jueves, 8 de agosto de 2013

COLOMBIA: AHORA O NUNCA


       Miguel Angel Bastenier

Sergio Jaramillo, de estatura más que aventajada; cauteloso de profesión; e irrevocablemente optimista por cometido es el Alto Comisionado de Paz del presidente Santos, aquel que diseñó el proceso de negociación con las FARC de La Habana. Su casa de Bogotá tiene algo de mausoleo, donde la luz eléctrica brilla solo por su ausencia, y la conversación discurre entre el mortecino resplandor de unas velas.
A comienzos de año la opinión colombiana parecía convencida de que alguna paz era posible. Durante meses de conversaciones secretas, siempre en la capital cubana, se había acordado el temario y hasta parecía que las partes se hubieran juramentado para llegar a un final feliz. Juan Manuel Santos había fijado como límite noviembre para liquidar una de las guerras (“conflicto interno”, en la terminología oficial) más longevas de la historia. Pero recientes y especialmente sangrientas operaciones de la guerrilla; la evidencia de que uno de los precios de esa paz sería la impunidad de la insurgencia; la iracundia del expresidente Uribe, que precedió y aupó políticamente a Santos, al calificar de traición cualquier aproximación a las FARC; y dificultades que van desde la restitución de millones de hectáreas malhabidos por guerrilla, paramilitares y logreros en general, así como el hueso más duro de roer: la incorporación de la guerrilla a la política en plena legalidad, hacen tambalear tan ambicioso objetivo en todas las encuestas.
Álvaro Uribe que, con los llamados trinos (colombiano contemporáneo) en twitter le ha sacado inmenso partido a sendas emboscadas en las que murieron 19 soldados, es hoy el mayor problema de Santos: “Uribe está haciendo daño. Mucho daño. Está diluyendo su leyenda”. El Alto Comisionado respeta el legado del anterior Jefe del Estado. Y nadie duda que sin el cerco asfixiante a que sometió a la guerrilla —con el propio Santos de ministro de Defensa— no habría sido posible arrastrar a las FARC a la mesa de negociaciones. Jaramillo recuerda puntualmente que lo acordado es que no habría vasos comunicantes entre negociaciones y realidad sobre el terreno y que en la fase secreta de los contactos hubo ya 12 militares muertos en el Arauca. “Pero cuando entra la opinión pública en juego es más difícil el aislamiento”. Y por ello “la hora de la verdad sólo llegará cuando se firme”.La palidez del rostro del Alto Comisionado hace como que se acentúa con la prudencia. “Si algo ha hecho el Gobierno es dejar claro que se firma un acuerdo para la terminación del conflicto, no de paz”. Pero el optimismo de fondo sigue impertérrito: “Creo que este año habrá firma; es técnicamente posible”. Una de cal y otra de arena: “Pero no hay que tener una concepción milenarista de la paz, como si fuera a resolverlo todo. Lo esencial es que nunca más se recurra a las armas para hacer política”.
Sergio Jaramillo cierra con el aplomo que sólo da un optimismo sin el cual no podría ser Alto Comisionado en un país como Colombia: “Y hoy tenemos la constelación perfecta para hacerlo realidad”.El alto funcionario cree con fe impecable en las virtudes prácticamente milagrosas de la paz. Despacha primero la opinión de quienes aseguran que “se firme lo que se firme, lo llamarán paz”, tachándola de “condescendiente”, para desplegar entonces su arma de destrucción masiva contra incrédulos y escépticos, lo que llama “el gran proyecto” de Juan Manuel Santos. “Nunca ha habido una visión de país que abarcara todo el territorio. Por la geografía nacional y la pobreza del Estado, este ha sido incapaz de ver estratégicamente toda Colombia. Y la paz será la gran palanca para movilizar recursos y voluntades”. Pero ¿cuál es el plazo? Medita solo un segundo: “Diez años”. El tiempo suficiente para que el presidente opte a un nuevo mandato (2014-2018). ¿Y por qué la paz ha de ser ahora o nunca? Jaramillo asegura que ha habido una venturosa alineación de astros. Las FARC han quedado severamente golpeadas en su cúpula dirigente; las Fuerzas Armadas se han profesionalizado enormemente —lo que hizo posible el Plan Colombia, dotado militar y económicamente por EE UU, que inició el precedente del precedente, Andrés Pastrana—; y el desprestigio exterior de las FARC ya es indiscutible, aunque “hará falta el concurso de la comunidad internacional”. Aquí hace un guiño a Madrid que no entró ni en la pedrea de colaboradores de la paz como Cuba, Noruega, Venezuela y Chile, cuando dice: “En especial de aquellos países que siempre han estado comprometidos con Colombia”.

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