Andrés Hoyos
El Espectador
Fábulas bíblicas aparte, lo normal es que Goliat le gane a David, como sucedió este domingo en Venezuela.
Sin embargo, por más votos que saque, Hugo Chávez pisa territorio antidemocrático hace mucho tiempo, a menos que uno acepte que la democracia es apenas “la voluntad de las mayorías”, como propone William Ospina, definición por cuyas grietas cabrían incluso Mussolini y Hitler, quienes contaron con ellas durante años. Y es que si desaparecen los pesos y contrapesos, si el poder no está limitado y no existe alternación, desaparece la democracia, se hagan o no muchas elecciones. No puede ser democrático un Estado que usa las rentas colosales que le provee el subsuelo para torcer una y otra vez el resultado de las votaciones en beneficio de una sola persona. ¿Que Chávez en 14 años redujo la pobreza y aumentó el cubrimiento educativo? Vaya proeza, lograda con un presupuesto de centenares de miles de millones de dólares y en parte al debe. Mientras tanto, en las calles y veredas del país se vive una inseguridad aterradora. La Venezuela oficial no es hoy un país productivo, ni emprendedor ni innovador en casi ninguna materia (el sistema semioficial de orquestas de José Antonio Abreu quizá sea la excepción). En contraste, muchos venezolanos triunfan en el mundo, como los maravillosos beisbolistas que juegan en las Grandes Ligas en la entraña misma del imperio.
Varias cosas se confirmaron este domingo. La primera es que la democracia sigue siendo una planta muy difícil de aclimatar en buena parte de América Latina. Entra el caudillo con su cuadrilla sedienta de poder y ambos se aferran a él hasta exprimirle la última gota. Se habla de vocación de servicio, pero lo que hay es vocación de servirse y volverse a servir, no con cuchara, sino con retroexcavadora. ¡Qué triste es el servilismo ante el poder! Adelante, comandante, duro con ellos, quédese con lo que quiera y fresco que nadie le va a pedir cuentas de nada.
Igualmente quedó demostrado que el populismo polarizador, bien financiado, es un arma política muy potente y dañina. Tanto así que en cualquier país con grandes rentas ya una única reelección presidencial es peligrosa. Diferente sería el panorama si el Estado tuviera que financiar sus programas con impuestos, porque entonces los electores le revisarían al mandamás hasta el último centavo. También quedó zanjado el dilema de los medios de comunicación masiva: cuando éstos se hallan en manos de los grandes grupos económicos surgen notables inconvenientes que deben confrontarse, pero es infinitamente peor si caen en manos del Estado, el cual no los vuelve a soltar jamás.
De regreso a las elecciones en sí, Capriles va a terminar con 6,5 millones de votos, convirtiéndose en un fenómeno. Todo dependerá de cómo administra una representación tan grande. Y ojo a un detalle: aun perdedor, Capriles es peligroso para Chávez, así que los venezolanos tienen que cuidarlo porque el régimen mañana va a inventar que su tía abuela robó un banco en 1923 y que él tendrá que ir a la cárcel por cómplice. Remember Rosales, cuyo “crimen” constó de dos millones de votos menos.
Hay, por último, al menos un venezolano que no va a descansar en paz: Simón Bolívar. El Libertador tenía la esperanza de que ganara la oposición para volver por fin tranquilo a su tumba, pero no se pudo, de suerte que durante otros seis años van a abusar de sus adoloridos huesos sin que pueda decir ni mu.
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