EL FANTASMA DE CANTERVILLE
AMERICO MARTIN
No fue el primero pero sí, quizá, el más inesperado. El presidente Correa, pieza clave de la inocua ALBA y estrecho aliado del presidente Chávez, se ha permitido desmarcarse en lo fundamental. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, relacionó la exacerbación de los conflictos políticos con los errores económicos cometidos por el gobierno de Maduro. Guardando como es natural las formalidades diplomáticas, Correa se permitió criticar a quien ha sido su estrecho aliado: "Desde mi punto de vista, dicho sea con mucho respeto, las contradicciones políticas se extreman por los problemas económicos, que yo también tengo en Ecuador, pero no tienen cabida porque los hemos tratado bien".
Correa es egresado de la Universidad de Harvard, tenida como la de más alto nivel en el mundo. Es natural que en privado se mese los cabellos oyendo declarar a los voceros oficiales de Venezuela y más todavía viéndolos insistir en exabruptos que vienen de regreso de los últimos residuos del modelo revolucionario, Cuba remando también en esa dirección. Nadie le atribuye ya –lo impide un mínimo de amor propio- el descalabro de Venezuela a una supuesta guerra económica promovida por la alternativa democrática y la más alta tasa inflacionaria del Hemisferio, a los especuladores. Todos se preguntan cómo es que en un mercado petrolero en alza por más de una década, un barril de petróleo promedio de USD100 y un asesino endeudamiento interno y externo apuntalado por un déficit fiscal de 15% del PIB, la sedicente revolución haya desatado los demonios de la inflación, la recesión, el desabastecimiento, la devastación de la economía real y la conversión del país en una economía de puertos atada a un producto que le proporciona el 96% de las divisas por exportaciones. ¿Y semejante colapso es el pomposo SSXXI?
Los beneficiarios latinoamericanos de las liberalidades del nuevorriquismo socialista se ven impelidos a buscar caminos propios, prevenidos como están que la crisis venezolana va hacia una noche más lóbrega y no parece tener retorno con un gobierno como el actual.
Es de conocimiento universal la debilidad del presidente Maduro. La ineptitud de sus colaboradores y la borrachera de la corrupción oficialista, animada probablemente por la urgencia de raspar la olla antes del naufragio.
La incompetencia, la ignorancia del gobierno y en especial de su presidente están irritando a sus propios seguidores, que en número creciente se alejan o se permiten disentir abiertamente. Para ganar puntos en un movimiento que exalta a los héroes reales y ficticios, Maduro ha entrado en una erupción represiva que deja atrás la de Chávez y la de los años que van de 1948 a 1998.
Despierta sentimientos de rechazo incluso en su partido el ensañamiento contra los estudiantes, vecinos y líderes opositores, la salvaje persecución contra los trabajadores y sus maltratados dirigentes y la violencia descargada en barrios y urbanizaciones que protestan por las consecuencias sociales de la crisis. Su estilo divisionista, su exaltación del odio y el escarnio, la tortura, el exhibicionismo armado de sus fasci di combatimento, sin contrabalancearlo con obras materiales dignas del recuerdo. En ese cuadro el ahora denominado “Alto Mando” del PSUV (la resonancia militarista los ha inficionado hasta la médula) vuelve con la lata del golpe y el magnicidio. ¡Otra vez lo mismo, Señor! En la historia republicana de Venezuela los mandatarios no eran muy dados a dar gritos hasta enronquecer denunciando que querían matarlos, siendo tan escasos los magnicidios reales desde la fundación de Venezuela republicana en 1830 hasta este mes de junio de 2014. Pero en un año de desaciertos Maduro ha “descubierto” alrededor de 15 dirigidos contra él.
Un rasgo los identifica y es la ausencia de pruebas, indicios, documentos capturados. Por eso hasta ellos terminan por no hablar más del asunto. Han comprendido que esos anuncios alarmistas suscitan la befa colectiva. No obstante asediado por el temor a los fantasmas reales e imaginarios que se agitan a su alrededor, el “Alto Mando y el presidente Maduro se decidieron a doblar la mano duplicando también la falacia. Aparecieron nombres propios: María Corina Machado, Henrique Salas Römer, Diego Arria, Gustavo Tarre. Montaron un escenario a lo grande. El medio de prueba, unos e-mails de sospechosa factura. La respuesta de los acusados no pudo ser más terminante. Sus alegatos merecían ser considerados por la pobre Fiscalía, testigo mudo de las acciones de Jorge Rodríguez y Nicolás Maduro.
No se les pide que sean juristas de la talla, por tomar dos nombres al azar, de René de Sola o Arminio Borjas, pero no les vendría mal escuchar a un estudiante de primer año que hubiera aprobado Introducción al Derecho.
Maduro condena a quienes critican a Jorge Rodríguez por usar material que la Fiscalía o los tribunales no podrían entregarles y agregó:
Critican a Jorge porque dice la verdad y no a los magnicidas. Yo ordené que siguiera el procedimiento. Esperaría aplausos de la tribuna oficialista, pero lo que encontró fue un decepcionad malestar. Resulta que a Maduro no le corresponde determinar cuál es la verdad. No es tribunal ni le Ministerio Público os ha imputado. No hay debido proceso ni derecho a la defensa. Nada, Maduro ya los sentenció. Son culpables porque a él le da la gana.
Lo cómico es que al condenarlos por magnicidio da por supuesto que el delito se consumó. En suma: Maduro no existe, es un fantasma
Su tragedia es similar a la del fantasma de Canterville de Oscar Wilde, que por mucho que se esmeraba no asustaba.
Americo Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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