ANDRÉS OPPENHEIMER
AOPPENHEIMER@ELNUEVOHERALD.COM
El Nuevo Herald
La impresionante demostración de fuerza del candidato opositor venezolano Henrique Capriles en las elecciones del domingo —a pesar de un injusto proceso electoral en el que su rival disfrutó de todas las ventajas— ha convertido al ganador oficial Nicolás Maduro en un presidente electo políticamente débil.
De acuerdo con los resultados oficiales anunciados por la oficialista directora del Consejo Nacional Electoral, el presidente en funciones Nicolás Maduro —heredero político del presidente Hugo Chávez— ganó con el 50.6 por ciento del voto, mientras que Capriles recibió un 49 por ciento.
Pero incluso si ese resultado fuera correcto —Capriles no lo reconoció y esta exigiendo un recuento—, Maduro fue proclamado ganador con un escaso margen de victoria del 1.6 por ciento, que fue significativamente menor que el de un 10.8 por ciento que obtuvo Chávez en las elecciones de octubre.
Esto significa que casi 700,000 de los que votaron por Chávez en las elecciones pasadas lo hicieron en esta ocasión por Capriles, o que Capriles fue capaz de atraer a cientos de miles de votantes que se habían abstenido en los pasados comicios.
El poder de convocatoria de Capriles fue impresionante, si consideramos que tuvo que lidiar con una formidable maquinaria estatal al servicio de Maduro, y que tuvo que hacer campaña con reglas electorales que el gobierno hizo a la medida para asegurar la victoria de Maduro. No fue en vano que Capriles dijo que esta era una contienda de David contra Goliat.
El gobierno de Maduro convocó a estas elecciones casi inmediatamente después de la muerte de Chávez para beneficiarse del sentimiento de solidaridad nacional hacia el fallecido presidente. Maduro no sólo usó los enormes recursos estatales del monopolio petrolero estatal PDVSA para financiar su campaña, sino que controló la mayoría de los medios de comunicación.
Bajo las reglas de la elección, el candidato de oposición sólo podía usar cuatro minutos diarios de propaganda televisiva pagada por canal de televisión, mientras Maduro podía utilizar 14 minutos, sin contar las interminables cadenas nacionales que hacía casi a diario en su calidad de presidente en funciones.
También, el gobierno presionó a los empleados públicos —cuya cifra ha crecido de los 800,000 cuando Chávez asumió la presidencia en 1999, a 2.4 millones hoy en día— a votar por Maduro, e intimidó a los votantes de oposición a que no sufragaran, al difundir rumores de que las máquinas automáticas de votación podían identificar a quienes votaban por Capriles.
El ministro de Defensa, Diego Molero, cuyas fuerzas armadas estaban a cargo de custodiar los colegios electorales, dijo en una ceremonia pública el 7 de marzo que las fuerzas armadas de Venezuela “son revolucionarias, antiimperialistas, socialistas y chavistas”, un mensaje poco velado destinado a intimidar a los votantes opositores, o a convencerlos de que no valía la pena votar porque los militares no permitirían una victoria de la oposición.
Aun así, a pesar de estos y otros obstáculos, Capriles recibió casi la mitad o más de los votos, según a quien queramos creer. Según la oposición, recibió más del 50 por ciento.
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