Fausto Masó
¿Gobierna Maduro? Intenta convencer al país de que tenemos un jefe del Estado, atento a las necesidades populares; quiere dejar atrás las tensiones que provocaron el 14 de abril, mientras saca un garrote para amenazar con meter preso a los opositores. Abrirá investigaciones en la Asamblea, evitará convertir a Capriles en un nuevo Mandela pero a los estudiantes, a otros dirigentes, los venezolanos del montón recibirán algo más que gas del bueno, palo y palo. En realidad, Maduro no se ha repuesto de la sorpresa electoral de desvanecer 1 millón de votos en unos días y, de paso, haber perdido legitimidad política, porque ni siquiera los chavistas fanáticos creen que ganó en unas elecciones limpias, y sobran las pruebas de que robaron las elecciones.
De todo esto, frente a los suyos, no habría más que un solo culpable, él mismo. Chávez le dejó una herencia atada y bien atada que en unos cuantos días hizo trizas. Maduro intentó sacarle el jugo a las exequias de Chávez, y ese fue su gran error, al aprovechar con tan poco pudor la muerte del líder ofendiendo los sentimientos populares, porque el luto verdadero exige recogimiento, privacidad, llevar la pena en silencio, no andar pregonando por los cuatro vientos que un político sea el hijo de Chávez, cuando bastaba con repetir que el presidente lo había escogido como su sucesor. Todo esto suena algo ridículo cuando sigue proclamando que los ministros y el presidente sean los hijos de Chávez, como si viviéramos en una monarquía medieval donde la soberanía depende de un lazo consanguíneo, donde la legitimidad dependía de las relaciones familiares. La gente en Venezuela no es tan tonta, no traga que los que andan en camionetas de lujo sean los herederos de Chávez.
Nunca Nicolás Maduro dijo quién era Nicolás Maduro, explicó su programa, analizó al país. Así arrancó una campaña en la que Capriles aceptaba una candidatura sin posibilidades de triunfo, con una desventaja atroz y compitiendo con el poder del Estado, hasta algunos expertos en encuestas le recomendaban preservarse para el futuro. Y ocurrió lo que ocurrió. Hoy suena plausible que Capriles haya ganado las elecciones y que Maduro se las haya robado porque, humanamente, a Nicolás Maduro al final sólo le ha quedado negar la realidad, no admitir que el país lo haya rechazado, que los mismos chavistas en unos cuantos días de lucha electoral concluyeran que no estaba preparado para la Presidencia, lo consideraban un personaje de segunda fila, un burócrata servicial… y votaran por Capriles.
Nicolás no ha despertado a la realidad, se siente confuso porque ha perdido la calle, los chavistas lo miran con lástima y no saben cómo deshacerse de él, y por los corrillos del poder, por Miraflores, se preguntan qué sucederá mañana; y, algo peor, sus ministros declaran lo que les da la gana; Iris Varela se atreve a decir que mandará a prisión a Capriles y la fiscal Ortega debe desautorizarla.
El chavismo se ha puesto patas arriba.
Maduro sufre al verse en el espejo y preguntarse cómo terminará esta tragedia, la destrucción de un poderoso movimiento político en unas semanas, por culpa de una sola persona, él mismo.
¡Qué torta!
Los hijos de Chávez están haciendo quedar mal a su supuesto padre.
Por favor, Maduro, atrévase a reconocer que usted es Nicolás Maduro, un burócrata obediente que fue designado sucesor por extrañas razones que Chávez se llevó a la tumba.
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