Enrique
Viloria Vera
El ingenio
popular tiene la sapiencia de identificar las características de personalidad,
los rasgos físicos, las costumbres, las virtudes y defectos que definen la
imagen de un mandatario a los ojos de esa opinión pública implacable que se
llama pueblo.
En nuestro caso, esa práctica nos viene fresca
y arraigada desde que éramos españoles, y nuestros reyes fueron conocidos como
Alfonso X, El Sabio; Carlos I, El Emperador; Felipe El Hermoso; Carlos II, El
Hechizado; Felipe II, El Prudente; Felipe II de Aragón e Isabel I de Castilla,
Los Reyes Católicos; Carlos III, El
Ilustrado; Fernando VI, El Justo; Juana La Loca entre otros, hasta llegar al repudiado José I, Pepe Botella.
En Venezuela,
apodos emblemáticos desde que nos declaramos independientes de España han sido:
Bolívar, El Libertador; Páez, El León de
Payara; Guzmán Blanco, El Ilustre Americano; Cipriano Castro, El Cabito; Gómez, El Bagre;
López Contreras, El Ronquito; Betancourt, El Cacique de Guatire; Carlos Andrés, Locoven, entre los más
recordados.
Sin duda
alguna que el record le corresponde al recientemente fallecido Hugo Chávez,
quien en sus catorce años de largo e ineficiente mandato fue conocido como:
Esteban, Tribilín, El que te conté, El Mandón, Chacumbelé, El Héroe del Museo
Militar. Don Regalón, Pepe Ganga, El Líder, El Hijo de Fidel, el Sobrino de
Raúl, El Iluminado de Sabaneta, El Corazón de la Patria , y paremos de
contar.
El actual ya
va teniendo lo suyo, sólo a efectos de la pêtite
histoire recojo los que el imaginario popular viene proponiendo: El Ilegítimo,
El Impuesto, Platanote, Toripollo. Alguien me decía que mejor le sentaba el
apodo EL Soso, y la verdad es que
viendo y oyendo sus latosas y fastidiosas intervenciones, lineales y sin
gracia, previsibles, predecibles, que
buscan ganar ascendencia personal y política a fuerza de cadenas nacionales
insulsas y sin relevancia, me acuerdo de lo que decía mi abuela: es más desabrido que un huevo sin sal.
En fin nuestro
Soso de todos los días, encadenado, falto de apostura y salero, busca emular a
toda costa a su Padre político, sin embargo, muy a su pesar como Ariel nunca
podrá ser: aquél que encadenado también escribía, cantaba, diseñaba, declamaba
y hasta le bailaba ballet.
¡Cómo Ariel no podrá ser!
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