ELÍAS PINO ITURRIETA
EL UNIVERSAL
A los pichones de historiadores se nos enseña en los primeros años de la escuela que el tiempo es uno solo, y que la división entre pasado, presente y futuro tiene fines pedagógicos y metodológicos que simplifican la realidad. El tiempo es uno solo, nos dicen los profesores veteranos a los nuevos estudiantes, pero lo dividimos de manera artificial para ver las cosas que nos distinguen de los antepasados y para pensar sobre los acontecimientos que no han sucedido, pero que a lo mejor están a punto de suceder, sin que exista una barrera visible y concreta que separe los capítulos temporales de la sociedad. Hay una evolución generalmente lenta, dicen los catedráticos, en la cual se juntan los rasgos cronológicos sin que, en realidad de verdad, se puedan hacer separaciones nítidas de las hojas del almanaque. Se nos habla de un reloj que no corre con la puntualidad ni con la exactitud de los cronómetros que usamos para cumplir las obligaciones cotidianas. Se nos habla de un medidor moroso, de un medidor sin prisas que debe estar atento para descubrir las novedades que sólo en ocasiones se dan, pero especialmente para descubrir a los hombres y a los sucesos anunciados como novedades que en el fondo no lo son.
No se trata ahora de ofrecer lecciones de Metodología de la Historia, desde luego, sino de llamar la atención sobre un aspecto de la política venezolana que pretende llamar la atención sobre la existencia de actores y realidades flamantes ante cuyo reclamo se necesitan soluciones sorprendentes del todo, como las que jamás se habían visto antes. Se habla con demasiada frecuencia de política vieja y de política nueva, tras el cometido de condenar a la primera y de privilegiar a la otra; y de políticos del pasado y políticos de la actualidad para, igualmente, proponer la preferencia de los segundos sobre los primeros. Se afirma, por lo tanto, que hay unos políticos y unos partidos políticos cuya característica esencial es el anacronismo y que, por lo tanto, no sirven para nada; mientras hay otros útiles de veras y más atractivos porque son criaturas puras y perfectas de la actualidad, sin nexos con unos tiempos a los cuales conviene desechar. Estamos frente a un discurso cada vez más usual, que puede tener consecuencias catastróficas debido a que invita a clasificaciones y distorsiones sin fundamento de las cuales se originan separaciones cuya profundización es inconveniente, sobre todo en vísperas electorales.
Es un discurso que incumbe a la oposición, pues del lado del gobierno han corrido con mejor suerte al vendernos la idea falsa de que la "revolución" carece de nexos con el pasado y es, por lo tanto, una manifestación pura de unos tiempos supuestamente nuevos. La "revolución bolivariana" tal vez sea la evidencia más contundente de la permanencia de fenómenos del pasado -como el autoritarismo, el personalismo, el pretorianismo y el militarismo, por ejemplo-, pero la propaganda se ha encargado de que buena parte de la sociedad la considere como una salvación exclusiva de nuestros días, como una panacea inédita. No sólo es lo más antiguo de la antigüedad venezolana, sino también lo más deleznable en términos republicanos, pero ha funcionado el mensaje que nos invita a considerarla como un hecho histórico sin precedentes en cuyo desarrollo se encuentra el mejor destino de la sociedad. De allí que se haya popularizado una cronología que habla de "cuarta república" y "quinta república", como si el chavismo no fuese la demostración del declive de una conducta política y de un entendimiento del pueblo cuyo origen viene de muy lejos. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a la estúpida clasificación, como si no nos incumbiera pese a que rechaza y descalifica la obra de nuestros antepasados y de nosotros mismos.
Pero lo que importa ahora, tratando de ver el asunto desde la perspectiva de la oposición, es preocuparse por la proliferación de líderes jóvenes que se ofrecen como salvaciones por el simple hecho de que son jóvenes y de que, por lo tanto, provienen de una cuna limpia y pura sin relaciones con la política del pasado. Por nada del mundo quieren retratarse con los adecos ni con los copeyanos, no quieren que los descubran en ese ignominioso poliedro porque son veinte o treinta años menores que los dirigentes de unas banderías supuestamente decrépitas a las cuales ya les pasó la hora. En los asuntos relacionados con la mentalidad colectiva las horas no pasan con la velocidad de las centellas, ni hay fosas abiertas en el cementerio para esperar a unos dirigentes que huelen a formol y tienen las horas contadas, ni nada es perfectamente puro, ni absolutamente juvenil y prometedor. Si así fuera mal estaríamos, ocupados de conocer caras inesperadas y extrañas todos los días sin referencias con la guía antigua y confiable que tenemos de las buenas, de las regulares y de las malas memorias, de lo que hicimos ayer en conjunto y debemos a toda costa evitar que se nos vaya de las manos. ¿Acaso los liderazgos no guardan relación con la experiencia, con las etapas anteriores, con un proceso que sólo se puede dividir de manera artificial? Cuando desconfiamos de la política sin arrugas no estamos hablando de Metodología de la Historia, como si estuviéramos todavía en los pupitres de la universidad, sino de una tontería que puede tener corolarios nefastos en un aprieto que aconseja la búsqueda de una unidad sin fisuras.
eliaspinoitu@hotmail.com
No se trata ahora de ofrecer lecciones de Metodología de la Historia, desde luego, sino de llamar la atención sobre un aspecto de la política venezolana que pretende llamar la atención sobre la existencia de actores y realidades flamantes ante cuyo reclamo se necesitan soluciones sorprendentes del todo, como las que jamás se habían visto antes. Se habla con demasiada frecuencia de política vieja y de política nueva, tras el cometido de condenar a la primera y de privilegiar a la otra; y de políticos del pasado y políticos de la actualidad para, igualmente, proponer la preferencia de los segundos sobre los primeros. Se afirma, por lo tanto, que hay unos políticos y unos partidos políticos cuya característica esencial es el anacronismo y que, por lo tanto, no sirven para nada; mientras hay otros útiles de veras y más atractivos porque son criaturas puras y perfectas de la actualidad, sin nexos con unos tiempos a los cuales conviene desechar. Estamos frente a un discurso cada vez más usual, que puede tener consecuencias catastróficas debido a que invita a clasificaciones y distorsiones sin fundamento de las cuales se originan separaciones cuya profundización es inconveniente, sobre todo en vísperas electorales.
Es un discurso que incumbe a la oposición, pues del lado del gobierno han corrido con mejor suerte al vendernos la idea falsa de que la "revolución" carece de nexos con el pasado y es, por lo tanto, una manifestación pura de unos tiempos supuestamente nuevos. La "revolución bolivariana" tal vez sea la evidencia más contundente de la permanencia de fenómenos del pasado -como el autoritarismo, el personalismo, el pretorianismo y el militarismo, por ejemplo-, pero la propaganda se ha encargado de que buena parte de la sociedad la considere como una salvación exclusiva de nuestros días, como una panacea inédita. No sólo es lo más antiguo de la antigüedad venezolana, sino también lo más deleznable en términos republicanos, pero ha funcionado el mensaje que nos invita a considerarla como un hecho histórico sin precedentes en cuyo desarrollo se encuentra el mejor destino de la sociedad. De allí que se haya popularizado una cronología que habla de "cuarta república" y "quinta república", como si el chavismo no fuese la demostración del declive de una conducta política y de un entendimiento del pueblo cuyo origen viene de muy lejos. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a la estúpida clasificación, como si no nos incumbiera pese a que rechaza y descalifica la obra de nuestros antepasados y de nosotros mismos.
Pero lo que importa ahora, tratando de ver el asunto desde la perspectiva de la oposición, es preocuparse por la proliferación de líderes jóvenes que se ofrecen como salvaciones por el simple hecho de que son jóvenes y de que, por lo tanto, provienen de una cuna limpia y pura sin relaciones con la política del pasado. Por nada del mundo quieren retratarse con los adecos ni con los copeyanos, no quieren que los descubran en ese ignominioso poliedro porque son veinte o treinta años menores que los dirigentes de unas banderías supuestamente decrépitas a las cuales ya les pasó la hora. En los asuntos relacionados con la mentalidad colectiva las horas no pasan con la velocidad de las centellas, ni hay fosas abiertas en el cementerio para esperar a unos dirigentes que huelen a formol y tienen las horas contadas, ni nada es perfectamente puro, ni absolutamente juvenil y prometedor. Si así fuera mal estaríamos, ocupados de conocer caras inesperadas y extrañas todos los días sin referencias con la guía antigua y confiable que tenemos de las buenas, de las regulares y de las malas memorias, de lo que hicimos ayer en conjunto y debemos a toda costa evitar que se nos vaya de las manos. ¿Acaso los liderazgos no guardan relación con la experiencia, con las etapas anteriores, con un proceso que sólo se puede dividir de manera artificial? Cuando desconfiamos de la política sin arrugas no estamos hablando de Metodología de la Historia, como si estuviéramos todavía en los pupitres de la universidad, sino de una tontería que puede tener corolarios nefastos en un aprieto que aconseja la búsqueda de una unidad sin fisuras.
eliaspinoitu@hotmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario