martes, 25 de febrero de 2014

¿DONDE ESTAMOS?


       Tomas Straka

De las muchas explicaciones que hay sobre lo que ha estado pasando en Venezuela durante las últimas semanas, una -la del gobierno: se trata de una conspiración fascista orquestada desde Estados Unidos- probablemente sea aceptada por esa mitad del país que, de acuerdo con los resultados electorales, lo apoya. En la otra mitad, acaso más diversa, se debaten por lo menos dos visiones que en buena medida son las que diferencian lo que se ha llamado la oposición radical de otra más moderada. Para los primeros, quienes protestan están repitiendo el libreto de 2002 y, con eso, sus mismos errores: las multitudes tienen mucho de espejismo, al estar restringidas a las zonas de clase media le ofrecen una sensación de poder que no corresponde a la realidad, el país es bastante más grande que Altamira. Los segundos ven el vaso medio lleno: el lema de que “el que se cansa pierde” resume la convicción de que las cosas han llegado a un punto de no retorno y de que hay que estar listos para aguantar cuanto haga falta. No sabemos si estamos en el tercer o en el décimo round, pero tenemos que convencer a las piernas de no flaquear porque la victoria factible y la campanada final están muy cerca. 
Naturalmente, como los acontecimientos están en plena marcha y con paisaje que cambia  cada hora es imposible saber quién tendrá al final la razón (ambos tienen argumentos cuando menos atendibles). Hay, sin embargo, un ejercicio que Inés Quintero ha venido aplicando ante las diversas -y numerosas- audiencias que la solicitan, y que tal vez pueda sernos útil para otear a nuestro alrededor. Como cada vez que a los historiadores se nos convoca a un foro para que hablemos del presente -por fin la sociedad parece entender que, en el fondo, nuestro tema nunca ha sido otro- terminamos señalando lo que del pasado sigue en nuestra actualidad (y ese pasado en Venezuela tuvo mucho de personalismo, de pretorianismo, de caudillismo y de otros ismos poco alentadores), Inés se ha propuesto voltear la tortilla. El asunto no es detenerse en las continuidades, cuya importancia nadie niega, sino tratar de determinar qué es lo distinto, lo singular, de nuestra hora. Solo así podremos ponderar bien dónde estamos parados y, con eso, ver qué decisiones tomamos para avanzar. Pues bien, tomémosle el guante a Inés y veamos con respecto a los acontecimientos de 2002 y 2003, o entre las guarimbas de algunos años posteriores, qué hay de diferente con las protestas del día de hoy. Quien escribe propone las siguientes con la esperanza de iniciar una reflexión en la que se agreguen más o tal vez se supriman algunas de las planteadas:
1. El liderazgo. Aunque se mantengan continuidades entre algunos protagonistas, los papeles estelares cuentan con otro reparto. En primera instancia, las instituciones involucradas en 2002 -Pdvsa, partidos, Fedecámaras, la CTV, los medios, la Iglesia, el Ejército- han cambiado de forma sustancial o incluso desaparecido. Si lo vemos con calma, ninguna de ellas juega de la misma manera sus cartas, si no es que se han retirado del juego. En general el gobierno las controló o neutralizó con sus victorias de 2002 y 2003.  Incluso pareciera, como en el caso de la “guerra económica” que se le endilgó a Fedecámaras, que quisiera seguir teniéndolas como las enemigas de antes para que su esquema siga funcionando. Y se les puede entender: si ellas no son, ¿a quién atribuirle la combustión actual? ¿Solo al talento de Leopoldo López?
Con sus imputaciones en curso, no es responsable que hablemos demasiado al respecto. Solo subrayar lo que representa en cuanto otro de los aspectos originales de esta hora: el protagonismo de una nueva generación de políticos. No se trata solamente de la ausencia de Hugo Chávez, que es ya decir muchísimo, o de la conmoción creada por los estudiantes en 2007 (en cuanto grupo, por cierto, se trata de un sector que en 2002 no tenía especial presencia y que hoy lleva lo esencial de las protestas en sus hombros), se trata de que tanto en la oposición como en el gobierno pocos de los que están en primera fila lo estuvieron doce años atrás y, en conjunto, conforman un relevo generacional que tras de sí ya tiene perfilándose otro desde el ámbito estudiantil. Es bueno recordar que doce años no son necesariamente tantos en la política -pregúntenles a José Vicente Rangel o a Luis Miquilena- ni las generaciones son solo un hecho biológico. En principio, nada garantiza que los jóvenes sustituyan a los viejos en un momento dado, por lo menos no antes de la inapelable circunstancia de la muerte. El ejemplo de lo que pasó con la generación de políticos venezolanos que emergieron en 1958 y para quienes el poder ha sido muy esquivo, es contundente al respecto. Nuevas generaciones pueden traer -y casi siempre es así- nuevas ideas (lo que no quiere decir que necesariamente sean mejores) y una nueva energía.
2. Los medios. Si en algún ámbito se nota el cambio dentro de los liderazgos es en el de los medios. El avance del gobierno en su proyecto de la hegemonía comunicacional ha dado resultados y lo que los venezolanos, de uno y otro bando, ven en la televisión, oyen por la radio y leen en los periódicos es muy distinto de 2002-03, pues se inclina la balanza a favor del oficialismo. De tener medios francamente beligerantes en todos los bandos, ahora nada más los tenemos en uno solo con el resto cerrado (RCTV) o muy pacificado (los demás). Sin embargo las protestas son tanto o más intensas que hace una década, lo que demuestra -como lo demostró el triunfo de Chávez en la partida de 2002- que si bien las televisoras son muy poderosas, no son todopoderosas; así como aquello que hemos visto en las revoluciones de la Primavera Árabe: el alcance de las redes sociales. Esto no significa que lo que estemos viviendo sea una rebelión exactamente igual a la de aquellos países, o que el hecho de que seamos el tercer país de la región con más teléfonos inteligentes implique que sean usados para algo distinto de mandar chistes o de jugar, pero sí hay que notar que, a pesar de todo, las informaciones siguen circulando y, muy probablemente, inspirando a los manifestantes de todo el territorio.  Venezuela no es Ucrania ni Túnez.
3. El mundo. Tal vez una consecuencia de la expansión de las redes sea el impacto global que han tenido nuestros acontecimientos. No es que antes no hayamos estado ya en los titulares -cualquiera que viaje podrá percatarse de hasta qué punto Chávez colocó al país en la imaginación de otros pueblos-  es que ahora Madonna, Cher y ¡hasta Rihana, Denny Lovato y Paris Hilton!, se sintieron obligadas -o acaso lo sintieron sus relacionistas públicos- a tomar partido en el asunto… y a tomarlo ¡en contra de Maduro! La tendencia, al menos en la sucesión de enfrentamientos (y victorias para el chavismo) que fueron del paro de 2002 a las elecciones de 2006, había sido la de ver a Chávez como un pintoresco justiciero del Tercer Mundo que estaba redimiendo a los pobres de su país contra la malevolencia de los ricos explotadores, aliados del imperialismo yanqui. Es una visión que, como en todo, tenía de verdadero y de falso (mucho de falso), pero sobre todo es una que el comandante parece haberse llevado a la tumba. Ahora los justicieros -y ojalá que no pintorescos- son los estudiantes que protestan, y el tirano es Maduro. ¿Cuánta importancia puede tener que Paris Hilton te apoye? Habría que dejar la respuesta a los politólogos, pero por algo le pagan lo que recibe por apoyar determinadas marcas comerciales… o por algo el gobierno hizo todo el despliegue del que fue capaz con Wiston Vallenilla, Roque Valero y el Potro Álvarez.
4. ¿Solo Altamira? Tal vez por no ver tanto la televisión y fijarnos más en lo que comparte la gente por las redes, hemos descubierto que en Apure, Guárico, Sucre y Guayana las protestas han sido, a su escala, tan grandes como en Caracas. Y eso sin contar con lo que ha ocurrido en los Andes.  Habría que ver hasta qué punto se ha repetido en todos aquellos lugares la relativa restricción a la clase media (como si eso la descalificara, o como si la clase media no hubiera sido el gran motor de la política en casi todas partes), pero de lo que no cabe duda es que, sea cual sea su espectro social, es un fenómeno nacional, acaso porque también se hicieron nacionales problemas como el de la inseguridad, mientras otros, como los del desabastecimiento han golpeado más duro a la provincia que a la capital. 
Seguramente la numeración podría ser más larga. Sin duda es susceptible de ajustes y objeciones. De forma todavía más probable alguno de los lectores que hayan tenido la paciencia de llegar hasta esta línea sientan un poco de decepción: lo alegado no trata de definir el lugar en el que estamos en el sentido de establecer dónde estaremos inmediatamente después. Para eso están los quirománticos y los tarotistas. Solo esperamos dar algunas claves para la comprensión del momento. Ojalá esto ayude a alguien a decidir qué hacer.  


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