Elias Pino Iturrieta
En la editorial Planeta, cuando publicaron La caída del liberalismo amarillo, me pidieron que escribiera la contraportada. Afirmé allí: “No parece casual que los venezolanos hayan fijado los ojos en el autor, Ramón J. Velásquez, hasta el punto de designarlo Presidente de la República en un período tan descompuesto como el que estudia. La designación otorga una relevancia inusual a su obra, pero también le ofrece una esperanza a nuestro atolladero. Gracias a la solvencia del intelectual en el conocimiento de los sucesos que una vez condujeron a Venezuela hasta el borde del abismo, se puede esperar una gestión de resultados plausibles. Mejor ocasión no se había presentado de saber para qué sirve la historia”.
Entonces, y ahora, considero que los aciertos del ciudadano Velásquez dependieron de la obra del historiador que en esencia fue. En consecuencia, trataré de mostrar hoy algunas de sus contribuciones como indagador del pasado.
Fue trascendental lo que hizo en materia de custodia y divulgación de fuentes primarias. En especial, la organización de un precioso repositorio para el entendimiento de la contemporaneidad, el Archivo Histórico de Miraflores, cuya oferta de materiales inéditos resulta esencial para el análisis de la política en el siglo XX. No solo se ocupó de encontrar los presupuestos del caso, sino también de la redacción de los epígrafes de las secciones de 150 volúmenes publicados partiendo de los documentos guardados en su seno. Luego emprendió otra relevante faena, la Fundación para el Rescate Documental de Venezuela, para entregar a los estudiosos los informes de los diplomáticos extranjeros sobre la vida doméstica en general. La incorporación de las observaciones foráneas ha permitido estudios de una profundidad inusual, desde luego.
Pero también le debemos ediciones monumentales de documentos, la mayoría desconocidos o de ardua localización, sin los cuales no hubiéramos salido de las versiones simples o planas del estado nacional a través del tiempo. Me refiero a la serie Pensamiento político venezolano del siglo XIX, compuesta por quince volúmenes cuidadosamente apuntados por los recopiladores, de cuyas páginas se han nutrido con provecho los especialistas y los simples curiosos. Las versiones del comienzo de la autonomía republicana, de las hegemonías personalistas, de las guerras civiles y de los esfuerzos del antiguo civismo son otras, después de la edición de esta colección imprescindible. Pero no detiene el esfuerzo, hasta adelantar una titánica edición de 130 volúmenes sobre el Pensamiento político venezolano del siglo XX. Un fatigoso rastreo, una búsqueda que parece interminable, el movimiento que insufla a un enjambre de historiadores jóvenes desembocan en un legado de extraordinaria entidad para el análisis de nuestros días. Si se agrega la colección de Fuentes para la historia republicana, que coordinó para la Academia de la Historia, y la colección Venezuela peregrina, que recoge títulos de venezolanos en el exilio, estamos frente a un trabajo sin parangón.
Si el lector se pregunta cómo pudo hacer tanto sin abandonar sus obligaciones políticas, se sorprenderá al saber que su bibliografía individual está compuesta por 38 títulos, algunos tan importantes como La caída del liberalismo amarillo, Confidencias imaginarias de Juan Vicente Gómez, El proceso político venezolano del siglo XIX y La obra histórica de Caracciolo Parra Pérez. Es evidente que el compromiso de Ramón J. Velásquez con el bien común, de todos conocido, remite a un vínculo con el republicanismo que determinó su conducta desde la juventud, pero la comprensión cabal de su tránsito obliga a juzgarlo como historiador. En nuestros días, pero también en días ajenos y remotos, fue el político mejor informado de los antecedentes de la sociedad porque los estudió con método y sin impaciencia. Cultor empecinado de la memoria colectiva y ciudadano legítimo de la república de Clío, gracias a su íntima relación con la obra de los antepasados, con los antiguos y no pocas veces torcidos pasos de los antecesores, le podemos atribuir un quehacer de entidad que no pueden llevar a cabo los políticos que a duras penas se interesan por lo que sucede en su presente.
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