DRAMA DEL MEDIO ORIENTE: ¿ES POSIBLE UNA SOLUCIÓN DURADERA?
Emilio Nouel V.
No puede uno mantenerse al margen del drama que vive el Medio Oriente, por muy lejos que se esté de él, aunque en un mundo globalizado ya nada queda lejos. Cosas espantosas han ocurrido y ocurren allí, que parecieran, a ratos, no tener solución, habida cuenta de su persistencia en el tiempo.
Las causas de estos enfrentamientos de nunca acabar, son variadas y muy complejas. Unas vienen de lejos en la historia y otras tienen su raíz en acontecimientos más recientes. A muchos actores corresponde su parte de culpa, a unos más y a otros menos, y no solo a los oriundos de la región. En esa región entran en juego importantes dinámicas geopolíticas e intereses crematísticos, confluyen y compiten estrategias diversas de los poderes globales.
Lo que está siempre de bulto es el componente religioso, aunque no sea lo exclusivo. Judíos, musulmanes y creyentes de otras religiones están inmersos en este torbellino interminable de cruentos conflictos. Dentro de cada una de esas confesiones, hay sectas variopintas y contrapuestas, que en gran medida complican el cuadro general. Moderados y radicales, ortodoxos y liberales, terroristas violentos y pacifistas, todos revueltos en un océano de intolerancias, odios e incomprensiones, que rechazan, obstaculizan o enturbian el necesario diálogo, el mutuo reconocimiento. Y no es tan cierto que en el combate sea sólo entre el Occidente judeocristiano y el Islam.
Sensatez, comprensión mutua y sabiduría están desterradas o arrinconadas allí. A pesar de que ha habido momentos de optimismo, de posibles salidas viables a una crisis crónica sin fin, no ha pasado mucho tiempo antes de que vuelvan por sus fueros la muerte y el desencuentro empujados por un resentimiento que obnubila mentes y corazones.
Estamos presenciando conductas demenciales que los que creemos en la libertad, la democracia y la convivencia pacífica como valores humanos universales, no podemos aceptar de manera impasible. Ante estos hechos abominables, no está permitido voltear hacia otro lado, por razones de soberanía, autodeterminación o multiculturalismo. Tales argumentos no están por encima de uno superior: el respeto a la dignidad humana.
Ciertamente, el respeto a los derechos humanos no es un valor que todas las culturas tengan como fundamental. Pero eso no es óbice para que se establezca respecto de ellos una relativización que conduzca a tolerar en ciertos ámbitos su desprecio y/o pisoteo.
Cuando vemos esos abominables actos, siempre recordamos las palabras de Joseph Roth en época de los nazis, quien al criticar la “soberana indiferencia” de ciertos países ante los desmanes de Hitler, afirmaba: “No se me puede seguir prohibiendo la entrada a casa de mi vecino si éste está matando a sus hijos con un hacha. No puede haber moral europea, europea y cristiana, mientras subsista el principio de no intromisión”.
Ese horror que vemos en las actuaciones del Estado Islámico, Al Qaeda, Hamas, Hezbolá, Boko Haram y otros movimientos, compele a la Comunidad Internacional y a los países democráticos a una acción contundente, incluso armada si otros medios no resultaren efectivos, que busque proteger y preservar a millones de personas indefensas a las que se persigue sojuzgar, esclavizar y obligar a pensar de una determinada manera o a profesar una religión en particular.
El fanatismo religioso presente en aquellas manifestaciones políticas no es un tema de fácil abordaje. Como todo fundamentalismo, tiene sus raíces en visiones distorsionadas y malsanas sobre los asuntos de la vida en sociedad y sobre el papel de la religión.
El escritor israelí Amos Oz dice que “El fanatismo es la incapacidad de aceptar situaciones sin solución clara”. Y en efecto, el fanático no admite los “grises”, los matices, la incertidumbre, las inseguridades, las imprecisiones, la polémica, el debate, la confrontación de ideas diversas. Ve las cosas maniqueamente, todo o nada, esto o aquello, sin soluciones intermedias o compartidas. Para él, la idea de solución es la que se resume en la suma cero. se gana todo, o se pierde todo. Un desenlace ganar-ganar para todas las partes en liza no tiene cabida en el que ve el problema desde el fanatismo.
Estoy convencido de que para lograr una solución medianamente satisfactoria en el complejo cuadro político del Medio Oriente pasará aun mucho tiempo. No solo los países occidentales deben coaligarse para enfrentar el problema, deben ser incorporados también gobiernos de la región.
Debe insistirse y agotarse los esfuerzos que sean necesarios para la apertura de vías al entendimiento que apunten a soluciones viables y realistas.
Lo que ocurre en ese rincón del planeta no debemos subestimarlo. Más temprano que tarde sus efectos nos tocarán.
Mientras no se encuentre una salida duradera a ese drama, seguiremos siendo testigos de horrendas situaciones como las vistas estos días que corren.
Todo esto lo digo, debo confesarlo, desde el escepticismo. Pero nunca hay que rendirse. De allí que comparta
con el escritor libanés, Amin Malouf, lo que escribió en su libro Identidades Asesinas: no nos podemos
instalar en la desesperanza, la amargura, la resignación y la pasividad.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
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