jueves, 18 de septiembre de 2014

EL DÍA DESPUÉS

José Ignacio Torreblanca

El día después del referéndum escocés pasarán dos cosas. Si gana el sí, los escoceses tendrán que gestionar una economía que pierde competitividad, sostener el Estado del bienestar, regular la banca, pagar las deudas adquiridas durante la crisis, imaginar un futuro sin petróleo y hacer frente al envejecimiento de la sociedad.
¿Y si gana el “no”? Pues entonces, los escoceses tendrán que gestionar una economía que pierde competitividad, sostener el Estado del Bienestar, regular la banca, pagar las deudas adquiridas durante la crisis, imaginar un futuro sin petróleo y hacer frente al envejecimiento de la sociedad.
Exacto, han leído bien: los retos son los mismos. Lo único que cambiaría es que en el primer caso, los escoceses harían todas esas cosas y, a la vez, construirían un Estado propio, mientras que en el segundo caso lo harían de forma conjunta con Londres, aunque con un grado de autonomía sustancial.
El punto de vista de los independentistas es que el margen de autonomía que ganarían con la secesión les permitiría gestionar mejor esos retos y, además, hacerlo de forma autónoma, sin someterse a los dictados del Gobierno británico, lo que tendría consecuencias positivas. Sin embargo, para los contrarios a la secesión, la independencia no sólo significaría una menor capacidad a la hora de gestionar esos desafíos, pues dichos problemas se gestionarían peor entre 5 millones de escoces que entre 63 millones de británicos, sino también la dedicación de ingentes cantidades de tiempo y recursos a construir la capacidad estatal con la que resolverlos.
La estatalidad, aunque al calor del debate identitario tienda a convertirse en un fin, no deja de ser un medio. Si gana el sí, sin duda será un día histórico que nos dejará las calles desbordadas por la alegría popular y las banderas blanquiazules. Pero el día después habrá que hacer cosas tan mundanas como negociar un prefijo telefónico para las llamadas internacionales, gestionar la red eléctrica del país o, al otro extremo de la complejidad, poner en marcha un servicio de inteligencia que prevenga atentados terroristas yihadistas, diseñar y armar unas fuerzas armadas propias, repartirse miles de millones de deuda pública y abrir unas complicadísimas negociaciones con la Unión Europea para lograr que el nuevo país pase el mínimo tiempo posible fuera de la UE.
 Paradójicamente, todo ese largo y costoso proceso tendrá que ser negociado y pactado con el gobierno del país del que se acaban de independizar. Eso supone que si gana el sí, durante los próximos cinco años, los escoceses iban a ver más Londres en sus vidas de lo que han visto en los últimos 300 años. Así pues, incluso desde el consenso y la mano tendida (recuerden que el primer ministro británico, David Cameron, ha dicho que aunque la independencia le rompería el corazón, no pondría obstáculos a su consecución si ganará el sí), la independencia supone invertir mucho tiempo y recursos en volver a la casilla de salida donde esperan los mismos problemas de siempre.

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