lunes, 5 de agosto de 2013

LA TAREA NO ESTÁ HECHA

        ALONSO MOLEIRO
Después de haber concretado una hazaña electoral que nadie tenía prevista, y de obtenido una resonante victoria política durante el pasado mes de abril, la Unidad Democrática ha entrado de nuevo en uno de sus habituales extravíos cognitivos. Uno de esos inexplicables baches funcionales que secuestran a sus mandos mientras el deterioro nacional sigue su proceso de cocción.
Mientras la MUD permanece “colgada”, emitiendo declaraciones eventuales y formalizando denuncias ocasionales, una parte de sus graderías acusa los efectos de una comprensible, aunque completamente remontable, dosis de frustración. Es en circunstancias como estas cuando se hace más necesario que nunca dialogar con las masas: explicar el tenor de las decisiones tomadas; diagramar un cronograma que incluya el corto, el mediano y el largo plazo; hacerle entender a la gente la importancia capital que revisten las venideras elecciones de alcaldes, pero sobre todo, las ya cercanas y cardinales elecciones parlamentarias.
Muy especialmente porque es necesario tener claro que, aunque se han alcanzado cotas de fortaleza jamás vistas, y la ausencia de Hugo Chávez coloca al oficialismo en una posición especialmente vulnerable, la tarea para concretar el cambio democrático aún no está hecha. Sigue siendo Venezuela una nación postrada en un delicado equilibrio entre dos fuerzas de tamaño casi similar. Dicho de otra forma: con la precaria ventaja que en este momento podemos concederle a las fuerzas de la Unidad no es posible materializar cambios políticos de ninguna especie, y mucho menos gobernar con solvencia una nación asaltada por problemas tan delicados.
Vamos a comprenderlo de una vez: lo que está planteado en Venezuela, dentro de un marco que obligatoriamente tiene que ser constitucional y pacífico, es un cambio de régimen político.  Un cambio que, si no es llevado con cuidado, puede comprometer seriamente la paz pública y la viabilidad de la nación por varios lustros. Quienes en todo momento hacen reflexiones apresuradas hablando de la importancia de “cobrar”, deben saber que no estamos en presencia de una elección colegial o de unas primarias internas. Nos estamos enfrentando a personas sin escrúpulos, atrincheradas en torno a sus privilegios, en muchos casos armadas. Estarían esperando ansiosos una decisión infeliz similar a aquella que mandó a Miraflores a aquella marcha desde en Chuao en la tarde de abril de 2002.
La próxima administración que se asiente en Miraflores, tendrá, además de las urgencias económicas y sociales que todos conocemos, una apremiante tarea para recomponer las instituciones del país, especialmente en lo tocante a la administración de justicia, y restaurar definitivamente la autoridad del estado en materias tan delicadas como el resguardo de las fronteras, la seguridad interna y el combate al narcotráfico.
Mientras tanto, aún con sus limitaciones como conductor, y su precaria habilidad para dirigirse a las masas, Nicolás Maduro ha ofrecido nuevas evidencias de que no es tan tonto como algunos suponen. En los tres breves meses que ha comprendido su gestión obtuvo lo fundamental: el oxígeno necesario para sentarse en la silla de gobierno.  La espantosa crisis económica gestada el año pasado lo ha obligado a tomar decisiones medianamente sensatas. La conversación con los sectores productivos privados y la suspensión de la agenda de expropiaciones ha sido concebida, también, para aislar a estos agentes de cualquier veleidad con la política. El papelón que pasó la nación luego de la folletinesca pataleta diplomática con los colombianos, obtuvo, sin embargo, el resultado que el alto gobierno estaba buscando: cercar a Capriles Radonski en la región, previniendo a cualquier gobierno sobre lo que pudiera suceder si se pone a conversar de más con los enemigos del proveedor energético del vecindario.
Quién alguna vez creyó que de esta circunstancia íbamos a salir en cosa de días o semanas debe aterrizar de una buena vez. La balanza sigue inclinándose a favor de la oposición, y eso lo confirman encuestas recientes, pero no a la mágica velocidad que algunos creían. Para que las cosas terminen de cambiar es necesario consolidar una mayoría aplastante, inequívoca y sin fisuras, similar a la que tuvimos en 1999. Una vez que estén dadas las condiciones. No estamos demasiado lejos.
El espantoso contexto de destrucción nacional gestado en manos del chavismo está alimentando todos los días la causa del cambio democrático. Ahora, por primera vez, hay un liderazgo genuino y robusto, expresado en Henrique Capriles Radonski. Las circunstancias políticas del país han cambiado de forma por demás notoria y dramática desde el año pasado y sería una verdadera tontería no tomar nota de eso.
Es a Capriles, acompañado de la dirigencia de la alternativa democrática, al que le toca tomar decisiones de urgencia para fortalecer y recrear la inoperante estructura funcional de la MUD. Insertarse en la lucha social con mayor denuedo; diseñar la hoja de ruta de la transición dentro del cauce constitucional, y sobre todo, enviarle a la nación mensajes políticos concretos, acabados y estructurados, en torno a la naturaleza del gobierno, su estructura corrompida y su inexcusable responsabilidad en el actual estado de cosas.
Un gobierno calamitoso e irresponsable que, sin embargo, obtiene notas sobresalientes en aquello en lo cual sus rivales son marcadamente inhábiles: las operaciones de propaganda y la formación de matrices.

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