Jose Ignacio Torreblanca
Comparado con sus predecesores, Obama estaba destinado a ser el presidente menos europeo de todos. Europa fue siempre la referencia de los varones blancos que llegaron a la Casa Blanca. Pero Obama iba a ser diferente. Como cuenta en sus dos libros biográficos, las referencias vitales de su infancia están dispersas entre las calles de Yakarta y un colegio en Hawái donde había una mezcolanza de etnias y culturas. Con un padre keniata y una madre antropóloga que le transmitió una mirada muy amplia sobre las religiones y culturas, era difícil que Obama se sintiera muy de algún sitio. Si acaso, sus otras experiencias vitales más intensas, sobre todo las vividas como voluntario en los barrios deprimidos de Chicago, junto con el impacto que la familia de su mujer, Michelle, tuvo en él, decantaron su identificación del lado afroamericano, asumiendo como propio el relato de la larga lucha desde la esclavitud hasta los derechos civiles de esa comunidad.
De su primera visita a Europa en abril de 2009 no ha quedado nada, apenas un discurso en Praga proponiendo una reducción sustancial de las armas nucleares. Y del resto de sus viajes a Europa tampoco se puede decir mucho: la incapacidad de los europeos para ponerse de acuerdo sobre la crisis del euro y la política exterior han sido una fuente de irritación que Obama nunca ha disimulado. Incluso se ha permitido ironizar en público sobre la complejidad institucional de la Unión Europea: cuando recientemente David Cameron se trastabilló al referirse al Presidente del Consejo y de la Comisión Europea, a Obama le faltó tiempo para afirmar: “Llevo años viniendo por aquí y tampoco entiendo muy bien cuál es la diferencia entre los dos”.
Pero, ironías de la historia, las críticas que recibe Obama le dibujan como un presidente típicamente europeo, es decir, preocupado sólo por las cuestiones sociales y reticente a asumir ningún compromiso exterior. Y no les falta razón. Obama ha consumido casi todo su capital político en una reforma sanitaria Obacamare que pone fin a una increíble anomalía: que la ciudadanía del país más poderoso del mundo careciera de una cobertura sanitaria universal. Y si le dejaran, seguiría por las escuelas, el medio ambiente y la inmigración.
El resto lo ha dedicado a poner fin a los dos compromisos militares heredados (Afganistán e Irak) y a evitar dejarse arrastrar a otros conflictos que han ido apareciendo. Aunque criticado por su discurso del Nobel de la Paz, en el que aceptaba el uso de la fuerza como un instrumento legítimo en las relaciones internacionales, se ha negado a bombardear Irán, como le ha pedido Israel; adoptó un papel secundario en Libia, ha rechazado intervenir en Siria, y se lo está pensando en Asia, Ucrania y, nuevamente, Irak. ¿No es eso un presidente europeo? ¿Incluso más europeo que los europeos?
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