domingo, 28 de abril de 2013

LOS FALSOS ROJOS


Cristina Marcano
El País
Por pura casualidad la tarde del lunes 15 de abril presencié en primera fila la escena que dio inicio a las protestas de la oposición en demanda de la revisión de los resultados de las elecciones presidenciales en Venezuela. El tránsito en Caracas era milagrosamente fluido y el ambiente tranquilo pero demasiado sombrío para el trópico. Poca gente y escasos coches en las calles como si el domingo hubiera sido prorrogado.
De pronto, faltando apenas minutos para la proclamación presidencial de Nicolás Maduro, estalló la acción. Unos 30 militares, felinamente agazapados tras unos arbustos, echaron a correr al tiempo que decenas de jóvenes aparecían gritando consignas y agitando banderas por la ancha avenida hacia la que se dirigía el taxi.
Nada extraordinario en la capital venezolana, a no ser por un detalle que llamó mi atención y la del conductor. Habiendo podido impedir que la multitud tomara la principal autopista de la ciudad, con un par de bombas lacrimógenas como acostumbran, los soldados los dejaron hacer y permanecieron alineados al borde, tan solo mirando.
Me pregunté si esperaban órdenes de sus superiores para actuar o una reprimenda. ¿Habrían votado disciplinadamente por Maduro o la mitad de ellos lo habría hecho por su rival, Henrique Capriles? ¿Obedecía esa inusual permisividad a que eran traidores o infiltrados, como cataloga el Gobierno a quienes comen de su mano y votan por la oposición?
Esa misma interrogante, aplicada a un universo de 19 millones de electores, mortifica desde entonces a un Gobierno sorprendido por el aluvión de votos que recibió la oposición, a un presidente inseguro y errático. Sorprendido por cifras difíciles de digerir y aturdido con las cacerolas, que retumbaron hasta en las barriadas pobres. Ilegítimo para millones y bajo sospecha internacional hasta que se demuestre lo contrario.
Lo que iba a ser una gran fiesta para el candidato oficial, confiado en alzarse con un mínimo de ocho puntos de ventaja, terminó siendo un baño de agua helada. Lo que se preveía como una luz verde para la aplanadora chavista y la radicalización de su proyecto político no ha sido más que una exigua victoria con sabor a descalabro.
El hechizo de Chávez no funciona igual desde el más allá. Aunque se invoque su memoria, el carisma no es hereditario. Incluso dando por buenas las cifras que las autoridades electorales aceptaron revisar tras cuatro días de protestas, la realidad es que el equilibrio de fuerzas ha cambiado y la hegemonía chavista en las votaciones ya no es tal.

El hechizo de Hugo Chávez no funciona igual desde el más allá; el carisma no es hereditario
Con la desaparición del caudillo se esfumaron miles de votos, disparando una tendencia que se observa desde 2006, aunque no a semejante velocidad. Desde su reelección en octubre pasado, sus discípulos dilapidaron más de 100.000 votos mensuales.
Políticamente, el país es una naranja cortada a la mitad con precisión, aunque sin balance alguno. Maduro lleva el revés tatuado en el ceño, pero actúa con la misma prepotencia de antes, como si su piso político hubiera quedado intacto. El Gobierno sabe, amargamente, que su ventaja se desplomó de 11 a menos de dos puntos en seis meses mientras que la oposición creció cinco.
Pero antes que reflexionar a fondo sobre las causas, hay quienes, atemorizados por la posibilidad real de perder el poder, buscan conjurar los fantasmas con el simplismo de la depuración ideológica.
Ante el campanazo de los venezolanos, Maduro y compañía han reaccionado torpemente. De manera paranoica y autoritaria. Y, desde hace una semana, propician una cacería de brujas en la Administración pública para detectar a los “falsos rojos”, como algunos denominan a quienes ejercen sus derechos constitucionales.
Ha habido reportes de revisión de los teléfonos de agentes policiales y del cateo de escritorios en ministerios en busca de algún rastro de libertad de pensamiento; de despidos y amenazas a empleados públicos, de arresto a militares presuntamente cercanos a la oposición, y surgió una cuenta en Twitter —@cerotraidores— con mensajes como el siguiente: “Esta señorita de la foto trabaja en Petropiar Anzoátegui PDVSA y apoya libremente a Capriles”.
Si ese es el camino escogido por Maduro, su Gobierno tiene un arduo e inútil trabajo, que hará más ineficiente una burocracia donde la fidelidad política está por encima del profesionalismo. Salvo contadas excepciones de quienes se niegan a disfrazarse, no podrá identificar a los casi 700.000 “falsos rojos” que le arruinaron la celebración. Y si algún pajarito se lo pudiera decir, esos votos no volverán.
Formados en la escuela de polarización de Chávez, sus pupilos no conciben otra manera de relacionarse con la oposición, y sus líderes, que la amenaza y la satanización. Soplan otros vientos, pero siguen anclados a esa dinámica. Y asoman el rostro de lo que va siendo el chavismo sin Chávez: más de lo mismo, pero sin su liderazgo carismático y su olfato político, con la tentación de compensar la debilidad con el uso de la fuerza.

Henrique Capriles ha salido fortalecido como líder, ganándose el respeto de la masa opositora
Maduro tuvo un agrio estreno. En lugar de exponer sus planes, repartió amenazas a diestra y siniestra. Prohibió una manifestación, censuró a dos televisoras por transmitir en vivo una rueda de prensa de Capriles —“defínanse con quién están, ¿con la patria o con el fascismo?”— y acusó a la oposición de desmanes que nunca ocurrieron como el incendio de centros de salud, desmentido con pruebas por la prensa y ONG. Innecesaria su advertencia de que gobernará con “mano dura”.
En medio del desconcierto y las críticas en sus filas, el sucesor ruge con mirada asustadiza y apela al viejo guion de los planes diabólicos de la burguesía para reanimar a sus seguidores sin mayor éxito. No ha sido una reacción aislada. Las damas rojas que presiden la fiscalía, la Defensoría del Pueblo y el Tribunal Supremo lo han respaldado, como cabía esperar, y adelantaron la posibilidad de enjuiciar a Capriles y miembros de su comando por instigación a la violencia y rebelión.
En esta coreografía del poder destacó notablemente el exmilitar Diosdado Cabello, jefe de la Asamblea Nacional, quien mostró su talante al negar la palabra a los diputados opositores si no reconocían a Maduro como presidente. Toda una declaración de intenciones. Pero ninguna amenaza puede ocultar su estremecimiento.
Hace un mes pensaban que Capriles se inmolaría y, en cambio, ha salido fortalecido como líder, ganándose el respeto de la masa opositora y, algo clave, el de los dirigentes de la coalición. Ganó esa batalla y otra, que el propio oficialismo le sirvió en bandeja de plata. El rechazo inicial de los poderes a revisar los votos le permitió mostrar músculo y lograr que su reclamo cobrara un tono épico que no habría tenido si hubiera sido atendido de inmediato.
A la oposición le tomó años admitir que el chavismo caló profundamente como movimiento, algo que no puede perder de vista. La venda que debería caer ahora es otra. Pero el Gobierno no luce dispuesto a quitársela, preso de su adicción al poder y de sus prejuicios ideológicos.
Venezuela tiene por delante un largo mes y un panorama difícil independientemente del resultado de la auditoría. Si hubo fraude, Capriles habrá hecho historia, pero gobernará en condiciones políticas y económicas muy adversas. Si no ¿podrá mantener la moral de sus seguidores y conducirlos asertivamente hacia la próxima gran batalla? En el horizonte brilla la posibilidad de ganar las parlamentarias de 2015 y ejercer un verdadero contrapeso a la presidencia.
La ratificación de Maduro le daría cierto aire. Puede seguir cazando fantasmas y embestir a la oposición. Pero difícilmente su precaria ventaja le permitirá radicalizarse e imponer un modelo hegemónico. ¿Podrá controlar ese misterio que son las fuerzas armadas? ¿Confía en la lealtad de sus copartidarios? ¿Logrará derrotar a su gran enemigo, al que ni siquiera pudo vencer Chávez? Ese monstruo de 1.000 cabezas en que se ha convertido el aparato estatal, corrupto e incompetente, que no puede ni con la economía ni con el hampa, seguirá engendrando “falsos rojos” día tras día.
Cristina Marcano es periodista y escritora. Ha publicado, junto a Alberto Barrera Tyszca, Hugo Chávez sin uniforme. Una historia personal (Debate), una biografía del expresidente de Venezuela.

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