jueves, 12 de noviembre de 2009

LA FRONTERA HERIDA
TEODORO PETKOFF

La primera gran víctima, colectiva en este caso, de la conflictividad entre el gobierno de Chacumbele y el del vecino occidental es esa especie de “tercer país” que existe entre el nuestro y Colombia y que genéricamente es conocido como “la frontera”. Por antonomasia lo es esa franja territorial que se extiende a ambos lados de la línea imaginaria que corre entre Táchira y el nortesantandereano. A raíz de las incomprensibles disposiciones tomadas por Su Excelencia, Bolívar Reencarnado, dirigidas a castigar al pueblo colombiano de la región y a vengarse del pueblo venezolano del Táchira, La Frontera vive una verdadera catástrofe económica. Zona comercial por excelencia, su actividad está reducida a extremos vegetativos. La culpa de ese desastre, como en la crisis eléctrica, en la de la salud, en la de la seguridad ciudadana y en la económica, es estricta e intransferiblemente del personaje que lleva este país rumbo al barranco. Es en el lado venezolano donde se cierra el paso en ambos sentidos, donde se demoran interminablemente gandolas y camiones, donde se cortan o reducen las importaciones desde Colombia, donde se reprime a quienes protestan por los abusos de la Guardia Nacional. Chacumbele o no entiende la idiosincrasia del poblador de La Frontera o no le importa. El fronterizo (y el tachirense en general) es integracionista. Esta condición nace con él, va en sus venas, se hereda. La integración, en La Frontera, es natural y va de la mano con la actividad de la población. Allí la integración es integral y absoluta porque es familiar, cultural, sociológica, económica y geopolítica; todo a la vez. No hay tachirense de la frontera, ni nortesantandereano, que no tenga novias, tíos, primos, madres y/o padres, hermanos o “amigos del alma” a cada lado del río Táchira.

Todos allí necesitan cruzar los puentes o transitar los caminos verdes para trabajar, estudiar, comprar, pasear los fines de semana, echarse unos palos en un bar, asistir a un partido de futbol, en fin, para vivir. Esa es tal vez la frontera más dinámica, más viva, de toda América Latina. La integración que allí se vive no es la de tediosos seminarios o pomposas cumbres del Alba, de Mercosur o de la Comunidad Andina. Contra eso es que se estrella el Gran Desintegrador de la Comarca. El Táchira es hoy por hoy el estado más antichavista de Venezuela. En su capital, San Cristóbal, ni Chávez ni el chavismo han ganado nunca una elección, ni siquiera la de 1998.

No por casualidad, Chávez, desde que es presidente, no ha visitado jamás la región fronteriza. Pero ejerce represalias. Trata al Táchira como tierra enemiga, como país ocupado; le cobra su postura política de modo inmisericorde. No hace nada por ganárselo, sino todo lo contrario. Cada elección lo que revela es un distanciamiento que no hace sino crecer. Al “gocho” se le advierte, desde pequeño, que cuando la neblina espesa lo agarre en riscos y paramos, debe actuar según la sentencia de oro, ” espere que espeje”. Siempre “espeja”, que duda cabe.


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