La conexión Venezuela-Cuba tras el 14A
ÁLVARO VARGAS LLOSA
El Instituto Independiente
Algo sucedió en Venezuela para que Nicolás Maduro, que la noche del domingo 14 de abril, en su primera intervención tras el resultado dado por el Consejo Nacional Electoral al 99 por ciento del escrutinio, había aceptado un nuevo recuento de todos los votos, diera marcha atrás a la mañana siguiente y se proclamara Presidente electo. Ese algo, a juicio de la oposición pero también de miembros del régimen que han suministrado información a diplomáticos y observadores extranjeros, fue Cuba. Un dato clave a tener en cuenta ahora que se hacen tantas conjeturas, en medio de la grave crisis de la economía venezolana, sobre el futuro del subsidio del país llanero a Cuba.
Hay poderosas razones para sospechar que fue decisiva la participación de La Habana con el propósito de evitar un escenario que podía acabar dando el triunfo a la oposición o debilitando a Maduro de cara al propio aparato de poder. El mismo Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional y uno de los adversarios de Maduro dentro del Estado, publicó un llamado a la autocrítica en su cuenta de Twitter que fue ampliamente interpretado como un ataque a Maduro por haber perdido más de 700 mil votos del total obtenido por Chávez en las presidenciales de octubre pasado.
En las horas siguientes sucedieron varias cosas que refuerzan esta versión. Cuba anunció, por vía del viceministro de Salud, Roberto González, que se mantendría la colaboración médica, es decir, la presencia de miles de cooperantes de ese país. Es una confirmación que nunca había sido necesario dar en tiempos de Chávez. Con poca diferencia de horas, Maduro ratificó a Jorge Arreaza, el yerno de Chávez, casado con Rosa Virginia, como vicepresidente ejecutivo, es decir como “número dos” del gobierno. Arreaza fue una presencia constante y muy notoria al lado de Chávez durante su tratamiento en La Habana y posteriormente durante su lenta agonía, siempre junto a su esposa, Rosa Virginia, la hija del mandatario, y de tanto en tanto junto a Nicolás Maduro y la mujer de éste, Cilia Flores. Al grupo se sumaba, esporádicamente, Rafael Ramírez, jefe de PDVSA, el ente petrolero. Este anillo político alrededor de Chávez -lo que en algún texto pasado llamé el “núcleo civil” del régimen sucesorio- organizó con Castro y compañía en La Habana la transición venezolana del mandatario difunto a Maduro.
La ratificación de Arreaza era un mensaje muy claro de Maduro a Cuba que quería decir: todo sigue igual. Pero también encerraba un mensaje al aparato de poder en Venezuela: Cuba me respalda y cualquier intento de moverme el piso será respondido sin contemplaciones con ayuda de la inteligencia cubana.
Hay debate sobre cuándo, exactamente, empezó la relación de complicidad entre Maduro y Cuba. En las últimas semanas ha aparecido el testimonio de un ex agente secreto cubano, hoy exiliado en Estados Unidos, llamado “Hernando”, que asegura que Maduro fue reclutado por la Embajada cubana en Caracas antes de que Chávez llegase al poder. Otros testimonios hablan de una relación muy posterior. Maduro fue un sindicalista vinculado al transporte y joven militante de grupos de izquierda marxista. Su esposa, la hoy Procuradora de la República, es la abogada que defendió a Chávez cuando el militar pasó por la cárcel tras su intento de golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez en 1992. Fue a través de ella que Maduro se vinculó al futuro Presidente cuando éste, ya en libertad, empezó a organizar su ascenso al poder.
Tuviera o no un antiguo nexo con Cuba, lo cierto es que fue sólo en su condición de canciller, muy entrado el gobierno de Chávez, que Maduro estrechó la relación con La Habana y se ganó la confianza de Raúl Castro, cuya influencia en la decisión de nombrar delfín al hoy cuestionado gobernante fue determinante. Mientras el ex militar, vicepresidente del partido oficialista y jefe de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, y Elías Jaua, que ejercía de vicepresidente ejecutivo, maniobraban para hacerse con la sucesión, Chávez recibía de Cuba información y asesoría que iban empujándolo en la dirección de Maduro. De esos tres colaboradores, el único en el que La Habana confiaba, según información que Estados Unidos y Canadá han recabado en la propia isla, era el ex conductor del Metro de Caracas y durante mucho tiempo canciller venezolano.
Por eso, durante la etapa final de la enfermedad de Chávez, se vio a Maduro viajar con frecuencia a La Habana y hacer grupo con Rosa Virginia y Jorge Arreaza, a quien el agonizante mandatario ya veía como guardián y garante de su revolución junto a Maduro. Recostarse sobre la familia delataba un natural instinto de preservación en su hora de debilidad.
Desde la muerte de Chávez, ha surgido la pregunta: ¿podrá Venezuela seguir sosteniendo a Cuba como lo ha hecho hasta ahora? El subsidio venezolano se otorga en forma de petróleo, pero buena parte del crudo es revendido por La Habana de tal forma que, además de cubrir sus necesidades energéticas, la isla obtiene divisas para toda clase de otras urgencias. Es un subsidio que supera en términos anuales el que recibía Cuba de la Unión Soviética (y que alcanzaba entre cinco mil y seis mil millones de dólares anuales).
Maduro no puede, en el estado de debilidad en que está, recortar ese subsidio a Cuba. Por tanto, tiene que evaluar seriamente la posibilidad de reducírselo al conjunto de países de Petrocaribe y de la Alba (dieciocho en total, a lo que se suma Argentina, un caso aparte) que también se benefician. Esto, porque hace mucho rato que los compromisos venezolanos desbordaron las posibilidades reales de PDVSA y de la atribulada contabilidad gubernamental. Todo ello en medio de una crisis que implica un déficit fiscal de 15 por ciento del PIB, un aparato productivo colapsado, una dependencia de las importaciones para prácticamente todas las necesidades básicas y una inflación que supera el 25 por ciento anual. Las realidades contables chocan hoy con el diseño geopolítico del chavismo y ha llegado la hora de priorizar la ayuda exterior, porque de lo contrario la situación interna puede poner en riesgo la supervivencia del régimen.
El subsidio a los países que forman parte de Petrocaribe implica el envío de petróleo en condiciones sumamente cómodas: los beneficiarios tienen 25 años para pagarlos a tasas de interés mínimas (más o menos uno por ciento); en muchos casos lo hacen en productos, no en dinero. Aunque la cifra exacta varía, en total Caracas entrega unos 240 mil barriles diarios, de los cuales algo más de 100 mil son para Cuba. El segundo destinatario es la República Dominicana, con 50 mil barriles (la ayuda le cubre 40 por ciento de la demanda energética). Pero otros países han acumulado deudas muy significativas con Venezuela, que probablemente nunca pagarán. Jamaica, por ejemplo, se ha beneficiado con el equivalente a unos 2,400 millones de dólares, de los cuales no ha pagado más de 150 millones.
En el caso de los países del Alba, el subsidio se da de muchas maneras, además de envíos de petróleo en ciertos casos. Una es el suministro de diésel y gasóleo, como el que recibe Bolivia y que La Paz revende en el mercado local a un precio subvencionado. Ecuador también obtiene combustible. Este país produce petróleo, pero tiene problemas para refinarlo, por lo que en 2007 Chávez y Correa suscribieron un acuerdo para que Quito enviara a Venezuela crudo a cambio de productos refinados. También se dan casos al margen de la Alba de ayuda exterior cuantiosa. Por ejemplo, la compra de deuda argentina (además del envío de combustible a ese país también).
Los compromisos de Venezuela, sin embargo, no son sostenibles en los volúmenes actuales. La empresa petrolera produce un millón doscientos mil barriles diarios menos que cuando Chávez llegó al poder y la demanda de combustibles por parte de sus aliados y dependientes es tal que la propia Venezuela ha tenido en años recientes que importarlos para reenviárselos a ellos. Una tercera parte del combustible enviado a Ecuador desde 2009 ha sido en realidad importado en lugar de producido por Venezuela.
Parte del problema viene del uso de los recursos del petróleo dentro de la propia Venezuela. El gobierno subvenciona la gasolina a niveles que han mantenido el precio de litro a unos tres centavos de dólar. En total, el subsidio a la gasolina y al diésel dentro de Venezuela representa casi unos 20 mil millones de dólares, más que lo destinado a la educación y la salud. Cada año, el gobierno extrae de PDVSA unos 45 mil millones en forma tanto de impuestos y regalías como de contribución al Fondo Nacional para el Desarrollo Endógeno. El resultado es una empresa que se ha ido descapitalizando, por ejemplo con la falta de renovación o expansión de las refinerías y del capital físico en general, para no hablar de que la exploración de petróleo está detenida en la práctica.
Todo esto habría producido una crisis mucho peor de la que ya hay si no fuese por China, con la que Venezuela ha suscrito acuerdos. Pekín otorga créditos y hace compromisos de inversión a cambio de que Caracas envíe unos 600 mil barriles de crudo diarios. Pero, a medida que ha caído la producción y han crecido los compromisos externos, la atadura que representa ese envío de crudo a China ha obligado a Venezuela a endeudarse más, ya que implica suministrar cientos de miles de barriles al país asiático sin recibir dinero por ello (los créditos chinos fueron recibidos anticipadamente y ya se han gastado). El resultado es una deuda total con el exterior (incluyendo a China, pero a otros países también) que, aunque no se publica nunca, los observadores independientes creen que podría situarse entre los 150 mil y los 200 mil millones de dólares.
Todo esto apunta a que, pase lo que pase políticamente, más temprano que tarde se tendrán que reducir significativamente y priorizar los subsidios de la petrodiplomacia (ya se habla abiertamente de una disminución de lo que recibe Bolivia). Maduro, como antes Hugo Chávez, tiene una fuerte dependencia política de La Habana. Esa dependencia se relaciona con el soporte ideológico y político, y la ayuda en temas de seguridad, que Cuba le otorga. Maduro necesita tratar de consolidarse después de una sucesión cuestionada por los adversarios del régimen y acaso amenazada por corrientes internas. En estos momentos, por tanto, Maduro necesita a La Habana por razones que tienen mucho más que ver con el manejo del aparato de control político que con Misión Milagro, Misión Barrio Adentro y los demás programas que cuentan con participación cubana. Chávez habló hace un par de años de unos 45 mil cubanos que prestan ayuda en temas sociales, pero la cifra incluye un alto número de agentes de seguridad y militares cuyo rol clave es sostener al gobierno y defenderlo de sus adversarios.
Este es el escenario al que se enfrenta Maduro, en medio de graves cuestionamientos a su legitimidad tras un proceso plagado de irregularidades y un comportamiento autoritario que delata mucho nerviosismo en el gobierno. Desde el exterior, los amigos, aliados y satélites observan los acontecimientos con gran preocupación, pero ninguno tanto como Cuba, cuyo gobierno a su vez depende para su sostenimiento del subsidio venezolano. En su hora de mayor vulnerabilidad, Maduro se aferra a La Habana con firmeza y está obligado a sacrificar parcialmente otras alianzas y algunos vasallajes para mantener el envío de los cien mil y pico de barriles que le aseguran, piensa él, la permanencia en el poder.
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