempo indefinido.
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