EL PILOTO ENAMORADO
Fausto Masó
El Nacional
Si Maduro nos mintiera sobre las apariciones de Chávez lo supondríamos un político inescrupuloso que explota los sentimientos primitivos del pueblo, pero si suponemos que realmente vio a Chávez en forma de pajarito, o en una excavación, hay que salir corriendo, porque se cree un bendecido por el comandante eterno, el cual no se le aparece a Diosdado Cabello ni a sus propias hijas, y menos aún a un Leopoldo López. Los apóstoles se resistieron a creer que Cristo había resucitado; Maduro, en cambio, sabe que además de vivir eternamente Chávez lo vigila por encima del hombro.
Si mintiese sería un tunante peligroso. Si no, lo más probable, cualquier día jura que Chávez es la Santísima Trinidad, tres personas en un solo Dios, o la reencarnación de José Gregorio Hernández. Desventurado final para la teología de la revolución.
Con Maduro cualquiera hace un buen chiste; le cayó como un regalo del cielo a caricaturistas y humoristas, pero sus decisiones están arruinando el país. Decreta que no existe el dólar paralelo, por ejemplo; le echa la culpa de la inflación a las empresas expropiadas; habla de que falta la leche en polvo que produce e importa el gobierno. No, Maduro no inventó la historia del pajarito, realmente vio Chávez en una pared. Estamos en manos de un iluminado de café con leche, claro.
En la historia del marxismo científico no hay un caso semejante. Fidel Castro nunca dijo siquiera que cada noche veía al Che Guevara en sueños; Stalin se burlaba de la otra vida. Maduro, en cambio, cree en apariciones. Solo encontramos algún antecedente en algunos místicos de la política, como el personaje de Vargas Llosa de La guerra del fin del mundo. Estamos entonces mal, mucho peor de lo que imaginamos.
¿Qué pensarán un Diosdado Cabello, un Jorge Rodríguez, un Vielma Mora? ¿Sentirán pena ajena? ¿Creerán las historias del pajarito? Probablemente ninguno de ellos haya visto un fantasma en su vida. Sin embargo, aplauden a Nicolás Maduro: cabe la posibilidad de que estemos en manos de un atajo de locos.
¿Qué hacer? Salir corriendo, los pocos que hayan conseguido un pasaje para viajar. Hay que votar urgentemente el próximo 8 de diciembre, porque el voto es realmente secreto. Alguna vez gente supuestamente seria nos juraban que por poderes magnéticos, por extrañas cábalas, el gobierno sabía por quién vota cada empleado público. Por tamaña sandez la oposición pierde miles de votos de aquellos que no están dispuestos a poner en peligro su salario.
Chávez escogió a su peor sucesor. Pensaba en diciembre pasado que sobreviviría al cáncer y seleccionó un presidente provisional que no se le ocurriese quedarse para siempre con el coroto; el finado era bien desconfiado. Supuso a Maduro el menos capacitado para ser presidente, el que le devolvería la silla de Miraflores. Probablemente Maduro alguna vez le juró que también había tropezado con Bolívar en el campo Carabobo en forma de águila, y entonces se dijo Chávez a sí mismo: “Este es el hombre”.
Maduro es el piloto enamorado de lo infinito en un avión que vuela en medio de rayos y truenos; nosotros somos los pasajeros. Cualquier día nos estrellamos porque a Maduro se le aparece Chávez en el cuadro de instrumentos.
Ojalá que en el chavismo haya gente cuerda que acepte una salida política a esta situación de locos.
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