Alberto Barrera Tiszka
Tengo algunas amigas que, apenas parpadea una noticia sobre la salud de Chávez, se convierten de inmediato en asistentes espontáneas de cuanto especialista esté dispuesto a compartir, generosamente, su opinión sobre el caso. Hay de todo: cirujanos, teólogos, brujos de distintas escuelas, homeópatas, econometristas con posgrados en curación con las manos, cuánticos, ingenieros que le meten al espiritismo, galenos graduados en Wikipedia, acupunturistas chinísimos, mentalistas, profesionales de la curiosidad clínica… Un día me llamó Angie para comentarme las declaraciones que, sobre la salud del Presidente, había proferido un técnico dental de Cochabamba. Cualquier nota sirve. Cualquier información es buena. Conocer la verdad puede convertirse en un ansia.
Pero, sin duda alguna, entre toda la multitud de nuevos peritos en nosología que tiene el país, algunas de mis amigas prefieren al doctor Marquina. Él es un combo completo. Tiene supuesta información secreta y opina con promiscuidad. Actúa de inmediato y suele tener algún suspenso al alcance de la mano. Cuando se anuncia el rumor de un viaje de Chávez a Cuba, ahí ya está Marquina, tuiteando que da gusto, organizando cirugías en el aire, usando el estetoscopio como micrófono. Marquina dice. Marquina opina. Marquina sabe. No es un doctor: es un eco. Si arrimas tu oreja, lograrás escuchar el cuerpo del Presidente.
Todo pasa, por supuesto, por el silencio. No decir lo que ocurre tiene sus riesgos. Se puede controlar un secreto, pero no hay manera de gobernar la curiosidad, las distintas versiones que se multiplican, tratando de indagar sobre ese secreto. En muy pocos días, nuevamente, el enigma de la salud de Chávez se ha transformado otra vez en una industria de murmullos.
Se ha dicho que jamás se curó, que su cuerpo le está pasando ahora factura por el esfuerzo realizado en la campaña electoral. Pero también se asegura que sí estaba curado pero que, justamente después de ganar las elecciones, el tumor volvió a aparecer en sus caderas. Además, no falta quien vuelve a afirmar que, en realidad, no tiene nada, que nunca ha estado mal, que su enfermedad sólo es un guión de Fidel; que cuando va a Cuba los dos se sientan al borde de una alberca, en una soleada casa de El Vedado, y pasan horas carcajeándose, leyendo las diferentes noticias, tomando mojitos y muriéndose de risa.
Otra versión sostiene que la enfermedad es un disfraz. Según esto, el Presidente viajó a La Habana para asesorar a las FARC en las negociaciones de paz con el Gobierno de Colombia. Todo forma parte de una estrategia del comunismo internacional. Están fraguando una revolución bolivariana en Colombia. Quieren repetir el proceso. Y Chávez dirige todo desde las sombras. Por eso se hace el enfermito, dicen. Pero el tipo está como una pepa, dicen. Un cáncer –insisten– también puede ser una cortina de humo.
Una certeza diferente: hay quienes afirman que Chávez fue a La Habana porque: 1) Fidel está muy débil, 2) Fidel está agonizando, 3) Fidel acaba de morir, 4) todas las anteriores. La enfermedad da para todo. Se ha dicho, también, que este viaje forma parte de la campaña electoral. Sólo es un plan publicitario que contempla una nueva resurrección del comandante, justo unos días antes de las elecciones, con un regreso triunfal, enérgico, recorriendo todo el territorio, levantándole la mano a todos los candidatos oficialistas. El Dios de la vida nos indica el camino. Nuevamente hemos derrotado el imperio de la jeringas. Viviremos y venceremos.
Esta semana, el ministro Villegas propuso un comentario gracioso para enfrentar la situación. “Tú los ves molestos –dijo– porque Chávez sale y hace una cadena, y ahora salen reclamando porque Chávez no sale”. Asumir que lo que ocurre sólo angustia a la oposición es una manera de frivolizar la realidad y de escamotear el problema de fondo: el derecho a la verdad. ¿Quién decide qué podemos o qué no podemos saber los venezolanos? Trátese de la salud del Presidente, del presupuesto nacional, de la situación penitenciaria o de la producción de petróleo. ¿Quién decide qué información debemos o no debemos conocer?
Chávez mantiene en secreto su enfermedad porque eso le da poder, un poder sobre los demás. Prefiere el contagio de la incertidumbre a decir oportuna y verazmente lo que le ocurre. Ese también es un síntoma. Un diagnóstico sobre la delicada situación de la verdad en el país. “¿Sabes algo nuevo?”, me pregunta una de las asistentes de Marquina apenas atiendo el teléfono. Le digo que no. Y comienza entonces a darme un reporte sobre las últimas conjeturas que pasean por Internet. Nadie se enferma solo.
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