miércoles, 26 de febrero de 2014

SALIDA EN FALSO

MIGUEL ÁNGEL SANTOS


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Esperé hasta última hora a ver si llegaba a saber algo del Sicad II. Hace algunos días, en medio de la confusión y la ansiedad que provoca la violencia atomizada en múltiples focos, Rafael Ramírez anunció que se agregaría una cabeza más al monstruo de tres tasas. El nuevo responsable de nuestra economía dejó caer, con toda intención, algunas palabras mágicas: "todos podrán participar", "será un sistema libre", "podrán comprar divisas para el ahorro". Como colofón, hizo uso de una fórmula que puso a salivar a muchos, en particular a quienes hicieron fortuna repentina hace muy poco: Permuta. Nada. Ya hacia el cierre del lunes, sin ninguna idea sobre lo que será el Sicad II, me propongo elaborar acerca de lo que no será.


Para comenzar, el Sicad II no será libre, no podrán participar todos. Tampoco será una permuta, y si lo es, lo será en el sentido en que el Sicad es una "subasta", o los escuadrones de la muerte son "colectivos". El Gobierno continúa imprimiendo dinero para pagar sus gastos a un ritmo que no se veía desde la crisis financiera de 1994. En enero, un mes que tradicionalmente carece de presiones fiscales y en donde se registran tasas bajas de crecimiento monetario, cerramos con una liquidez 4,1% mayor a diciembre. A mediados de febrero, la cantidad de dinero en circulación ya era 75% mayor a esta misma fecha el año pasado.


Nuestras reservas internacionales, en su punto mínimo en once años, podrían recoger toda esa liquidez a una tasa de 60,6 bolívares por dólar. En muchas economías con cambio libre la tasa de mercado permanece muy por debajo de esa relación. En Chile, Perú o Colombia lo primero que se le ocurre a un ciudadano cuando le cae una unidad de moneda local en la mano no es salir corriendo a cambiarla por dólares. Las oportunidades de ahorro e inversión, la confianza, levantan la demanda de dinero local. No es el caso nuestro. El régimen ha pasado quince años persiguiendo, ahogando, saqueando y expropiando, no solo activos tangibles, sino también los ahorros de los venezolanos. Fuerza a la banca a pagar tasas de interés que no llegan a la cuarta parte de la inflación, para financiarse barato. Peor aún, tras siete años sin liquidar divisas para repatriación de dividendos, las multinacionales se encuentran sentadas sobre toneladas de bolívares, esperando por una válvula de escape.
Aún en esas condiciones, podrían abrir el mercado e intentar "quemarle la mano a los especuladores". Pero tampoco tienen combustible para eso. No hay reservas como para amortiguar la demanda de divisas, porque en términos líquidos el Banco Central apenas cuenta con poco más de 2.000 millones de dólares. Lo demás es oro (salir a vender provocaría todavía más pánico, aunque ya están trabajando en eso) y derechos especiales de giro en organismos multilaterales. Con esos antecedentes, el Sicad II e inclusive el III o el IV, si se quiere, no podrá ser 100% abierto. El reglamento vendrá envenenado con toda suerte de restricciones, sectores, montos, y la asignación no será libre. Para empezar, el Gobierno no se ve dispuesto a aceptar públicamente una maxidevaluación como la que resultaría del libre juego de oferta y demanda.


Les queda poca cosa, como no sea seguir imprimiendo dinero para pagar gasto, acelerar el impuesto inflacionario a través de la erosión del poder de compra de nuestros depósitos, y racionar las divisas de la mejor manera posible para adquirir bienes prioritarios. En la medida en que cae el valor real de los depósitos, la cantidad de inflación requerida para financiar el déficit será mayor. Con nuestras exportaciones petroleras hay que equivocarse mucho para engendrar una hiperinflación, pero no es imposible. Los episodios modernos de ese fenómeno no fueron repentinos, sino precedidos por largos períodos de inflación moderada creciente.


Visto de esa forma: no necesitan ayuda. Nos conviene organizarnos para capitalizar ese descontento popular que ya recorre toda Venezuela. Las diferencias, la diversidad de criterios, fortalece a quienes saben utilizarla de manera productiva. Si en economía, donde de vez en cuando se cumple alguna ecuación, la arrogancia suele ser una señal inequívoca de ignorancia, ¿qué quedará para la política? La calle es un elemento fundamental de la estrategia, en la medida en que se use de forma racional, pacífica, y enfocada. No es la única, ni tampoco es suficiente. Hay millones de venezolanos que aún ante el descalabro de nuestra sociedad, el Estado fallido, y el fin de la tierra prometida por el credo chavista, no confía en nosotros. Tienen claros sus males, pero no saben de nuestros remedios.

@miguelsantos12


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