martes, 25 de febrero de 2014

LOS FASCISMOS
       Henry Ramos Allup
Mientras en la misérrima Cuba castrista el propio Fidel admite que el modelo que ha tratado de imponer con su tiranía no funciona, y por eso su régimen se baja los pantalones ante el capitalismo occidental en busca de los dólares que su destartalada economía no produce, en Venezuela los hijos lerdos del ilustre muerto que nos arruinó perseveran con sus estupideces manteniendo los anaqueles vacíos. Si en materia económica estos chambones han metido la pata descomunalmente, si antes lo económico era disimulado con efectismos políticos, el gobierno ha llegado a un punto en que también está metiendo la pata políticamente a más no poder.
El gobierno está cayéndose sólo y Maduro lo sabe. Cuando habla de golpe de Estado simplemente emplea un eufemismo tratando de disimular lo que sabe, es decir, que es tal el nerviosismo entre los militares que por ahora se dicen chavistas, que si se estuviera fraguando un golpe lo darían esos militares para salvarse del arrastre que se vislumbra, resueltos a acompañar al chivo expiatorio sólo hasta la boca de la sepultura, máxime cuando no podrán invocar como eximente de responsabilidad por los derechos humanos que vienen violando sistemáticamente, el Internacionalmente derogado principio de «obediencia legalmente debida a órdenes superiores». Sabido es que los militares latinoamericanos son siempre leales hasta la víspera. Que lo diga el incauto Allende desde el más allá.
Entre los daños que Chávez le hizo a nuestro pobre país, quizás el peor fue acabar con la separación de poderes para concentrarlo todo en sus propias manos y constituir un sistema de dominio unipersonal del tamaño de su megalomanía, hecho para existir sólo mientras él estuviera vivo. Semejante barbaridad, hay que admitirlo, tenía como sustrato su carisma y liderazgo, su poder de convocatoria en los sectores populares y la utilización permanente de la demagogia ante masas fanatizadas empleadas como elemento permanente de intimidación, es decir, fascismo puro. El problema deviene porque una misma herramienta en diferentes manos no es la misma herramienta: Maduro no es Chávez.
Así como no albergo la menor duda de que Stalin era tan fascista como Mussolini o Hitler, tampoco la tengo cuando afirmo que en Venezuela desde el advenimiento de Chávez actúan ostensiblemente un tipo de fascismo que se autocalifica de izquierda promovido desde y por el gobierno y otro catalogado como de derecha que pretende ser la verdadera y única oposición sustituyendo a cualquier otra que no comparta sus puntos de vista. La primera actuación de ambos fascismos la presenciamos durante los sucesos de abril del 2002 y en hechos posteriores como la feria militar-cívica de la Plaza Altamira y el paro petrolero 2002-2003, promovidos desde una supuesta opinión pública y los medios de comunicación que la formaban e imponían a su capricho y conveniencia, para después desentenderse de tales hechos e incluso condenarlos, así como de quienes los lideraron, con las consecuencias que la memoria colectiva no debe haber olvidado.
Cada uno de los fascismos atribuye su existencia y conducta a la presencia y procedimientos del otro, cuando en verdad ambos son causa y consecuencia de una misma atrocidad. El fascismo oficialista se manifiesta ya en el aprovechamiento de las instituciones gubernamentales que controla completamente, incluyendo la fiscalía y los tribunales con sus autos de detención intimidatorios, las policías, las fuerzas militares, los colectivos armados, la violación sistemática de los derechos humanos, etcétera, y el fascismo opuesto se expresa en las guarimbas y cierre de vías públicas que afectan al ciudadano común, el destrozo de locales públicos y privados, la quema de basura, de patrullas y unidades de transporte público, hechos casi todos circunscritos a municipios donde habitan sectores de clase media y alta. Ambos, como dijera el eminente historiador Eric Hobsbawm, comparten «la concepción de la política como violencia callejera», y en medio de ambos una inmensa cantidad de ciudadanos de todas las tendencias y preferencias que se sienten intimidados y acorralados por ambos fascismos, constreñidos en rabia silenciosa a aceptar los desmanes perpetrados por los gamberros de la calle.
El derecho a manifestar pacíficamente ha sido pervertido por la represión del gobierno so pretexto de la preservación del orden público, pero también por grupos anárquicos que se han trenzado en excesos contra la propia ciudadanía. Preocupante que por ganar un aplauso efímero de alguno de los fascismos, pasáramos agachados acusando al uno y excusando al otro, cuando ambas caras de la misma moneda son y representan lo mismo.


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