jueves, 12 de junio de 2014

Colombia, Venezuela: la guerra o la paz



“¡Señor ministro de Defensa! ¡muévame 10 batallones hacia la frontera con Colombia!, ¡de inmediato!, ¡batallones de tanques!, ¡la aviación militar que se despliegue!” Esas eran las órdenes que el fallecido coronel Hugo Chávez dio a su Ministro de Defensa el 3 de marzo del 2008, al tiempo que también instruía retirar a todo el personal de la embajada en Colombia. El motivo fue una incursión de fuerzas militares colombianas en territorio ecuatoriano para atacar un campamento de las Farc. La presión militar hizo perder estabilidad y territorios a las Farc dentro de Colombia y esto las empujó a utilizar a Ecuador y Venezuela como santuarios, lo que provocó una crisis regional de grandes proporciones.
Se realizaron reuniones de emergencia de la OEA, Ecuador le abrió un juicio a Juan Manuel Santos, entonces ministro de Defensa de Colombia; se cerraron fronteras, se afectó severamente el comercio entre los países y Colombia tuvo que sopesar las capacidades de sus Fuerzas Armadas, que estaban concentradas en la guerra irregular, frente al hecho de que Venezuela había multiplicado su poder de fuego convencional. En marzo de este año el gobierno de Venezuela rompió relaciones con Panamá a raíz de que el Gobierno panameño dio espacio en la OEA a un representante de la oposición venezolana; esto ocurrió en el momento en que el gobierno de Maduro enfrentaba violentas protestas callejeras.
Cualquier país es altamente sensible frente a acciones desestabilizadoras originadas en sus países vecinos. Centroamérica vivió diez años con guerras en Guatemala, El Salvador y Nicaragua que convirtieron las fronteras de Honduras y Costa Rica en zonas de guerra y campos de refugiados, mientras Estados Unidos estableció bases militares en Honduras, minó los puertos de Nicaragua y terminó invadiendo Panamá. Los guerrilleros salvadoreños operaron en territorio hondureño y las tropas nicaragüenses realizaron una incursión militar a gran escala contra los campamentos de la Contra en Honduras. Respaldar a los opositores de un país vecino cuando este padece una crisis es algo muy peligroso.
En los últimos cuatro años el escenario regional Colombia-Venezuela-Ecuador ha sido modificado sustancialmente por una política de cooperación y paz entre los países basada en el respeto a la política interna de todos. La seguridad y el comercio han mejorado. Colombia hizo las paces con sus vecinos e inició negociaciones con las guerrillas de las Farc y el Eln.
Los gobiernos de Venezuela, Ecuador y Cuba han apoyado seriamente estos esfuerzos de paz y su cooperación ha resultado vital para obtener progresos extraordinarios en las conversaciones de La Habana.
La oposición venezolana está dividida entre quienes están a favor del diálogo y el camino electoral y los radicales que quieren ‘la salida’ inmediata de Maduro.
‘La salida’ supone una división de los militares. Luego de 15 años de chavismo, una división en la milicia podría derivar en un enfrentamiento armado que instalaría la violencia política en el país durante muchos años.
Paralelamente, en Colombia el proceso electoral ha dividido al país entre quienes están a favor de una negociación con las guerrillas y quienes piensan que es el momento de derrotarlas por considerar que una negociación entregaría al país a lo que llaman ‘castro-chavismo’. En esta situación también han comenzado a intervenir los intereses de grupos radicales anticastristas de Florida que, frente la posibilidad de una transición suave del régimen cubano, prefieren su colapso. De nuevo la confrontación, en vez de la pacificación, amenazan con tomar control de las relaciones regionales. Si los extremismos cobran fuerza, los interesados empezarán a usar los territorios de un país para atacar al gobierno de otro y de allí a perder el control se estará a un paso.
La idea de que Colombia no tiene un conflicto sino una amenaza terrorista está coincidiendo con la idea de que Venezuela es una dictadura y no un país que ha tenido quince elecciones en quince años.
A esto se suma la creencia de que en este momento en Cuba son más importantes los cambios democráticos que la profunda e irreversible transformación social que están dejando los cambios económicos. A la fecha existen en la isla casi 500.000 pequeños empresarios. Impaciencia, retórica y emociones versus paciencia, pragmatismo y racionalidad.
Los avances en las negociaciones con las Farc no tienen precedentes. Las Farc ya aceptaron dejar las armas y las drogas y transformarse en partido político.
El Gobierno por su parte aceptó implementar un programa de paz territorial con una reforma agraria integral que llevaría por fin el desarrollo y el Estado a la Colombia rural, profunda y salvaje. Ambas partes priorizarán los derechos de las victimas y no harán intercambio de impunidades. Tirar todo esto a la basura sería una locura.
La idea de que Venezuela es una dictadura que debe ser derrocada tiene escasos adeptos en el continente y en EE. UU.
Los comparativos frente a los 30.000 desaparecidos en Argentina, los escuadrones de la muerte de Brasil, el genocidio en Guatemala y los miles de descuartizados que aparecían en las calles de El Salvador dejan poco espacio para pensar a Venezuela como dictadura.
Un cambio de correlación en la oposición venezolana y en la política colombiana implicaría, en principio, un cambio hacia una retórica más agresiva.
Dice el profesor David Apter que “el discurso de la violencia como política y la violencia política como discurso constituyen una intervención perturbadora que da por sentadas las causas, los efectos y las probabilidades. Es en ese momento que las palabras pueden matar”.
Las palabras crean actitudes, las actitudes generan hechos y los hechos desencadenan procesos; si la retórica es de confrontación el resultado es la guerra. Es cierto que hay paranoias en Cuba y Venezuela, pero los errores de la invasión de Bahía Cochinos a Cuba en abril de 1961 y el intento de golpe de Estado contra Chávez en abril del 2002, dieron credenciales de verdad a todo lo que estos regímenes dijeran después. Hay una relación entre hechos históricos, creencias, retórica y violencia.
En Centroamérica el diálogo y las soluciones negociadas fueron el único camino para resolver conflictos que dejaron más de 400.000 muertos. Esto fue posible porque México, Colombia, Panamá y Venezuela apoyados por Europa respaldaron el diálogo contra la voluntad de guerra de los Estados Unidos.
Si en la nueva realidad Estados Unidos dialoga y negocia con los talibanes, ¿por qué no debe entonces negociarse con las Farc? ¿por qué no debe ser el diálogo la salida a la crisis venezolana? La comunidad internacional debe persistir, como lo hizo en Centroamérica, para que el diálogo y la negociación prevalezcan sobre la violencia.
Venezuela lleva quince años bajo una polarización política extrema con un régimen que ha limitado las libertades democráticas y creado un desastre económico. Esto ha terminado en una crisis de violencia callejera que ha dejado 32 civiles y 9 policías muertos en los enfrentamientos. Colombia tiene 54 años viviendo un conflicto que ha dejado 4’744.000 desplazados y 220.000 muertos, de estos el 81 por ciento eran civiles. Los colombianos necesitan terminar su conflicto y los venezolanos deben ahorrarse el de ellos.
JOAQUÍN VILLALOBOS

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