lunes, 8 de abril de 2013


PALABRAS DE ELIAS PINO ITURRIETA EN ACTO DE ARTISTAS CON HENRIQUE CAPRILES


Elias Pino Iturrieta


En la anterior campaña hablé en un acto como este, de la Cultura con Capriles, y me han pedido de nuevo unas palabras. Lo haré porque es mi obligación como ciudadano, y porque me siento orgulloso de respaldar otra vez públicamente, sin ocultamiento, a un hombre tan comprometido con la causa de la libertad como es, antes y ahora, Henrique Capriles.
Y aclarado esto diré que la Historia es muchas cosas, pero es, en esencia una hazaña de la libertad. Así lo afirmó Benedetto Croce, un tótem de los historiadores,  y lo acreditan las luchas de la sociedad venezolana frente al personalismo, frente a las militaradas, frente a la estupidez, frente a las dictaduras y a los fenómenos que se les parecen. Luchas no siempre afortunadas, por desdicha, pero capaces de bordar la madeja de un hilo que llega hasta nosotros, los aquí presentes. Porque no nos hemos congregado ahora en el Teatro de Chacao para la apología de un hombre poderoso, ni para clamar por los fueros de un grupo determinado de la colectividad, ni para presentarnos como un conjunto  de seres excepcionales que se asocian a la lumbre de un líder portentoso para iluminar al resto de la sociedad, ni para repetir consignas de ocasión, sino sólo para reconocernos en las luchas de nuestros antecesores artífices de cultura desde los inicios de la república.
En Venezuela la república no es el producto de una faena militar, como se nos ha machacado hasta la fatiga, ni el echarse de bruces en el regazo de un César temporal, sino, en esencia,  la búsqueda de una cohabitación  de estirpe liberal que ha encontrado en sus hombres de pensamiento y en sus creadores de procedencia diversa, el soporte necesario para convertirse en realidad a veces, pero, especialmente, para permanecer como un anhelo y un credo que no tienen fronteras cronológicas. Cuando las épocas han reclamado la comparecencia de sus criaturas para evitar el dominio de los mandones y para custodiar los principios del período fundacional, no han faltado la voz, la pluma, los gestos,  los pinceles, el barro,  las señales de quienes en su momento escogieron la parcela de la cultura para convivir en el campo más amplio de la civilización occidental de cuño democrático.
Hoy no hacemos sino agregarnos a ese elenco, a ese conjunto de luchadores que apenas se diferencian de nosotros por su pertenencia a un lapso determinado, a unas horas singulares, a un desafío ajustado a los requerimientos de cada presente. Pero somos todos hijos de la misma luz y exploradores  de la misma meta,  cada quien desde el confín de sus posibilidades, mas obligados a no cejar en el empeño de una república como la que han buscado desde los orígenes de Venezuela quienes nos han precedido y han llegado hasta el sacrificio para lograrlo.
La nómina de tales antecesores es copiosa y esplendorosa, tan lúcida y lucida  que si me pongo a recordarlos parecería pretencioso. Sólo, por lo tanto, una breve memoria de uno de ellos que no ha sonado tanto, aunque debería: Francisco Javier Yanes, a quien debemos la redacción de las Epístolas catilinarias que circulan en 1835. ¿Qué hace Yanes ante el reto de su tiempo? Da testimonio del horror que le produce la  primera militarada de la historia de Venezuela y se atreve a llamar la atención sobre las pavorosas consecuencias que pueden esperarse de un alzamiento contra el poder legítimo. No se pone a pontificar, sino apenas a describir el suceso que desfila ante sus ojos. Analiza los eventos desde la perspectiva de un observador civil, sin aferrarse a teorías o a autores que le sirvan de apoyo. Deja un testimonio, está presente y quiere que sepan de su presencia los individuos con quienes vive, los venezolanos de entonces, nada más, para que su vida deje un fruto. Nada más, pero lo que parece una modesta contribución se convierte en pilar del republicanismo del siglo XIX y en auxilio de las luchas del siglo XXI.
De eso se trata, entonces. De proseguir la faena. De continuar el trabajo iniciado por los antepasados de la cultura. De ser testigos activos de la actualidad. De demostrar el afecto y la reverencia que ellos – escritores, escribidores, cronistas, costumbristas, poetas, rimadores, pintores mayores y menores, caricaturistas, muchachos con escuela o sin pupitre, maromeros y saltimbanquis, bromistas finos y ordinarios- expresaron desde diversas tribunas por la república a través del tiempo.
Hoy el tiempo nos conmina a hacer  nuestras humildes Catilinarias, a reunirnos alrededor de la figura de Henrique Capriles por lo que representa frente a los negadores del republicanismo, por la trayectoria que exhibe de funcionario civil y cívico, responsable y respetuoso, por ser, en suma,  parte de la madeja de ese hilo en cuyo tejido nos empeñamos desde antiguo. Aquí estamos, pues, Henrique, centenares de artífices de la cultura, a ver si por fin, después de miles de tropiezos,  se nos cumple un anhelo que apenas se ha concretado en ocasiones.  Se lo debemos a la obra de nuestros antecesores, y esperamos llevarlo a cabo con tu victoria en las próximas elecciones.

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