TULIO HERNÁNDEZ
Para expresarlo en términos del habla popular venezolana, le dijo hasta del mal que se iba a morir. No le dijo tonto, pero lo sugirió. Tampoco corrupto, lo insinuó. Ni bruto, pero casi. Le dijo que era alarmante verle ejerciendo el poder sin trasmitir liderazgo alguno. Lo acusó de haber creado un inmenso vacío de poder en la presidencia. Le estrujó en el rostro el desconocimiento absoluto del hecho económico; la toma de decisiones inconsultas guiado por intereses particulares de asesores extranjeros; el desorden en el gasto fiscal; el uso desmesurado de recursos del Estado con fines electorales; complicidad con la corrupción, y, ¡anatema!, haberle abierto el camino de regreso a los actores privados capitalistas.
Pero desde su perspectiva de Savonarola caribeño, el pecado mortal, el que el acusado pagará en las pailas más hirvientes del infierno, ha sido traicionar el proyecto socialista de Hugo Chávez y convertir en fracaso inocultable –de escasez, desabastecimiento e inflación– lo que hasta el momento en que el Comandante Eterno estuvo vivo fue éxito puro y victoria revolucionaria.
Todo esto y mucho más fue parte del ametrallamiento ideológico al que Jorge Giordani, ministro rojo de Planificación desde 1999 hasta 2012, sometiera la semana que hoy concluye a Nicolás Maduro, convertido en espurio presidente de Venezuela con una dudosa diferencia de apenas 1,4% del total de los votos en las elecciones de 2012.
Si el autor de las acusaciones hubiese sido otro, un opositor más o un jefe rojo cualquiera, el hecho no hubiese tenido trascendencia. Pero quien habla, además de dos veces ministro de Planificación, directivo de Pdvsa y el Banco Central, es nada más y nada menos que uno de los más cercanos, influyentes y permanentes entre los mentores políticos del Comandante Supremo, maestro y confidente ideológico desde los tiempos de la cárcel de Yare y uno de los más activos autores de la Agenda Alternativa Bolivariana, el plan de gobierno de la candidatura presidencial en 1996.
El texto en cuestión, una carta pública en la que Giordani, con el título de “Testimonio y responsabilidad ante la historia”, rinde cuentas al país luego de 12 años formando parte del gabinete, es uno de los más importantes documentos que un alto jefe del socialismo del siglo XXI haya puesto a circular más allá de su adeptos; el primer gran alegato conceptual y por escrito –con citas bibliográficas de metodología académica para que no queden dudas– sobre la profunda fractura interna en el proyecto rojo; y un tomatazo epistemológico en pleno rostro al ya desvencijado prestigio del hombre que habla con pajaritos médiums.
Será en el futuro un documento fundamental para entender este proyecto político que lo tuvo todo a su favor y lo dilapidó. No solamente porque revela y acepta el fracaso de 2012 en adelante, sino porque en el esfuerzo por lavarse las manos y evadir sus responsabilidades y las de Hugo Chávez, intentando construir una épica alucinada de sus logros, confiesa los principio y creencias sobre los que fueron edificando la catástrofe nacional.
Si Giordani, a quien algunos de su entorno le llaman el Monje Loco, fuese seguidor de Cortázar hubiese titulado su rendición de cuentas “Instrucciones para destruir un país”. Porque eso es en el fondo el documento, la confesión de cómo en pleno siglo XXI, un académico y actor político influyente sigue atrapado en una anacronía, en algo –el monopolio absoluto del Estado, la exclusión de la iniciativa privada– que hasta las últimas potencias comunistas, luego de largos ciclos de empobrecimientos de sus pueblos, hace tiempo dejaron de creer.
El Monje Loco original, si tienen dudas pregúntenle a Google, fue un exitoso personaje de la radio mexicana de los años treinta del siglo pasado. Contaba relatos de horror mientras tecleaba en un órgano tétricas melodías que anunciaban tragedias. Cualquier parecido con la realidad venezolana es pura coincidencia. Pero los monjes, cuerdo o locos, que han cometido fechorías también aspiran al perdón de Dios. O de la historia.
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