Antonio Navalón
El cambio geoestratégico que se está produciendo en América tiene varios componentes. El más importante es la sustitución, aunque sin repercusiones políticas inmediatas, de la potencia aún dominante (Estados Unidos) por otras fuerzas económicas, como ocurre con la paulatina ocupación de la zona por China.
Prestarle dinero al país que sigue teniendo las mayores reservas de petróleo del mundo tiene poco misterio, en el sentido de que —si Venezuela no estalla políticamente— siempre se podrá recuperar la inversión.
Estados Unidos sigue siendo el principal socio comercial de Caracas, con un flujo cercano a los 70.000 millones de dólares anuales. Sin embargo, de golpe, como pasó un día con los chavistas y luego con los cubanos, los chinos empiezan a multiplicarse en todos los sectores de la economía venezolana.
No es sólo que Venezuela sea el mayor consumidor de celulares fabricados en China de toda América Latina, no es sólo que nadie sepa la cifra de los médicos cubanos que trabajan en las misiones o el número exacto de consejeros militares, es que en un país con una población relativamente pequeña (menos de 31 millones de habitantes) hay más de 400.0000 chinos.
Chinos y venezolanos han establecido una relación económica bilateral que ha crecido exponencialmente en los 15 años de chavismo y que en el fondo se ha convertido en la trinchera de resistencia del régimen. Las cifras son claras: el intercambio comercial entre ambos países ha pasado de 12.000 millones de dólares en 2000 a más de 230.000 al año.
Nicolás Maduro comenzó su mandato con un viaje a China. Ahora la presencia china en Venezuela (como en otros países latinoamericanos) adquiere características peculiares porque ya no solo se trata de financiar al país a cambio de productos —petróleo y materiales estratégicos mineros—, sino que también significa entrar e intercambiar bienes de consumo. La compra de grandes almacenes lo prueba.
Pekín no es un enemigo ideológico de los otros equilibrios de la zona, pero sí es una potencia económica emergente. Además, tiene una doble estrategia: el peso específico y súbito que le da la población de origen chino y una exportación masiva de técnicos (uno de los grandes campos en los que Pekín ha invertido en los últimos diez años) para ocupar no sólo los espacios físicos a través del dinero, sino los intangibles mediante el desarrollo tecnológico propio.
China está propiciando, con créditos especiales, la recuperación de infraestructuras y la creación de nuevos sistemas de comunicación en la zona, lo que le permite enlazar y ocupar territorios como antes Estados Unidos o la Unión Europea.
Los trenes y los grandes puertos son los mejores ejemplos. Así, los caminos de hierro regresan a América Latina de la mano de los chinos, que acaban de prestar 7.500 millones de dólares a Venezuela para la construcción de una línea ferroviaria de 468 kilómetros, de la que China Railways Engineering poseerá un 40%. China invierte unos 1.900 millones de dólares al año en la nación bolivariana.
Y no hay que perder de vista que Chávez se dedicó a rearmarse y a buscar el equilibrio en la zona con compras masivas de material militar a la Rusia de Putin. Ahora, por primera vez, los chinos no sólo financian al país a cambio de obtener petróleo y productos de los que carecen, sino que, en una repetición de la historia, acaparan materias primas para seguir manteniendo su nivel de desarrollo.
La posibilidad de cooperación en los sectores del transporte ferroviario y el energético, así como el empeño chino en convertirse en una potencia en trenes de alta velocidad en el continente americano, donde no tienen competencia directa estadounidense, se traduce en acuerdos como el firmado en el área de Junin —considerada el cinturón de petróleo de Orinoco— entre China International Trust and Investment Corporation y Petróleos de Venezuela SA (PDVSA).
Asimismo, se prevé la creación de una compañía entre PDVSA y la empresa china de tecnología Sinotec para explorar y explotar yacimientos. El Banco de Desarrollo de China otorgará un préstamo por 500 millones de dólares para la compra de maquinaria y tecnología petrolera.
China importa de Venezuela más de 500.000 barriles de petróleo diarios, un 10% de sus importaciones totales de crudo. Se prevé que para el 2016 la cifra se duplique. Pero, para llegar a ese punto, primero debe convertirse en dueña de la capacidad de explotación de los pozos petrolíferos.
Otro problema que se presenta en esta macrolucha estratégica deriva del equilibrio entre chinos y rusos. No es casual la vuelta del activismo ruso a Cuba porque, a fin de cuentas, la segunda invasión de Venezuela, llevada a cabo por los cubanos durante el mandato de Chávez, es un fenómeno de penetración ideológica, militar y de control social que no debe menospreciarse.
En términos absolutos, Estados Unidos es en apariencia el gran ausente en la lucha por el control de Venezuela, dada la penetración física y en sistemas de seguridad de los cubanos. Y ahora se presenta la tercera invasión que es la financiera y tecnológica a cargo de China. Los vacíos siempre se llenan.
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