Paulina Gamus
Es factible que en pocas semanas nos encontremos de nuevo ante un proceso comicial para elegir al sucesor de Hugo Chávez, una vez más la oposición concurrirá en condiciones desventajosas.
Pero ninguna tan grave como tirar la toalla y dejarle todo el poder a Diosdado, Maduro o a quien al fin sea la opción del chavismo pos Chávez
Gracias a Dios fui política a secas, nunca analista. Éstos nunca se disculpan por sus frecuentes faux pas y mi temperamento me habría hecho difícil actuar con esa cara de piedra que se requiere para no pegar una y sin embargo insistir en el mismo oficio.
Conste que no me estoy refiriendo solo a los vernáculos sino también a quienes desde medios de comunicación de los más serios y prestigiosos, opinaron que el chavismo -sin la figura omnipresente de Chávez- se iba a ver golpeado en las elecciones del 16-D. No por analista sino por experiencias vividas y por ser televidente a ratos, podía ver las cosas de otra manera.
Recordaba la primeras elecciones municipales separadas de las presidenciales y legislativas, realizadas en mayo de 1979.
En diciembre del 78, Luis Herrera Campins le había ganado la elección a Luis Piñerúa por apenas 170.000 votos, aún así AD seguía siendo un partido importante pero fue aplastado en esos comicios municipales.
Solo en Caracas Copei lo dobló en número de concejales. La derrota tan reciente de su candidato actuó como el coletazo de un huracán.
¿Podía ser diferente la situación ahora cuando íbamos a elegir gobernadores a solo dos meses del triunfo del chavismo en casi todo el país?
Cuando veía la televisión observaba la lacrimorragia a la que me referí en una nota anterior y el uso descarado y descarnado del estado semi, pre o cuasi agónico del caudillo, para misas, vigilias, afiches, pancartas, camisetas con los ojos del ausente, sin dejar de lado el ya rutinario obsequio pre electoral de neveras, lavadoras, televisores y las inauguraciones de obras aún sin concluir.
Por razones de simple olfato se podían presentir los resultados del 16 de diciembre.
La sola aspiración de conservar las gobernaciones que estaban a cargo de opositores al gobierno, parecía un reto titánico. Y lo más titánico de todo: motivar a los electores decepcionados del 7 de octubre para que volvieran a votar.
Ocurrió que ni la perspectiva de un cambio total del panorama político nacional por la gravedad de Chávez, los movilizó. Casi un 50% de abstención, aunque no toda se puede atribuir a los opositores, es una muestra de lo poco atractivos que resultaron esos comicios regionales.
Cada quien, especialmente los analistas, dará su opinión sobre lo ocurrido. Me permito sumar la mía que, más que con el comportamiento de los votantes, tiene que ver con la actuación del gobierno.
El mismo que ha demostrado su incapacidad para las tareas más simples como es tapar los huecos de las autopistas y carreteras, se ha manifestado en cambio como un mago de la estrategia electoral.
Todo comenzó a planificarse milimétricamente desde que Chávez supo que tenía un cáncer de muy mal pronóstico, tanto que quizá podría no estar con vida o cuando menos incapacitado en diciembre de 2012, fecha de las elecciones presidenciales.
Se adelantaron entonces para el 7 de octubre y mientras la oposición se preparó para unas elecciones, el chavismo lo hizo para una batalla en la que el acceso a recursos ilimitados, el control sobre todas las instituciones públicas y la capacidad de movilizar por las buenas o las malas a sus electores cautivos, les aseguraba la victoria.
Dos meses después de una derrota que se daba por segura lo que vendría sería el remate con la elección de gobernadores. Y ese remate sería muy cerca de las navidades cuando muchos electores ya han viajado por las vacaciones navideñas o están dedicados a todo menos a la política. En medio del panorama desolador de la noche del 16 de diciembre de 2012 hay preguntas ineludibles y una circunstancia digna de ser resaltada.
Comencemos por la última: el triunfo heroico de Henrique Capriles Radonsky en Miranda. Heroico porque todo el poder del Estado y todos los abusos de los que es capaz un gobierno sin escrúpulos, fueron movilizados para derrotar al joven que se atrevió a disputarle la presidencia a Hugo Chávez y obtener más de seis millones de votos.
Contaron además con la ayuda de opinadores de la oposición cargados de cicuta, que pretendieron emponzoñar la figura de Capriles acusándolo de blandengue, entreguista y adjetivos aún más infames.
Pero Capriles ganó y derrotó a Elías Jaua, uno de los hombres fuertes del chavismo.
Ahora las preguntas:
¿qué clase de gobiernos harán los doce militares y ocho civiles que van a gobernar bajo la égida del PSUV y que han jurado fidelidad a Chávez?
Por una parte Aristóbulo Istúriz, un civil, anuncia que en Anzoátegui se instalará un gobierno comunal mientras que José Vielma Mora, militar, promete hacer del estado Táchira un polo de desarrollo con el apoyo de la empresa privada.
Jorge Rodríguez, figura estelar del Comando Carabobo y del PSUV, civil y por añadidura psiquiatra, muestra una vez más su bajeza al aprovechar la victoria para insultar y agredir a la oposición mientras que Arias Cárdenas, militar, gobernador electo del Zulia dice que abre sus brazos a todos para hacer un gobierno de amplitud.
La otra pregunta ¿nos habremos contagiado los venezolanos con la peste argentina que se materializa en la frase ¡Evita vive! y que pasa de generación a generación desde hace sesenta años?
La única vacuna contra esa pandemia sureña es seguir votando, seguir batallando, no desmayar y saber que no es fácil desterrar los autoritarismos populistas pero tampoco imposible.
Es factible que en pocas semanas nos encontremos de nuevo ante un proceso comicial para elegir al sucesor de Hugo Chávez, una vez más la oposición concurrirá en condiciones desventajosas.
Pero ninguna tan grave como tirar la toalla y dejarle todo el poder a Diosdado, Maduro o a quien al fin sea la opción del chavismo pos Chávez.
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