ARGELIA RIOS
El caso queda para la historia y será evocado por la simbología que de él se desprende. Maduro no pudo guardar distancia y tuvo que rasgarse las vestiduras por Carvajal, aunque el general es una pieza clave de todo el sombrío engranaje militar que ha venido limitando su poder. A ese mundo “el sucesor” le ha hecho concesiones de todo tipo, buscando construirse una plataforma de apoyo. Esta última ha sido la de mayor envergadura: incluso, tal vez más importante que las derivadas de la engorrosa negociación entablada entre el gobierno y las tribus castrenses, cuya desacomplejada voracidad representa —según el criterio unánime de la cotilla bolivariana— uno de los obstáculos más duros para la concreción de medidas económicas que replantarían el control del botín petrolero venezolano.
Si algo estuvo en juego el fin de semana pasado fue, precisamente, el equilibrio de la unidad cívico-militar, sometida a la que quizás ha sido la prueba más decisiva de todas las ocurridas en estos tiempos de barajo revolucionario. En el comprometido respaldo de Maduro a Carvajal estuvo involucrado el destino de sus relaciones con los jerarcas de la FANB; en particular, con aquellos que poseen cuentas pendientes con la justicia internacional. De él no se esperaba otra cosa, a pesar de que la amenaza de la extradición generará previsibles ajustes en la política doméstica, desfavorables, por cierto, a la consolidación y autonomización del liderazgo del “heredero”. Si antes de este episodio ya era elocuente el peso de los oficiales acusados, el cerco del que ahora son objeto producirá entre ellos la urgencia de fortalecer sus posiciones internas, con el propósito de anudar más firmemente los hilos de sus dominios y de su sobrevivencia.
Los peligros que el asunto sugiere se perciben entre los tímidos comentarios que burbujean en el campo revolucionario, donde, superado favorablemente el escarceo diplomático con Aruba, sigue pendiente el fondo de las graves imputaciones contra Carvajal. Tratadas con pinzas por razones obvias, se filtra entre sus líneas recelosas el temor a que la estabilidad del vínculo entre los sectores cívicos y militares del “proceso” quede colgando de una obligada solidaridad automática con factores cuya inocencia en estos roñosos asuntos de la droga no está comprobada. El riesgo que se vislumbra no es de poca monta, pues bien se sabe que el nerviosismo con que pudieran responder los acusados no beneficiaría a Maduro —que trata de ganar libertad de acción— ni a los sectores menos atrabiliarios del “proyecto”. Sus integrantes son conscientes de que, una cosa es convivir con la corrupción y otra muy distinta, es hacerlo con el temible universo del narcotráfico, cuyos leones se sienten hoy heridos y acorralados.
@Argeliarios
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