jueves, 4 de octubre de 2012


NUNCA PUDO


DIEGO BAUTISTA URBANEJA 
EL UNIVERSAL

Los resultados de este siete de octubre significarán, entre otras muchas cosas, el fracaso del intento de Hugo Chávez por establecer una nueva hegemonía en el país. Uso esta palabra -hegemonía- en un sentido específico, un tanto diferente del sentido con el que habitualmente se le usa. 

Quiero decir con ella, la difusión en la generalidad del cuerpo social, de un conjunto de valores, lenguajes, creencias, que se establecen en la gente como una especie de nuevo sentido común. La hegemonía, así entendida, es más bien un hecho cultural que político. El predominio político duradero, que es lo que comúnmente se entiende por hegemonía, es en realidad el resultante de la hegemonía construida en la base, pero es un fenómeno diferente. Si carece de ese sustento, terminará por ser un hecho precario, frágil, que en cualquier momento se rompe. 

El creador del concepto es un importante pensador y político italiano, Antonio Gramsci, quien fue principal dirigente del Partido Comunista Italiano en la década de los veinte y que, encarcelado por Mussolini, escribió en prisión unos famosos Cuadernos de la Cárcel, textos fundamentales para la renovación del pensamiento marxista -y también de más allá del marxismo- de la segunda mitad del siglo pasado. 

Chávez ha citado una que otra vez alguna frase suelta de Gramsci, sobre todo las más poéticas. No sé si tiene el comandante un conocimiento importante de las ideas del pensador italiano, o si solo se trata de un conocimiento superficial, adquirido a base de lecturas apresuradas aconsejadas por algún asesor o de resúmenes que alguien la haya hecho. Pero en verdad Chávez hizo un esfuerzo serio por lograr que lo suyo se transformara en un fenómeno cultural que se difundiera por toda la sociedad, de manera que, sin saberlo, todos fuéramos de una u otra manera, chavistas, incluso sus opositores. 

A eso se dirigió su cháchara incansable y repetitiva hasta el hartazgo, de todos esos tópicos que ya nos sabemos de memoria. A eso se dirigió la instalación de una extensa red comunicacional de emisoras, periódicos, células, en los que se machacó de modo lineal un solo mensaje, un solo conjunto de slogans y clichés, una sola versión de cuanto pudiera ocurrir en el mundo. 

Pero no, no pudo ser. Una gran parte del país siempre resistió esa embestida. Nunca absorbió el mensaje que se le quiso inyectar, inocular, o como ustedes quieran bautizar la empresa. Algo avanzó en algunos sectores, que llegaron a ser chavistas al nivel de su sentido común. Llegó a lograr que muchas de sus expresiones fueran adoptadas por la población, hasta por la parte de ella que le era adversa. La palabra socialismo aumentó su aceptación como moneda corriente de uso admisible, más como vocablo que como concepto, pues Chávez nunca le dio un significado consistente. Se entendió de una manera vaga, como asunto de solidaridad con los desposeídos, pero no como un proyecto sociopolítico definido. El tema social se instaló con fuerza como tema insoslayable, y quizás ese sea el principal saldo de todos estos años en la conciencia colectiva. Pero los valores colectivos no sufrieron transformaciones de fondo, de modo que no llegó Chávez a lograr su cometido hegemónico, y el siete de octubre le pondrá sello final a ese intento. 

Hay muchas razones para ello. Pero, ya que hemos recordado a Gramsci, mencionemos la que sigue. En Gramsci la hegemonía se logra sobre la base de un sector social fundamental de la sociedad, en su caso la clase obrera. Es su papel central en el funcionamiento de la sociedad el que le permite a un sector social convertirse en hegemónico. Ahora bien, Chávez nunca contó con el apoyo de un sector fundamental de la sociedad, como tal sector. Su principal apoyo vino de sectores sin estructura, sin lugar determinante, sin funciones centrales, unidos solo por el hecho de haber sido excluidos, sobre todo en los años inmediatamente precedentes a la llegada de Chávez al poder. Sobre una base tan frágil, tan arenosa, diría Gramsci, es imposible construir hegemonía. 

Tengo al fracaso del proyecto hegemónico por irreversible. Ya no tiene el proyecto chavista energía ni ideas para sustentar la prolongación del intento. La vida política venezolana después del siete de octubre será la que vaya a ser. Pero no transcurrirá bajo la sombra de aquellas nociones que Chávez quiso que se convirtieran en toda una nueva manera de pensar. Allí radica su más profundo y definitivo fracaso. 

dburbaneja@gmail.com

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