domingo, 21 de abril de 2013


LA REVOLUCIÓN QUEDÓ FRACTURADA

        Argelia Ríos

No es posible decirlo de otra manera: la revolución experimenta un incontestable ocaso. El esplendor de sus mejores momentos está en plena extinción. La insuficiente votación obtenida el 14-A exteriorizó su decadencia: la degeneración ya venía ocurriendo acompasadamente, pero la presencia de Hugo Chávez enmascaraba todo signo de agotamiento.
El propio comandante había atajado el fenómeno: no en vano, durante su última campaña electoral ofreció que reduciría el acento hiperpolítico de su Gobierno, para emprender rectificaciones profundas en la gestión. El llamado “libertador de los oprimidos” sabía que “el proceso” se encontraba atrapado en una comprometida inercia vegetativa: sabía que su figura era la bombona de oxígeno mediante la cual respiraba “el proyecto” y sus encumbrados dirigentes.
Tras su muerte, el ritmo de la degradación adquirió una velocidad vertiginosa: el bolivariano es hoy un proceso jadeante; un experimento que nadie está en condiciones de continuar. No al menos con las formas y las maneras del desaparecido Presidente, a quien le sobraba el talento de los mejores alquimistas. Lo que viene en adelante es cualquier cosa, pero -aunque se siga hablando de ella y en su nombre- nunca será lo que Chávez proclamó como “revolución”.
Apuros existenciales 
Lo que acabamos de ver en la elección revela que la revolución se ha encogido, como lo hacen los organismos que envejecen por causa del paso inexorable del tiempo. Con la desaparición física de su fundador, se ha sepultado también la consistencia de su modelo político-ideológico. Aquello que fue de acero macizo, es ahora un cuerpo gelatinoso y soluble.
“El heredero” -como todos quienes reclaman su parte en el testamento- no tiene cómo preservar esa densidad que una vez aseguró la imperturbabilidad de las fuerzas bolivarianas. Nadie sino Chávez podía dotar de contenidos al denominado “socialismo del siglo XXI”: los que le rodeaban eran simples ventrílocuos; bufones todos a la orden del circo palaciego… Los integrantes de “la sucesión” personifican las carencias a las que el fundador aludió en tantas ocasiones: ellos fueron su dolor de cabeza y el objeto de sus decepciones. Devenidos ahora en timoneles del “proceso”, éste se halla condenado a no ser otra cosa que un Gobierno normal: una administración sin apelativos, a la cual la opinión pública evaluará más por eficiencia que por sus resabios rupturistas. Como bien rezaba el lema de campaña de Henrique Capriles, “Maduro no es Chávez”, ni tampoco quienes lo circundan en este apuro existencial, donde la ideología desembocó en una coartada para hacer de Venezuela el botín de una pandilla de filibusteros.
Chavismo y alternabilidad 
Chávez supo proyectarse como un hombre fuera de serie: una figura sin molde, cuya superioridad -a los ojos de sus leales seguidores- abarcaba el más amplio espectro: “el gigante inmortal” -según lo definen la obsecuencia y la adulación- dominó con sin igual destreza en el campo político, en el social y, también, en el terreno de la moral, el mejor trabajado en las manipulaciones propagandistas del régimen… Después de su partida -y a juzgar por los resultados electorales- el país ha comenzado a aceptar que, luego de la muerte del comandante, Venezuela tiene ahora por delante otra historia: todo indica que los venezolanos se están preparando para darle la bienvenida a un cambio y que, dentro del propio pueblo chavista, emergen ya grupos reblandecidos, desprovistos del antiguo frenesí que sólo el malogrado presidente podía incentivar en ellos.
El lecho de roca se ha resquebrajado: la población bolivariana dejó de ser indiferente frente a Capriles y la “democracia social”. La alternabilidad -denostada mientras existía el comandante- ya no es un anhelo solo de los opositores. El hecho es una puñalada al corazón de la hegemonía “quintorrepublicana”, que hoy se muestra tambaleante y desconcertada.
La gruesa porción de oficialistas que el 14-A votó por Capriles, constituye el signo de los tiempos que ese día comenzaron a correr. No es cualquier cosa lo que ha ocurrido, pues es obvio que otro carisma se ha abierto paso en el paisaje político nacional. Subestimado hasta la procacidad, el candidato de la Unidad consiguió convencer a un auditorio ajeno, para fracturar los cimientos de un “proceso” que ya, desde hace rato, exhibe profundas fallas estructurales.
El Gobierno de los “locos” 
“El proceso” se enfrenta nada menos que a su progresivo desempoderamiento. Las bravuconadas de su vocería hacen parte del duelo y la negación; pero, en especial, de la impotencia y la orfandad: la coyuntura es dramática y le trasciende. Sin su líder fundador, la revolución no ha perdido únicamente a un “padre”: con el deceso del Presidente se evaporan los atractivos de su propuesta y los encantos que él -con sus magníficas aptitudes didácticas- logró asignarle a su proyecto de poder… Con los resultados del 14-A, no es un atrevimiento vislumbrar que el hechizo no tardará en deshacerse por completo: las facultades de “la sucesión” son exiguas y ruinosas.
Aquel tribuno soberbio que se desplegaba entero para hacer pedagogía ideológica, ha sido sustituido por figuras desangeladas y de abreviada facundia, incapacitadas para conservarle al experimento bolivariano sus rasgos místico-religiosos.
Toda iglesia necesita evangelistas bien dotados, muy diferentes a estos apóstoles enemistados con la buena oratoria, que -de tanta vaciedad- han reducido el debate a una letanía abundante en infantilismos y bagatelas. El detalle no carece de importancia: las ligerezas e insolvencias de la nueva conducción colectiva de la revolución afectarán severamente la estabilidad y gobernabilidad del país… Es una ironía que habiendo sido Chávez quien contenía los demonios de la polarización y de sus fallas de gestión, sean ahora sus “herederos” -con sus cortedades- los factores que más riesgo le representan a la tranquilidad del país. El propio Diosdado Cabello lo admite: “¡Tengan cuidado: somos unos locos¡”.

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