miércoles, 19 de febrero de 2014

LA OTRA SALIDA
MIGUEL ÁNGEL SANTOS  

EL UNIVERSAL

Escribo en la madrugada previa a la marcha del martes. Una vieja costumbre en épocas de desasosiego se hace ahora también necesaria desde un punto de vista práctico: pensar en nuestras pocas certezas. No son demasiadas. El país se ha venido revolviendo contra sí mismo, una suerte de división celular por baldosas que se repite independientemente del tamaño de la unidad: El gobierno contra la oposición, la oposición contra la oposición, los vecinos que trancan a sus vecinos. Quince años después nos hemos venido a dar cuenta de que hemos hecho nuestra esa costumbre chavista de descalificar al que piensa diferente, de atacar de forma directa a quien habla sin llegarnos a ocupar de lo que dice.
A través de ese trastabillar accidentado la oposición ha llegado a su propia síntesis. Por un lado, no hay manera de presionar por cambios sin presión en la calle. Después de todo, hay un 45%-50% del país que no está de acuerdo con el gobierno y no participa de ninguna manera en las decisiones públicas. No tienen peso en los poderes. No tiene medios de comunicación. Está fuera del circuito del dinero. El gobierno de Maduro, mucho más inseguro y, acaso por eso mismo, con sus límites de tolerancia muy por debajo a los de Hugo Chávez, la ha venido reprimiendo y arrinconando, cerrando las exiguas válvulas de escape que aún existían. Con esa misma presión se han venido embotellando nuestras ansias, y ahora amenazan con volverse no sólo en contra de ellos, sino también de nosotros mismos. Y eso me lleva al otro lado.
La oposición debe articular la protesta con cierta filigrana para evitar caer en el barrial de 2002 y 2003. Aquellos también fueron días de grandes inseguridades y desaciertos por parte del gobierno, que provocaron manifestaciones de calle de una magnitud que desde entonces no se ha vuelto a ver. Ni un paso atrás y Chávez vete ya. Y he aquí que, por una suerte de artificio opositor, conseguimos transfigurar todo aquello en un desierto de muchos años, del que apenas hemos venido a salir recientemente. Uno se sorprende que todavía haya gente dispuesta a debatir méritos. Dicen unos que si en aquél entonces no tuvimos éxito teniendo de nuestro lado a todos los medios, Pdvsa y algunos militares, ¿cómo lo vamos a tener ahora? Responden los otros que Maduro no es Chávez. Es una debate inútil. Me trae a la memoria las largas marchas de clase media que terminaban en el puente de Altamira, la época dorada de los militares disidentes, la secuencia de dos apellidos que todo el mundo repetía, las miradas esperanzadas, los gestos de los valientes indicando que quedaba muy poco. No queda poco. No es verdad. A lo mejor, en alguna carambola del destino, logramos dar al traste con Maduro. Pero esto, ese esto del que todos queremos salir y repetimos a diario es algo mucho más amplio.
Parto de la base de que para realizar los cambios que nos hacen falta debemos aún convencer a muchos de que somos una verdadera alternativa. Ese es un proceso que no excluye a la protesta popular, sino que la complementa y le provee contenido. Con una mayoría exigua y mucha gente todavía convencida de que el país que Chávez nos propuso es viable, se nos va a hacer muy cuesta arriba salir adelante. Esa es la realidad que a ratos uno quisiera ignorar. No por coincidencia, es también la que más nos ha costado cambiar. Los estudios de opinión dan fe de que, ante la crisis, tanto el gobierno como la oposición le han ido cediendo terreno al fantasma de Chávez. La crisis nos ayudará en alguna medida, pero no nos hará todo el trabajo.

El gobierno de Maduro sigue imprimiendo dinero a mansalva para pagar sus cuentas, lo que profundizará la inflación y la escasez. El pasado mes de enero la cantidad de dinero en circulación creció 4%, un ritmo que no se veía en esta época desde la crisis bancaria propiciada por el gobierno de Rafael Caldera hace ya dieciocho años. Aquél fue un período aciago, con tres años de inflaciones por encima de 65% e inclusive uno por encima de 100%, un salto estructural en la informalidad y en la pobreza, que le tendió una alfombra roja a Chávez. En aquél entonces, la narrativa fue que un atajo de ladrones habían estafado al pueblo. Aquello le bastó a la revolución, pero no será suficiente para nosotros. No podemos salir a prometer una mejor repartición de la miseria heredada de la Venezuela post-Chávez. Ante el desmoronamiento de la tierra prometida chavista, tenemos que contraponer nuestra propia idea de país. Tenemos que atraer a los incrédulos hacia esa imagen, mostrándoles cómo es esa otra Venezuela y cuáles son nuestros remedios. Convencerlos de que podemos salir adelante, sin necesidad de que se nos quede nadie atrás. 

@miguelsantos12


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario