TRINO MARQUEZ
El nombramiento del general
Néstor Reverol como ministro del Interior, Justicia y Paz, en sustitución de
otro general, Gustavo González López, evidencia, otra vez, la entrega de
Nicolás Maduro a los militares, su terror ante la inestabilidad creciente y la
posibilidad de la activación del referendo revocatorio, y la claudicación del
PSUV frente al partido de los uniformados.
El ministerio
del Interior representa por excelencia el despacho de los políticos. Durante el
período democrático, la designación del jefe de esa cartera recaía en un
dirigente fundamental del partido gobernante. Una figura con larga experiencia
en el manejo de los asuntos internos del país y con amplias relaciones con los
partidos y los factores de poder de la provincia. Así como el Canciller se
ocupaba de las relaciones internacionales, el ministro del Interior debía atender los asuntos domésticos:
relaciones con los otros ministros, gobernadores, alcaldes, CTV, Fedecamaras.
Era la mano derecha del Presidente de la
República para sofocar y, sobre todo, atenuar o evitar conflictos interiores
que pudiesen alterar el orden.
El
ministro del Interior era un operador político. Era visto, en numerosas
oportunidades, como el segundo hombre de abordo, sitial que compartía con el
Presidente del Congreso. Su designación mostraba una señal inequívoca de que
formaba parte de los eventuales candidatos a la Presidencia de la República. Gonzalo
Barrios, Carlos Andrés Pérez, Pepi Montes de Oca, Octavio Lepage, fueron
algunos de los políticos, posteriormente candidatos o precandidatos, que ocuparon esa cartera.
Esta
tradición fue fracturada por el chavismo madurismo. Los ministros del Interior,
Justicia y Paz, pomposo y largo nombre colocado por los rojos, pasaron a ser
generales activos. ¿Qué tienen que ver los oficiales de alta graduación con las
relaciones interiores del país -siempre tan complejas, sobre todo en un Estado
que se supone federal-, con la justicia y, particularmente, con la paz? ¿No se
supone que los militares están formados y entrenados para la guerra y para
imponer la justicia mediante la disuasión que induce el fusil? Los uniformados no están programados para
persuadir y construir amplios acuerdos nacionales, como corresponde al ministro del Interior, sino
para coaccionar y reprimir. Los militares activos no son aptos para moverse en
el sutil e intrincado mundo de la política. La posesión legítima de las armas propiedad
de la República y los principios de obediencia, verticalidad y disciplina que
orientan su formación, los inhabilita para el ejercicio de la política activa.
La nación no
les pide a los militares que sean neutrales en el plano teórico, ni asépticos en
la esfera ideológica. Su compromiso tiene que ser con la Constitución, la
defensa de la democracia, el resguardo de la integridad territorial y la
soberanía nacional. El respeto a estos valores esenciales de la civilización
determina que deban estar apartados de la política concreta. Una de las grandes
conquistas civilizatorias consiste en la clara separación de la institución
castrense de la política militante. Ese deslinde categórico posee la misma
importancia que la diferenciación del Estado y la Iglesia, y de esta con
respecto a la educación. La demarcación de esas fronteras constituyen conquistas
de la humanidad. En el largo camino hacia la diferencia de roles -a pesar de
que los mandos castrenses deben atender
los criterios políticos diseñados por civiles-, el mundo laico, el eclesiástico
y el militar, mantienen, en las naciones democráticas más estables y
equitativas, su propia e inalienable esfera de actuación.
Desde la llegada de Chávez a Miraflores,
el caudillo instrumentó una estrategia dirigida a militarizar el Estado y la
política. Esta línea ha sido profundizada por el inseguro de su heredero. Su
miedo atávico lo lleva a creer que
colocándose bajo la custodia de la bota militar evitará la realización del
revocatorio y podrá navegar hasta 2018 e, incluso, garantizar que él, o uno de
su camarilla, preservará el poder más allá de la fecha en la que tienen que
realizarse las elecciones presidenciales. Esa línea ha pervertido la misión de
las Fuerzas Armadas y degradado a sus integrantes hasta colocarlos en un plano
subalterno. Los verdeoliva son políticos sin historia y sin credenciales,
reminiscencias de la Venezuela caudillista, rural y atrasada del siglo XIX.
En la
dimensión política, los militares son incordios. Pierde la política y pierde la
institución armada En vez de revaluarse, se degradan. Maduro los sacó de donde
el país los necesita y valora, colocándolos en el lugar que la nación los
desprecia.
@trinomarquezc
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