El tercer fracaso
No hay manera de ocultarlo. Tal vez ya, ni siquiera para sus propios seguidores, de justificarlo. Porque todos los datos “duros” de la realidad destrucción sistemática del aparato productivo, economía cada vez más rentista y dependiente de las importaciones y de la renta petrolera, inflación desesperante, sociedad polarizada, criminalidad desbordada, racionamiento de los servicios de agua y electricidad, aumento del desempleo, déficit creciente de vivienda, éxodo masivo de venezolanos al exterior, caos vial y crecimiento de la accidentalidad, insuficiencia crónica del sistema de salud, pérdida de las libertades democráticas, criminalización de la disidencia política, politización del sistema judicial, entre otros nos obligan a concluir que el proyecto político de Hugo Chávez también fracasó y con él, de nuevo, la nación venezolana entera. Digo “también” y agrego “de nuevo” porque si nos atenemos a los hechos, de la manera más objetiva posible, el de Hugo Chávez y su logia militar viene a ser el tercer gran fracaso nacional en el intento de corregir, reformar o cambiar radicalmente el modelo de democracia y de ordenamiento económico que comenzó a hacer aguas en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1973-7Cool, se agravó durante el único de Luis Herrera Campins (1978-83) y se hizo naufragio evidente luego del desastre maquillado de Jaime Lusinchi (1983-8Cool.
Del primer fracaso, el del segundo gobierno de Pérez, un proyecto de cambio fundamentalmente económico, promovido como El Gran Viraje, ya se ha hablado y escrito bastante.
El intento de modificar por terapia de choque la cultura política y económica que el propio Pérez y su partido habían contribuido a forjar fue un hecho suicida. Abandonar abruptamente el lenguaje de “interés por los más pobres”, sobre el que se había forjado el discurso de AD, por el de “ciudadanos competitivos” que pregonaba el neoliberalismo, le abrió un primer gran boquete al bipartidismo. El proyecto no hizo eco ni en las masas ni en las élites políticas tradicionales y Pérez, al final, terminó preso. La ilusión tecnocrática del “dream team” llegó a su fin y el país quedó sin rumbo y sin cambio.
Como quedó después del segundo gobierno de Rafael Caldera. El anciano que resucitó políticamente con el coletazo del golpe militar de 1992, devoró el propio partido que había fundado y logró ser reelecto Presidente de la República gracias a una fuerte autocrítica del modelo político que había ayudado a crear. Pero fue incapaz de poner en práctica las reformas de fondo que durante su campaña predicó. Su gobierno fue una larga omisión de cinco años. Sin proyecto claro ni vocación de cambio. Érase una sociedad que quería cambiar pero que no sabía cómo y el camino quedó libre para el lobo cuya venida hacía tiempo se anunciaba.
Y el lobo llegó. Ya han pasado diez años del inicio de la saga de gobiernos de Hugo Chávez y ahora ya no sólo estamos ante una situación económica y social tan o más grave que entonces, sino ante una democracia asfixiada que sobrevive a fuerza de la respiración boca a boca que millares de venezolanos, por mecanismos casi mágicos, le logran insuflar para que no perezca.
Ahora hay que prepararse para el cuarto intento. El que vendrá. El que tiene que venir. Con la conciencia de que ahora se trata de recoger las ruinas precoces de lo que dejó el bipartidismo en su segunda y mala etapa, más el país física y moralmente desvencijado que dejará la mal llamada V República. Sin dejar de hacer política diaria y cotidiana, habrá que ponerse pacientemente a construir el proyecto futuro que nos permitirá no repetir este largo camino de dos décadas de equivocaciones tan bien sembrado de buenas intenciones. Porque, excusas aparte, llámense adecos, copeyanos, IESA boys, bolivarianos, pesuvistas, tupamaros o afines, son varias camadas de venezolanos fracasando en el mismo intento.
Si El Gran Viraje falló por creer que gobernar era más gerencia que política, Chávez lo ha hecho por lo contrario, por creer que gobernar era sólo política y menos gerencia y, por supuesto, por traer de nuevo a la mesa fórmulas estatistas-populistas cuya fatalidad fue más que probada a lo largo del siglo XX. A encontrar el punto medio debería dedicarse un proyecto alternativo.
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