FERNANDO MIRES
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Las comparaciones, aunque uno no las quiera hacer, resultan inevitables. Las imágenes televisivas surgían unas detrás de las otras y hasta el día de la caída de Yanukóvich (22 de Febrero) las demostraciones callejeras parecían confundirse entre sí. Como dijo Daniel Cohn- Bendit: “Venezuela marcha a la sombra de Ucrania” .
Mucho estudiantado, mucha cara joven, muchas mujeres, mucha violencia militar y para-militar, mucha cadena presidencial, muchas mentiras e insultos gubernamentales, muchos muertos, heridos, prisioneros, y por si fuera poco, figuras emblemáticas de la oposición, la ucraniana Julia Timochenko y el venezolano Leopoldo López, los dos sujetos a la arbitrariedad de una justicia no independiente, pagando en prisión culpas de hechos imputados pero nunca cometidos. Similitudes que no son casuales. No hay nada más parecido entre sí que las revueltas populares y democráticas.
También es inevitable comparar al tipo de gobierno que regía en Ucrania con el que hoy domina los destinos de Venezuela: Dos gobiernos personalistas, demagógicos, autoritarios, violentos, militaristas.
Del mismo modo, los nombres de Yanukóvich y Maduro no pueden ser inscritos en la larga lista de dictadores de tipo “clásico”, toda vez que ambos alcanzaron el gobierno por medio de elecciones. La diferencia reside en que las que dieron como triunfador a Yanukóvich en Febrero de 2010 fueron más limpias y por lo mismo más legítimas que las que llevaron al gobierno a Maduro en Abril de 2013.
Lo importante en todo caso es que ambos gobernantes pueden ser situados dentro del marco tipológico de las llamadas dictaduras y/o autocracias electoralistas que hoy infectan al planeta desde Zimbawe en África, pasando por Rusia y Bielorusia en Eurasia, Hungría en Europa Central, hasta llegar a Venezuela en América del Sur.
Pero dejemos las ostensibles semejanzas a un lado. Más importantes en este caso parecen ser las diferencias.
La primera de ellas, aparte de que la sublevación ucraniana está llegando a su fin y la venezolana recién comenzando, reside en el hecho de que las multitudes de jóvenes que atestaron las calles de Kiev y otras ciudades de Ucrania en noviembre de 2013, no salieron a pedir de inmediato la cabeza del mandatario, tampoco exigieron su renuncia y en ningún caso su salida, como intentaron hacerlo algunas fracciones radicales de la oposición venezolana el 12-F.
No son pocos los publicistas que interpretaron el precipitado llamado de Leopoldo López y Corina Machado (“la salida”) como un intento dirigido a arrebatar a Capriles el liderazgo ganado en el plano electoral. Quizás esa es la razón por la cual López y Machado quisieron imponer al movimiento, justo en su fase inicial, un carácter maximalista, error fatal que Leopoldo López paga de modo muy duro. Ese hecho contrasta con el realismo de las grandes demostraciones ucranianas, sobre todo las del 21 y 24 de Noviembre en Kiev, las que solo exigían que Yanukóvich no retirara su petición de ingreso a la EU lo que en buen ucraniano significaba, no aceptar la subordinación a Rusia. El derribamiento de la estatua de Lenin en Kiev, 8 de Diciembre de 2013, fue en ese sentido un acto tremendamente simbólico.
Ocurrió solo después del 17 de Diciembre -es decir, después que Yanukóvich acató las ordenes anti-europeas de Putin a cambio de empréstitos y mayores provisiones de gas a Ucrania- cuando desde las multitudes comenzaron a escucharse las primeras consignas a favor de la salida del mandatario. Poco después, la gran demostración ya no solo estudiantil, sino popular del 12 de Enero de 2014, cambió el orden de la agenda política. A partir de ese día los partidos y la población ucraniana entendieron que la solución de la cuestión nacional pasaba por el llamado a nuevas elecciones. La destitución del alcalde de Kiev el 24 de Enero y la decisión de Putin/Yanukóvich de reprimir las manifestaciones a sangre y fuego, aceleraron los acontecimientos.
Desde fines de Enero de 2014 la multitud comenzó a exigir insistentemente la dimisión de Yanukóvich y el regreso al parlamentarismo consagrado en la Constitución del 2004. El resto lo puso el mismo Yanukóvich. Su torpe maldad destinada a movilizar al ejército en contra de su pueblo no fue aceptada por algunos generales quienes en un comunicado emitido el 31 de Enero exigieron a Yanukóvich construir una solución política y no militar frente al conflicto. La suerte de Yanukóvich ya estaba sellada.
Pero aún así, el 6 de Febrero, los principales líderes del movimiento, Vitali Klischko y Arsen Avakov, exigieron a Yanukóvich, como última alternativa para garantizar su sobrevivencia política, la restauración del sistema parlamentario consagrado en la Constitución de 2004, la liberación de todos los presos políticos y un llamado a nuevas elecciones en el plazo más breve posible. Contaban, además, con el apoyo diplomático de la EU a través de Alemania, Francia y Polonia.
Yanukóvich, no se sabe aún si por estupidez o simplemente debido a su extrema subordinación a Putin, realizó en cambio un último esfuerzo para detener las demostraciones por medio de la violencia. Resultado: Más de cincuenta muertos, cientos de heridos en las calles. Al fin, cercado y derrotado, Yanukóvich no tuvo más alternativa que ceder frente a las demandas de la oposición.
El 22 de Febrero, Yanukóvich, sabiendo que los crímenes en contra de su pueblo no serán jamás perdonados, emprendió la fuga. No tenía otra alternativa. La protesta ya se había transformado en rebelión y la rebelión, paso a paso, se había convertido en una revolución política y social.
Para decirlo en clave de síntesis, la revolución ucraniana tuvo un carácter escalonado y un ritmo gradual. Los políticos de la oposición, a su vez, tuvieron la capacidad de ir corrigiendo la agenda en la medida en que se precipitaban los acontecimientos y captar el justo momento en el cual el minimalismo político de los primeros días debería ceder el paso al maximalismo revolucionario.
En Venezuela en cambio, ha sucedido lo mismo, pero de algún modo, en sentido inverso. La precipitación de López/ Machado destinada a comenzar el proceso por su final solo correspondía con el deseo de fracciones radicales muy minoritarias de la oposición, las mismas que desde 2002 continúan confundiendo la realidad virtual que anida en sus aisladas cabezas con la disposición política de todo un pueblo.
Maduro, sin embargo, respondió a la iniciativa del 12-2 con la misma torpeza y brutalidad de su colega Yanukóvich. Los muertos, víctimas de la represión de un gobierno que ya no es populista ni popular, sino -en el peor sentido sudamericano- militar, contrastaron con el carácter pacífico de las movilizaciones estudiantiles. Maduro, no se sabe si debido a sus reconocidas limitaciones, o cediendo simplemente a las presiones del “gorilismo” representado en la figura cruel y astuta de Diosdado Cabello, decidió actuar frente a los jóvenes como si estos fuesen miembros de un ejército regular. Ese error, al igual que a Janukóvich, le va a costar muy caro a Maduro. A la protesta generalizada en contra de la inflación, la escasez, la corrupción gubernamental, se sumará la lucha generalizada por el desarme de los criminales inoficiales y oficiales del régimen. En ese contexto Maduro solo podrá calcular con un descenso creciente de su ya diezmada popularidad.
La demostración de masas de la oposición, la del 22-2, una de las más grandes de la historia política de Venezuela, ha puesto de manifiesto que las calles, a partir de ese momento, ya no pertenecen más al gobierno. En esas calles, la oposición, siguiendo la presión popular se ha visto obligada a corregir su agenda, por lo menos en dos sentidos: Dejar atrás el extemporáneo maximalismo en el que tal vez por inexperiencia incurrieron López/Machado, pero a la vez, no renunciar bajo ningún motivo a la lucha de calles.
En efecto, si López/Machado cometieron un error de cálculo, solo pudieron hacerlo porque las calles estaban vacías, o mejor dicho, vaciadas por la MUD. El llamado de Capriles a los estudiantes a seguir ocupando las calles debe ser entendido en el marco de esa impostergable corrección.
La demostración del 22-2 puso además de manifiesto que en Venezuela es posible, así como ocurrió en Ucrania, transformar la protesta anárquica en un gran movimiento social. Pero para que ello ocurra, esa protesta deberá ser extendida a los barrios, a los cerros y a los campos. O como manifestó de modo plástico Capriles, no solo deberá tener lugar en Chacao sino también en Catia. Las condiciones están dadas.
Por cierto, las jornadas del Febrero venezolano no podrán ser mantenida en todos los momentos con la misma intensidad. Como en todos los procesos sociales los venezolanos también estarán marcados por altos y bajos e incluso por inevitables conversaciones entre las fuerzas enemigas. Capriles en ese sentido demostró gran valentía al explicar al pueblo opositor que él está dispuesto, bajo determinadas condiciones, a conversar con Maduro o con quien sea. Disposición que por lo demás concuerda con el carácter pacífico, constitucional e institucional impuesto a la lucha por la gran mayoría de la ciudadanía opositora
Sin embargo, Capriles y los suyos deberán lidiar todavía con una fracción minoritaria de la oposición la que, en sus limitaciones políticas, entiende todo dialogo como una muestra de debilidad o peor, como una capitulación frente al adversario. Sus cabezas calenturientas no pueden entender que hasta en las guerras más cruentas los enemigos mortales decretan cada cierto tiempo armisticios para dialogar entre sí. Porque lo contrario de la guerra sin armisticio (es decir, sin dialogo) es la guerra total, tal como la formulara Joseph Goebels en las postrimerías del nazismo. Y bien, si hasta la misma lógica de la guerra admite el dialogo, con mayor razón ese diálogo entre enemigos puede y deberá hacerse presente en la lógica de la lucha política, por muy aguda y antagónica que esta sea.
Puede que en este momento sea necesario recordar que el líder más popular y más querido de la oposición ucraniana, Vitali Klischko, conversó entre Enero y Febrero del 2014 ¡no menos de cinco veces! con Yanukóvich. Aún después de las matanzas de Febrero, Klischko no solo conversó sino, además, estrechó las manos del presidente-dictador. Nunca nadie pensó que ese civilizado gesto de Klischko tenía como objetivo “lavar la cara” a Janukóvich.
El pueblo ucraniano tiene detrás de sí largas y dolorosas experiencias de lucha y sabe que en los conflictos políticos, cuando cesan las palabras, solo triunfa la muerte.
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