Leandro Area
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No sé cuál de las dos toma la iniciativa o gana la delantera en la aventura de estar vivos en la Venezuela de hoy. Lo cierto es que por encima de altas discusiones sobre quién es primero, si la flexión o la reflexión como sinónimos de acción y de pensamiento, ambas deberían al menos complementarse, transformándose mutuamente. Porque la acción no es sólo hacia adelante, desbocada cual caballo sin bridas, pues puede serlo también en retroceso, hacia los lados inclusive. Hasta omitir una acción es también una acción. Además no tiene que ser ella permanente, aunque lo sea constante, en el sentido de a cada instante, ya que también requiere del descanso, del respiro y de la reflexión para mirar lo andado y sacar cuentas. Porque la reflexión, el pensamiento, llamémosla teoría, no es tan solo memoria, orden, análisis, introspección, sino que también sirve para mirar hacia adelante, predecir escenarios, construir realidades. Porque eso sí tienen ambas en común, y es la decisión de alcanzar una meta. No sólo en el sentido material o pragmático, pues los ideales y los sueños requieren de las dos, y cómo, aunque no sepa bien si en ese orden. El pensamiento es siempre un constructor insatisfecho y a veces sobre todo en las disquisiciones más metafísicas, si así pueden llamarse a las elucubraciones sobre el ser y la nada o sobre la inmortalidad del cangrejo, temas ambos que tanto se parecen. El cerebro es siempre una máquina que desea; es órgano ambicioso y no descansa; trabaja hasta durmiendo.
Puede decirse además que existen variados tipos de
flexiones y reflexiones, como por ejemplo aquellas que tienen que ver
específicamente con la política, que es ciencia y arte al mismo tiempo, o
contradicción entre ambas, o además, para colmo, quién sabe, adobada con los
aliños de la intuición, el talante, la química personal, el olfato, el hígado y
demás. Agreguemos a ello que hay condiciones y tiempos en los que se realiza la
flexión y la reflexión políticas, donde unos dan más espacio, son proclives
para la discusión, la tinta, el foro, el escritorio, mientras que en otros es
necesaria la respuesta inmediata, la acción bajo la presión inclemente de los
acontecimientos. Un capitán de barco debe estar siempre preparado para
enfrentar, esquivar sería lo más sensato, tormentas y tifones, pero cuando
éstas llegan de improviso, lo aprendido en manuales y charlas es insuficiente
cuando no desastroso. En todo caso, hay alguien por allí que aconseja que no
hay nada mejor que cargar una buena teoría en el bolsillo, por si acaso. Yo lo
secundo.
Otra cosa es que la política puede hacerse en
condiciones “normales”, es decir las que imperan en un sistema democrático,
dentro y a través de los partidos políticos, los grupos de interés o de presión
y órganos tanto privados como públicos. Igualmente puede elaborarse desde el
gobierno o desde la oposición, o desde ambos ya que en democracia el oponente
no es sinónimo de enemigo y además ella implica el principio de la alternancia
en el ejercicio del poder. En dictadura todo cambia drásticamente, y la
política y los que la practican son los primeros perseguidos políticos del ogro
del que hablamos y se les llama de distintas maneras, existiendo todo un
diccionario de insultos para cada ocasión, como por ejemplo, conspiradores,
golpistas, traidores a la patria, fascistas, terroristas mediáticos y demás epítetos,
insultantes todos, siempre groseros y oprobiosos. En el caso venezolano, ni se
diga el rosario de descalificaciones, acusaciones y enjuiciamientos que
cargamos encima los que pensamos distinto a los que mandan. Aquí el disenso es
un delito. Y para colmo, esa realidad impuesta desde el chavismo lo ha satanizado todo, implantando el
maniqueísmo político, que ha invadido incluso a sectores de la llamada
oposición democrática, que no aceptan matices sino radicalismo. Insultos como por
ejemplo “vendido” y colaboracionista (véase twitter) se oyen decir contra quienes osan abogar por el diálogo como salida a la
crisis política.
Aparte, en circunstancias apremiantes como las
actuales, el espacio, la “distancia” entre flexión y reflexión se achica. En
tiempos democráticos esa relación es más “cómoda” y propicia a la natural
maduración. En cambio en dictadura total, o en pérdida gradual o acelerada de
las condiciones democráticas de existencia, esa distancia se acorta, lo que
hace que ambas tiendan a yuxtaponerse, creando así un vacío de tiempo que hace
inevitable su solapamiento, como lo demuestran por ejemplo, las típicas
reacciones en situaciones de supervivencia que casi siempre son automáticas y
desesperadas.
El tema es para largo, claro está, y en la Venezuela
de hoy es difícil pero necesario pensar en estos problemas que la propia
realidad política dificulta. Porque los tiempos de hoy son apabullantes, inmisericordes,
y darán para la reflexión de largo aliento y el recogimiento necesario, cuando
salgamos de este trance que, cual espina en la tráquea, nos mantiene al borde
de un abismo, que no es sino una tenue línea que separa a la genuflexión que
desean de nosotros los que gobiernan, de la libertad a la que aspiramos y por
la que luchamos los demás. Sea como sea, esa es la disyuntiva de esta hora.
Leandro Area
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