Jose´Ignacio Torreblanca
Hace escasamente dos meses, con motivo de su visita a Israel y Palestina, el Papa Francisco logró arrancar el compromiso de los presidentes correspondientes, Simón Peres y Mahmud Abbas, de acudir al Vaticano en las próximas semanas para rezar juntos por la paz en Oriente Próximo. Dos meses después de ese anuncio, israelíes y palestinos se encuentran encerrados en una desgarradora espiral de violencia cuya prolongación no sólo supone un coste intolerable en vidas (fundamentalmente civiles palestinos) sino que, al hacer aún más inviable cualquier perspectiva de paz, tendrá consecuencias regionales y globales muy negativas. Desde Libia hasta Irak, Oriente Próximo se desliza hacia el caos, sin nadie que parezca querer o poder detenerlo.
No se trata pues de ironizar sobre la capacidad diplomática del Papa, pues al parecer ni su cercanía con el Altísimo ha ayudado, sino precisamente de resaltar el hecho de que, provenga de donde venga, se manifieste como se manifieste, la comunidad internacional parece haber renunciado, a corto plazo, a detener este conflicto y, a largo plazo, a desbloquear su solución.
Vemos estos días cómo estadounidenses y europeos están, acertadamente, señalando el camino a Vladímir Putin, intentando tanto disuadirlo de continuar desestabilizando Ucrania como sancionándole cuando no se toma en serio las advertencias de Washington y Bruselas. Hablamos de sanciones a Rusia, una potencia nuclear con 140 millones de habitantes, unas formidables fuerzas armadas y unos recursos económicos de primera magnitud.
Piénsese ahora en el silencio, impotencia, dejadez o complicidad de EE UU y la Unión Europea en Oriente Próximo. También, por supuesto, de otros interlocutores, desde Turquía a Egipto, pasando por las monarquías del Golfo Pérsico, la propia Liga Árabe o las Naciones Unidas. Dejo a cada lector que elija el calificativo que mejor se ajuste a su parecer, pero cuando muere gente como consecuencia de la no actuación de quien tenía la obligación de hacerlo, eso se llama “negligencia criminal”.
La comunidad internacional tiene la responsabilidad de proteger a los civiles inmersos en conflictos bélicos, y parece que ha incumplido esa obligación casi 1.500 veces desde que comenzó este conflicto. También tiene la obligación de intervenir para detener la escalada, sentando a ambas partes a la mesa de negociación. Sancionar o amenazar con sancionar a Israel por sus excesos en Gaza no supone invalidar su derecho a defenderse sino hacer ver que, en calidad de miembro de la comunidad internacional, no es libre de interpretar libremente dónde están los límites de sus actuaciones ni de decidir por sí misma cuál es la ecuación entre medios y fines en este conflicto.
Lo más grave de todo es que este conflicto no es irresoluble: tiene una solución que está diseñada y trazada en los mapas desde hace años, pero que dos actores, la derecha israelí y Hamás, se niegan a aceptar. Dejarles que elijan sus métodos y objetivos sin ningún coste es una negligencia criminal.
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