Armando Durán
EL NACIONAL
El día amaneció espléndido. Sin embargo, las calles de toda Venezuela, sorprendentemente desiertas, lucían más tristes y desoladas que de costumbre. Las cámaras de la televisión se paseaban por las puertas de los colegios electorales y hacían verdaderos malabarismos para no registrar la ausencia de votantes y de miembros y testigos de mesa. Las largas colas de octubre se habían convertido en prácticamente nada.
Ya sabemos que las elecciones regionales no despiertan el entusiasmo que genera elegir a un Presidente, pero el espectáculo resultaba deplorable y les notificaba a los partidos de oposición la inminencia de un desenlace fatal. Sin la maquinaria del oficialismo, la tremenda abstención era señal inequívoca de que “la alternativa democrática” corría peligro de muerte. Tanto, que al mediodía, uno tenía la impresión de que la geografía nacional se teñiría esa noche de rojo. Sin embargo, después de almuerzo reapareció en el ánimo opositor una cierta esperanza. Los reiterados llamados a votar parecían haber hecho algún efecto y numerosos votantes de oposición acudieron a las urnas por la tarde. De pronto, ya no se daba todo por perdido.
Según los informes que circulaban entonces, a esa hora nadie apostaba nada por Carabobo ni Nueva Esparta, y se tenía la convicción de que se perderían plazas de gran importancia, como Táchira y Lara, pero, repentinamente, algunas luces comenzaron a brillar al final del túnel: las distancias entre los candidatos del Gobierno y de la oposición se acortaban en Zulia y en Miranda. Al final de la jornada, Henrique Capriles logró imponer su liderazgo, a Pablo Pérez se le apagó definitivamente la ilusión y Henry Falcón daba la sorpresa en un estado que a fin de cuentas parece pertenecerle en exclusiva desde que fue elegido alcalde de Barquisimeto en las elecciones del año 2000.
¿Qué había pasado? ¿Cuáles podían ser las causas verdaderas de un descalabro de esta dimensión casi apocalíptica? De acuerdo, nadie podía poner en duda la perversidad de fijar estas elecciones para el 16 de diciembre, apenas una semana antes de Navidad. Cierto también que el triunfo electoral de Chávez en octubre debió ejercer una funesta influencia en la conciencia de muchos. Pero de ahí a hablar de un estado general de indiferencia y apatía… No me lo creo. De haber sido así, ¿cómo entender que en dos estados donde Chávez se había impuesto en octubre, Lara y Miranda, ahora sus candidatos, sobre todo su ex vicepresidente, Elías Jaua, salían con las tablas en la cabeza? ¡Qué apatía ni qué cuentos de camino!
En primer lugar, no hay guayabo político que dure cien años. Especialmente en tiempos navideños. Por otra parte, es necesario precisar que esa supuesta abulia electoral del mundo no chavista, argumento fácil para responsabilizar al elector de la culpa propia, no fue fruto de la pereza, sino de una insatisfecha rabia colectiva, porque los dirigentes de la MUD, dos meses después, seguían haciéndose los locos y no daban la cara ni explicaban el porqué de la derrota del 7 de octubre. Molestia grande, porque ni antes ni después de aquel día le plantaron cara al CNE para exigirle actuar contra el abierto ventajismo oficial. Y arrechera, muchísima arrechera, no cobarde dejadez, contra sus dirigentes, porque hasta el día de hoy no han sabido o no han querido dar la pelea por defender el voto de sus partidarios.
Esta ha sido, nadie puede ocultarlo, una gran derrota. Peor aún, porque estamos en vísperas de unas “sobrevenidas” elecciones presidenciales que pueden ser convocadas en cualquier momento. Si en octubre el país opositor reclamaba de sus presuntos dirigentes explicaciones satisfactorias, a estas alturas ya no hay tiempo para exquisiteces dialécticas. La selección de un candidato presidencial y la preparación de una campaña más exigente que las dos anteriores no lo permiten. Ni tampoco delicadezas con quienes hasta ahora han asumido, sin éxito, la conducción de los esfuerzos electorales de la oposición. No se trata de prender el ventilador de las culpas, sino de actuar, de inmediato y eficientemente, en la dirección correcta. Quizá esa sea una inmensa ganancia de la oposición en medio de la catástrofe. Prescindir, todo lo gentilmente que se quiera, pero prescindir cuanto antes, de quienes no han conocido la victoria y poner en manos de tres indiscutibles vencedores, Capriles Radonski, Henri Falcón y Andrés Velásquez (aunque no haya ganado), más allá de partidos sin militancia, acomodos electoreros y falsas alianzas, la conducción del movimiento opositor de ahora en adelante. Entre otras razones, porque no hay tiempo para más.
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