viernes, 26 de abril de 2013


Un cierto aire de funeral

Jean Maninat
La ceremonia de juramentación del nuevo tren ministerial en días recientes tenía más un aire de desasosiego, de recluta forzada, de galera romana; que de lanzamiento de un equipo aguerrido y dispuesto a encabezar la nueva epopeya, la nueva alborada de un proyecto golpeado por la desaparición de su fundador y el poco tino político y electoral de su heredero designado y quienes lo circundan.

Algo de entusiasmo esperaba uno, un poco de contundencia vital, al menos una pizca de presencia de ánimo más allá de los consabidos insultos. Nada, era un almacén de fusibles fundidos, de bombillos quemados, de cables pelados de tanto enchufarlos aquí y allá. Y si nos ponemos más pretenciosos, parecía un festival de enroques con reyes caídos, reinas despelucadas, alfiles mellados, caballos rencos, torres derrumbadas y peones ausentes.

Un batallón de desheredados arrastrando la pesada losa de una derrota política que si el más allá no pudo impedirla, el más acá no podrá redimirla.

Una vez más están todos expuestos a la luz pública. (Lo de la luz, y más aún pública, se entiende es una imagen). Pero esta vez no los protege la sombra retadora, inclemente pero paternal, de quien los increpaba en público con la fuerza de un gamonal exigido. Se acabó el período de gracia  y tienen que regresar a sus ministerios, a sus despachos, a enfrentar el autobús sin chofer que se les viene encima sin siquiera poder exclamar con el Chapulín Colorado: "¡Oh!, y ahora, ¿quién podrá defendernos?"

Quizás a eso se debe la falta de ánimo. El dueto que hoy los naricea ha decidido que el exabrupto y la falta de pudicia suplan la carencia de entusiasmo. Lejos de reflexionar sobre el mensaje que el país les está enviando mayoritariamente y actuar en consecuencia, pretenden que su descalabro es un triunfo que los unge como líderes máximos del proceso y que mancha con la traición a los que no votaron por su opción dentro de sus filas.

Las amenazas de prisión contra el líder opositor: Henrique Capriles -hoy legitimado nacional e internacionalmente-; el brutal acto antidemocrático de cercenarle el derecho de palabra a la bancada opositora por parte del presidente de la Asamblea Nacional (AN), Diosdado Cabello -quien debería garantizarlo-; y la intimidación descarada a los medios de información, son fechorías realizadas para generar miedo y amedrentar voluntades con el incierto afán de resucitar los afectos que su jefe parece haberse llevado con él.

En su fervor persecutorio arremeten contra el pueblo chavista, al que no lograron ni logran convencer. Llevan a cabo una razzia impenitente contra los padres, los hijos, los hermanos, los tíos, los sobrinos, los parientes, los amigos, y hasta las abuelitas muertas, vea, de quienes desfilaron dolidos ante el féretro de la persona en la que sí creyeron a pesar de sus pesares.

Ahora, como en la peor pesadilla de un sueño totalitario, la duda surge de todas partes; pero sobre todo se expande entre los feligreses de ayer que son los descreídos de hoy. Y allí está la fuente del deslave que viene. Si no lograron en 15 años aplastar a la parte del país que no creía en ellos, ¿cómo podrán hacer para desvanecer el hastío que crece entre tantos y tantos miles de sus antiguos simpatizantes? ¿Cuántos despidos y atropellos a los servidores públicos y trabajadores del Estado serán necesarios para acallar lo que se vive a diario? ¿Van a despedir a todo el país?

No podrán hacerlo. De la contienda electoral emergió una fuerza  ciudadana que se sabe ganadora y tiene el nervio tranquilo para reclamarlo. Hay un país emergente que constató cómo sólo a partir de su participación en la política, se puede consolidar el cambio que ya anunciaron el 14 de abril millones de venezolanos.

Por eso, al gobierno impuesto lo persigue un cierto aire de funeral.

@jeanmaninat

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