Arturo Valenzuela
La crisis financiera global que se desencadenó en 2008 produjo la recesión mundial más seria desde la gran depresión de los años treinta, que sigue afectando a las economías de los países desarrollados donde se originó. A diferencia de crisis financieras anteriores, las economías de muchos países emergentes, entre ellos los de América Latina, no se vieron tan perjudicadas. Esto, en parte, porque las reformas de los años noventa, por difíciles que hayan sido, asentaron políticas de estabilidad macroeconómica y aperturas de mercados que les permitieron evitar los desajustes que surgieron en los sistemas financieros de las grandes potencias.
Desgraciadamente, pareciera que después de una década de progreso económico, ese crecimiento se estaría agotando. Los titulares resaltan la dramática baja de las reservas de Argentina y Venezuela, al tiempo que ambos países encaran un posible retorno al espectro de la década pérdida de 1980: alta inflación, con bajo crecimiento. Y la economía brasileña se ha desacelerado en forma dramática experimentando una cuantiosa fuga de capitales.
Sin embargo, esta apreciación de la situación del continente americano no es del todo acertada. Si bien las economías de los países que dan al Atlántico afrontan graves problemas, no es así en los países del Pacífico, cuyas economías se mantienen dinámicas, al tiempo que inversionistas extranjeros buscan oportunidades para invertir por la desaceleración de la economía china. ¿Pero por qué el Pacífico y no el Atlántico? La respuesta es sencilla. México, Colombia, Perú y Chile son economías que han potenciado su crecimiento con la apertura al mundo; apertura que están consolidando al constituir el más reciente acuerdo de integración económica: la Alianza del Pacífico.
Es importante recalcar que la Alianza del Pacífico no se asemeja al Mercosur y otros esfuerzos mayormente fallidos de integración económica. El Mercosur es una unión aduanera, donde los miembros acuerdan un arancel externo común frente a terceros. O sea, buscan cómo proteger sus mercados internos, al tiempo que buscan incentivar el comercio entre ellos. En esto claramente han fracasado. Las barreras al comercio entre los países socios se han acentuado, producto de las rigideces del propio acuerdo y más recientemente de las notorias restricciones al comercio regional impuestas tanto por Argentina como por Venezuela para contrarrestar los efectos de medidas populistas. Después de veinte años de existencia, el comercio intra-Mercosur representa solo 15% del comercio de sus socios.
Por otro lado, la Alianza del Pacífico es un acuerdo entre países que han firmado decenas de tratados de libre comercio, y a pesar de constituir una nueva alianza regional siguen con la libertad de negociar tratados adicionales con terceros, al tiempo que ya han eliminado 92% de los aranceles preexistentes.
Además, han tomado pasos importantes para vincular sus mercados de valores, y crear un mercado que le hará competencia a Brasil en atraer capital. Costa Rica, Panamá y Guatemala han expresado interés en asociarse con la Alianza, mientras que cerca de 25 países, entre ellos la India, han expresado interés en ser observadores. Este esfuerzo, sin duda, no es menor. En términos de paridad del poder adquisitivo, las economías de Colombia, Chile y México son equivalentes al producto de Brasil. Y es ilustrativo que los flujos de inversión en los cuatro países han aumentado en forma significativa.
Empresas chilenas dominan el mercado de gas licuado en Colombia y una empresa colombiana es dueña de uno de los fondos de pensiones más importantes de Perú. Empresas mexicanas se destacan en las telecomunicaciones.
Es una gran ironía histórica que después de tantos esfuerzos fallidos de integración subregional en América Latina, que crearon verdaderas marañas de burocracias y reglamentaciones, la integración con mayor posibilidad de éxito se esté dando no con una óptica de planificación basada en lo estatal, sino con apertura al mundo globalizado.
Al celebrar el comienzo promisorio de la Alianza del Pacífico es importante, sin embargo, hacer una reflexión final. El crecimiento económico y la integración comercial no se pueden lograr solo apelando a las fuerzas del mercado. Los tratados de libre comercio tienen que contemplar plazos para la implementación de sus capítulos para mitigar el posible impacto sobre la producción nacional de las importaciones. También se tienen que contemplar medidas de protección laboral y ambiental. El comercio en sí tampoco reemplaza el papel del Estado en temas de infraestructura, educación y programas tendientes a disminuir la pobreza.
Por otro lado, apelar a consignas proteccionistas y populistas para resguardar intereses creados es descuidar el desafío de asumir en forma responsable, no solo los desafíos, sino las grandes promesas de la globalización.
*Ex subsecretario de Estado para las Américas del presidente Obama y profesor titular de Ciencias Políticas en la Georgetown University.
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