ELIAS PINO ITURRIETA
Jamás había pensado en la posibilidad de felicitar a Nicolás Maduro por sus decisiones de gobierno, pero la lectura del texto que escribe el doctor Jorge Giordani para comentar su salida de una cúpula en la que había brillado con fulgor de estrella, si no conduce a la aclamación del primer magistrado por la medida de separarlo del gabinete, permite considerar que se ha librado de un incordio gracias a cuyo alejamiento puede, si de veras está en sus capacidades e intenciones, modificar el rumbo torcido de muchas cosas. El doctor Giordani presenta un escrito titulado “Testimonio y responsabilidad ante la historia”, del cual se desprenden unas ínfulas debido a las cuales lo más razonable consiste en tenerlo lejos como compañero y como mentor.
Tal vez lo más llamativo del texto radique en la exposición que hace el autor de sus vínculos con el comandante Chávez. No haré muchas citas fieles de sus letras porque seguramente ya son del dominio público, situación susceptible de probar si las tergiverso o las manejo desde el capricho, pero trataré de no pasarme de la raya. El doctor Giordani reivindica la existencia de un vínculo con el líder, que se remonta a una entrevista en la cárcel de Yare durante una jornada fundamental para él, pues la recuerda con precisión: 26 de marzo de 1993. Fue el encuentro con una figura capaz de cambiar los anales de Venezuela y, por supuesto, de transformar la peripecia de quien en adelante se presenta como interlocutor y consejero de un genio de la política. El doctor Giordani reconoció en Chávez “las dotes de un conductor de pueblos”, capaz de llegar al sacrificio de su vida para el logro de su propósito de regeneración continental, y se transformó en su asesor. Pero en un asesor beligerante, no en balde fue capaz, según relata, de llevarle la contraria con el debido respeto hasta llegar a conclusiones de entidad para el desarrollo del gobierno. Chávez, entregado a la felicidad del pueblo “desde muy joven en sus tiempos de cadete o deportista”, topa con la iluminación a veces incómoda de quien ahora es echado del gobierno. Estamos ante la orientación dominante del testimonio que el autor desembucha para dejar constancia de su excepcional papel en la historia.
Los reproches para el gobierno de Maduro encuentran origen en la legitimación del vínculo aludido, que parte de la exaltación de un personalismo sin sustitución. En la medida en que Maduro se distancia de las orientaciones ineludibles del comandante, pero también porque no puede calzar sus botas, el gobierno comienza a dar tumbos hacia el precipicio. Cuando se producen “síntomas de ruptura” con la política del conductor supremo, se tuerce el rumbo de un camino que, según el doctor Giordani, marchaba hacia el establecimiento de una felicidad jamás lograda desde la fundación de la república. Cuando Maduro lo deja de escuchar, cuando se aleja de las luces que iluminaron al brillante líder del pasado, reinan la incoherencia, la superficialidad, la corruptela y la torpeza inhabituales en una década de sabia administración. De allí el establecimiento “de una Presidencia que no trasmite liderazgo, y que parece querer afirmarlo en la repetición, sin la debida coherencia, de los planteamientos como los formulaba el Comandante Chávez”. Cuando brillan otras luces en el firmamento, “surge una clara sensación de vacío de poder en la Presidencia de la República”. Parece evidente que no sentimos solamente quejas contra la política del incompetente sucesor de un superhombre que tuvo la fortuna de topar con el consejero adecuado, sino también lloros porque el pobre tipo cometió el dislate de apagar la lámpara maravillosa. Curiosa posibilidad de leer el testimonio de quien había simulado un tránsito de religiosa humildad.
Pero es el desafío de quienes confunden la historia con su autobiografía. El doctor Giordani vino al mundo en San Francisco de Macorís para convertir en realidad los anhelos revolucionarios de su familia, según confiesa en la conclusión del escrito que redacta para ofrecer el testimonio de sus sacrificios, y ahora un actor de reparto llamado Nicolás Maduro lo expulsa de la historia. El figurante debe sentir alivio ante lo que no parece la confesión de un monje.
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