Teodoro Petkoff
Talcual
En el mundo opositor se respiran aires de triunfo. Las dos recientes actividades de Capriles: la marcha nocturna de hace una semana y luego el descomunal mitin de la avenida Bolívar y sus adyacencias, el domingo pasado, constituyen testimonio elocuente de ese talante de vencedores. No porque hayan sido grandes manifestaciones; en Caracas estamos cansados de ver los llenos de la avenida Bolívar, sino por el espíritu que animaba a la enorme multitud. El de la confianza en la victoria.
En las dos grandes fuerzas que dividen a la nación se están produciendo procesos de opuesta significación. En el chavismo es inocultable el impacto que ha producido la ausencia del líder. Chávez no construyó un verdadero partido sino una máquina electoral, carente del cemento de ideas que dan consistencia a una organización política, de allí que carezca de un equipo de dirección capaz de proporcionar una orientación al país. Ausente el líder taumatúrgico sus herederos lucen completamente incapaces de calzar sus botas. Nicolás Maduro, el más sobresaliente y candidato ahora a la presidencia, no posee ningún rasgo o atributo personal que le proporcione una personalidad propia.
Es más bien opaco. De allí su agónico empeño en aferrarse a la imagen del líder fallecido. Sin ella Maduro se siente desamparado. Pero esto no sería tan grave de no ser porque el desamparo también arropa a una parte considerable del vasto mundo del chavismo popular. Demasiada gente no ve en Nicolás Maduro al sucesor, a lo sumo lo consideran un “peor es nada”.
En cambio, en el lado opositor no sólo se reafirma la candidatura de Henrique Capriles, que ha ido adquiriendo un vigor y una envergadura crecientes, parejas con el incremento de su capacidad de convocatoria. Más que un candidato, Capriles tiene hoy la estatura de un líder real para la oposición. Su posibilidad de victoria no es hoy una ilusión sino una verdadera certidumbre. Capriles no sólo debe ganar sino que puede ganar.
Desde luego, se enfrenta a la máquina inmensa y poderosa del Estado, cuyos recursos están siendo utilizados inescrupulosa y obscenamente por el candidato oficialista. Pero no es la primera vez que en este país es derrotado el ventajismo oficial. Esta vez, además, ese ventajismo cuenta con el handicap de la pésima gestión de los cien días de Maduro. En tres meses su gobierno ha clavado dos devaluaciones del bolívar, con la inevitable consecuencia de que todos los presupuestos familiares han resultado afectados por la pérdida de valor de la moneda nacional. Naturalmente, son los más pobres quienes padecen las peores consecuencias de la depreciación del bolívar.
Esta carga cae pesadamente sobre los hombros del candidato oficialista. Vamos a ver qué le aconseja el pajarito para hacer frente a esa chupa que le ha caído encima. Por cierto, también como herencia, porque para ser justos con Maduro, esa devaluación la diseñó y montó Hugo Chávez, a Maduro le ha tocado recoger los vidrios rotos. El gobierno va a perder, pero no gratuitamente. Ese ánimo que se vio el domingo en la avenida Bolívar se tiene que repetir el próximo domingo.
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