ANDRES CANDELA
Durante los días 28 y 29 del pasado mes de enero, se celebró en La Habana la II Cumbre de los Estados Latinoamericanos y del Caribe, Celac. En esa convocatoria estuvieron representados 33 países de la región en sus respectivos jefes de Estado y de gobierno, menos Estados Unidos y Canadá, que fueron excluidos desde su creación.
Esta nueva comunidad de Estados es otra manifestación del nuevo multilateralismo latinoamericano, esta vez animado en su fondo por un antiyanquismo ancestral y por una mirada ciega a la dictadura totalitaria más longeva de Occidente, en cuya capital se efectuó este segundo encuentro, bajo la presidencia pro témpore del general Raúl Castro. En su discurso de apertura, Castro manifestó, con su boca de comer, que la prioridad de la Celac será “crear un espacio político común” y declarar a América Latina “zona de paz”, de donde se destierre la guerra, la amenaza y el uso de la fuerza, en donde los diferendos entre países hermanos se autorresuelvan por una vía pacífica, conforme a los principios del Derecho internacional.
¿Es creíble esta manifestación en boca de quien es líder de una dictadura totalitaria que ha pisoteado por 55 años los principios democráticos que rigen los países representados en esta II Cumbre de la Celac? ¿Cómo olvidar que el personaje que da la bienvenida, esta vez convenientemente disfrazado de civil, estuvo por años estrechamente vinculado con la exportación de actividades guerrilleras a varios países de la región? ¿Habrán borrado de sus mentes que ese señor de inofensivo traje gris fue cómplice de las intervenciones militares que su delirante hermano mayor propugnó a lo largo de 15 años en Angola, Namibia, Zimbabue, el Congo, Tanzania y Zaire en complicidad con la Unión Soviética, al costo de miles de vidas cubanas y africanas? No olvidemos que antes de heredar la presidencia del Consejo de Estado y de Ministros de manos del “máximo líder” por razones de salud, Raúl Castro fue el jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias durante 49 largos años. ¿Qué está pasando en América Latina que no solo acepta dentro de un organismo como la Celac una dictadura tan sangrienta y represiva como lo fueron en su momento la de Pinochet, Rojas Pinilla o Somoza (para solo mencionar algunas), sino que, además, la eligen como sede de esta II Cumbre? En nuestra región una corriente autoritaria amenaza de nuevo a la democracia. El caudillismo y el populismo que estuvieron presentes a finales del siglo XIX y durante gran parte del siglo XX, lo vemos asomando sus uñas al comienzo de este siglo XXI.
Allí están los reclamos de justicia para las clases pobres, la prédica antiimperialista, estatista y antiburguesa, así como declaraciones pro democracia y el reconocimiento de posiciones claramente marxistas. Se promueven elecciones que luego se manipulan, no existe en la práctica la separación de poderes y se propugnan cambios constitucionales para extender indefinidamente la posibilidad de reelección. Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, destacados promotores de la creación de la Celac, bajo el liderato agresivo de Chávez y la influencia mesiánica del Fidel Castro, son ejemplos claros de estas nuevas corrientes ideológicas luego de la desaparición del “socialismo real” con el hundimiento de la Unión Soviética.
Tampoco nos sorprende el antiamericanismo, agresivo o solapado, que subsiste en muchos países de la región; en unos, por razones francamente ideológicas de sus líderes políticos; en otros, por el mal sabor que dejó en sus pueblos la terrible experiencia de la década de los setenta. Las dictaduras militares proliferaron bajo el pretexto de la seguridad nacional. El terror de Estado dejó miles de asesinados, torturados, desaparecidos, presos y exilados. En medio de la famosa Guerra Fría entre las dos grandes potencias mundiales, el gobierno norteamericano respaldó muchas de estas dictaduras militares para evitar el peligro de la penetración soviética en la zona, como había ocurrido ya con el castrismo y sus consecuencias internacionales.
De vuelta a la II Cumbre de la Celac, tal vez con los ojos un poco más abiertos, lo que nos llena de indignación es el cinismo con el que al finalizar el encuentro se hacen llamados a la paz, a la erradicación de la pobreza y al fortalecimiento de la libertad, desde un país donde la paz ha sido impuesta por el terror, la pobreza extrema es resultado de un sistema político históricamente fracasado y la libertad fue conculcada por una dictadura atroz de más de medio siglo. Solo los respectivos intereses económicos y políticos de los países presentes parecieron abarcar la totalidad de sus preocupaciones. Un sentimiento de frustración nos arropa, mientras decenas de detenciones arbitrarias de opositores pacíficos fueron sacados de las calles del país a la fuerza para que no pudieran interrumpir el escenario teatral de la cumbre habanera de la Celac.
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