Milagros Socorro
El Nacional
"Siempre es preferible escuchar la verdad", dijo Henrique Capriles Radonski en el acto de apoyo a su candidatura de los trabajadores de la cultura y el espectáculo. Se refería al hecho de que la inflación y el desabastecimiento son demasiado visibles para mentirle al electorado, que padece en toda su dureza las consecuencias de la devastación de la economía nacional obrada por Chávez y sus cómplices. Es el momento de preguntarle al abanderado de la Unidad Democrática si también es preferible decir la verdad.
Nicolás Maduro ha expresado ya en varias ocasiones que el 14 de abril el país escogerá entre dos modelos. Esta es, por cierto, una de las pocas verdades que el interlocutor de los pájaros se ha atrevido a postular. Y Capriles ha perdido la ocasión de plantarse y decir que, efectivamente, hay dos modelos.
Uno -el que está en marcha y que la continuidad del castro-chavismo amenaza con profundizar-, es el que nos ha arrastrado a confundir el resentimiento con la ideología, a ser uno de los países más violentos de la Tierra, a ver el bolívar devaluado, a la grave crisis de las instituciones (el legado más nefasto del fallecido autócrata) y al desmantelamiento moral de Venezuela, que será, sin duda, el aspecto de la debacle que exigirá mayor esfuerzo de reconstrucción.
Y otro, diametralmente opuesto, que se afinca en la fortaleza de las instituciones (y no en un iluminado); que apunta a fortalecer la producción nacional (y no el negoción que supone la economía de puerto, que ha enriquecido a tantos chavoburgueses civiles y militares); que no se basa en la lucha de clases sino en la igualdad de oportunidades, de manera que todo el mundo pueda desarrollarse en un marco de reglas claras y con un Estado serio y responsable, que haga cumplir las leyes y garantice el imperio de la Constitución.
En suma, un modelo alternativo que ve a Fidel Castro por el espejo retrovisor, como un carcamal ya más que superado, y que pone por delante paradigmas de modernidad, libertades civiles, separación de poderes, contraloría de los recursos públicos, cultura del trabajo, inversión extranjera y estímulo al éxito. ¿No cree el candidato de los sectores democráticos que la gente también quiere que le digan estas verdades? Aún sin que le resultara halagüeña, el pueblo británico la escuchó hace unos días, cuando su Gobierno anunció medidas para reducir el déficit público y advirtió que era preciso evitar que "se penalice a los ciudadanos que trabajan duro" y se "premie" a quienes no lo hacen.
Por su parte, Raúl Castro anunció esta semana la determinación de su viejo gobierno de difuntos y flores de recompensar a los trabajadores productivos, mientras en Venezuela una reciente ley del trabajo protege a los manganzones. Lo vemos en cualquier comercio: colas para ser atendido y para pagar, porque la mitad de los empleados no se ha presentado a su centro de trabajo, o lo hace tarde, o se ha ido antes, o salió a desayunar a las 10 de la mañana. Ese trabajador venezolano que, ante los reclamos de los clientes y las llamadas de atención de su supervisor, responde: "Si quieres, me botas", en la certeza de que sus faltas y sus irresponsabilidades no le acarrearán consecuencias negativas porque la inamovilidad laboral así se lo garantiza, ¿quiere oír verdades? Esas masas que se han apuntado a la especie según la cual yo soy pobre porque alguien más se llevó lo que a mí me correspondía, ¿quieren oír la verdad? Quienes le aceptaron a Chávez que arremetiera contra los productores venezolanos, que los expropiara, que los persiguiera porque, finalmente, el petróleo favorece la adquisición de bienes en el extranjero, ¿quieren oír la verdad? Quienes han celebrado los insultos de Chávez y su secuela, Nicolás Maduro, a venezolanos, quienes los han visto encanallar la institucionalidad, ¿quieren oír la verdad? No digo que no. Puede ser. Quién quita que estemos empachados de tanta simulación y tanto fracaso. El punto es que el liderazgo está obligado a decir la verdad, porque, como bien observó Capriles en su encuentro con los artistas, los hechos siempre terminan por imponerse.
El país sabe que después de abril vienen tiempo muy duros. Lo sabe porque no es tonto. Pero hasta ahora ningún líder ha comparecido a la presencia del pueblo para decirle la verdad, esa que nos costará sangre, sudor y lágrimas.
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