Francisco José Virtuoso, sj
Los resultados generales del 16-D en términos proporcionales son bastantes parecidos a los del 7-O. Sin embargo, la percepción va más allá de la aritmética. El oficialismo sabe convertir una derrota en un apoteósico triunfo y una victoria importante en argumento desmoralizante contra el contrario. La oposición se caracteriza por lo opuesto. Los triunfos no los sabe convertir en publicidad provechosa para sus intereses y las derrotas las asume como tragedia.
La noche del 16 de diciembre solo escuche un discurso por parte de la oposición que intentaba ofrecer una lectura de los resultados que sirviera de palanca para movilizar hacia adelante a quienes se identifican con esa opción. Fue el discurso, breve pero directo, de Henrique Capriles. Aprovechó muy atinadamente la imagen no solo de quien sale victorioso de la competencia que termina sino de quien logró doblarle el brazo a un poderoso enemigo que busca arrasarlo políticamente.
Habló del descarado ventajismo oficialista, del abuso de poder, la utilización emocional de la enfermedad del Presidente de la República, la responsabilidad de quienes se abstuvieron, etc. Se lamentó por la suerte de la República, en donde la institucionalidad constitucional se la llevó por los cachos el toro bravo y salvaje de quienes detentan el poder, bajo la mirada desganada de quienes estando en desacuerdo prefirieron dedicar su tiempo a otras actividades más placenteras que a ejercer su derecho al voto.
El oficialismo no perdió tiempo en dar su lectura. El mapa de Venezuela se tiño nuevamente de rojo. Se le arrebató a la oposición casi todos los estados que estaban bajo su control. Los resultados se asimilaron a una especie de segunda vuelta presidencial. Bajo esta soflama general se esconde que la votación oficialista se redujo a más o menos a la mitad de la obtenida dos meses atrás por Hugo Chávez. Lo que también ocurrió con la oposición.
En los próximos días el oficialismo seguirá construyendo su mitología arrogante y soberbia, escondiendo bajo ese manto las debilidades de sus pretensiones de dominio absoluto. Más allá de las apariencias, el chavismo atraviesa una gran crisis de liderazgo. Su principal mentor puede que salga de la escena política, lo que no será tan fácilmente asimilado. En la oposición, queda ahora el reto de reorganizar su liderazgo y redefinir sus contenidos y estrategias después de los reveses sufridos. El éxito de ese proceso pasa por una profunda autocrítica, mayor apertura a otras voces y dejar de lado las tendencias entrópicas. Todo ello en medio de una situación económica y social que requiere respuestas urgentes.
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